
Lo único que no me gusta del libro de Soto Ivars sobre las denuncias falsas dentro del sistema de la "violencia de género" es una entrevista en la que decía "mi libro lo tendrían que haber escrito las feministas, y no yo, si de verdad les preocupa tanto la igualdad". Aunque un poco antes ha aclarado que "Creo que hay corrientes feministas perfectamente razonables que tienen una oportunidad de oro de hacerse valer ahora que el feminismo institucional, hijo bastardo para las masas de teorías filosóficas y sociológicas, está cayendo en desgracia". Y es que salvo los talibanes afganos y análogos, todos somos feministas, aunque bien es cierto que hay feminismos tóxicos a los que hay que combatir con un feminismo ilustrado, progresista e igualitario que, por ejemplo, cambie la ley para transformar el engendro de la denominación "violencia de género" por el de "violencia de pareja" para poner el foco en los culpables, que no son los hombres como género sino los criminales concretos cualquiera que sea su orientación sexual.
Pero en el teatro del absurdo y la ceremonia de la confusión que es la España contemporánea, donde el progresismo se disfraza de justicia social para imponer sus dogmas y disfrazar su corrupción, la aparición de un libro que ilumina las sombras del feminismo hegemónico, la hipocresía colectiva respecto a las mujeres y las redes clientelares de pseudofeministas que parasitan al Estado, es revolucionario. Esto no existe: Las denuncias falsas en violencia de género, de Juan Soto Ivars, no es solo un ensayo; es un manifiesto liberal contra el totalitarismo a la violeta de leyes como la "del sí el sí" que ha pervertido el principio de igualdad ante la ley. Inspirado en los principios liberales del feminismo clásico, basado en la visión de Clara Campoamor de que el feminismo es un humanismo, y en la máxima de que todos somos iguales ante la ley, Soto Ivars nos recuerda que la verdadera libertad no se construye sobre asimetrías legales, sino sobre la imparcialidad que distingue al ciudadano libre del súbdito ideologizado. Todo ello aplicando el denostado periodismo de datos y el olvidado sentido común a uno de los últimos tabúes nacionales.
La Justicia era una diosa clásica con los ojos vendados, pero ahora las feministas socialistas le han impuesto gafas violetas impuestas por el Ministerio de Igualdad. La Ley Orgánica contra la Violencia de Género (VioGén), nacida bajo el zapaterismo populista, pretendía ser un escudo contra el machismo ancestral. Y en parte lo fue: se han reducido los femicidios de unos 70 anuales a menos de 50 en 2024. Pero, como en toda utopía progresista, la medicina, mal administrada y adulterada, se ha convertido en veneno. En España, el CGPJ oficializa solo 19 falsas de 180.000 en un año, pero informes de auditorías independientes revelan que el 75% de los acusados son absueltos, sugiriendo un mar de casos instrumentales impulsados por incentivos perversos: custodias compartidas denegadas, pensiones aceleradas y venganzas posdivorcio. Incluso Miguel Lorente, la cara académica más representativa del feminismo socialista de género, reconocía en una entrevista con Jon Sistiaga que la cifra oficial del 0.018% es falsa y que seguramente se llega incluso a un 3%.
Aquí radica el escándalo filosófico: una ley que impone penas diferenciadas por sexo viola el artículo 14 de la Constitución Española, ese baluarte liberal de la igualdad antes de que los socialistas pusieran sus manos autoritarias sobre ella. Resulta que si una mujer es agredida por su pareja mujer recibirá un peor trato que si lo hace una pareja masculina. De los hombres agredidos, ni hablemos, ya sea por sus parejas masculinas o femeninas. En España se ha impuesto un derecho penal de género donde los gametos del acusado determinan la presunta culpabilidad, no los hechos. Soto Ivars, que combina la investigación factual propia de un sabueso periodístico con la pluma afilada de un ensayista a la francesa, desmonta este negacionismo institucional respecto a la violencia contra los hombres. Recopila testimonios desgarradores: hombres inocentes arrastrados al calabozo por meras acusaciones verbales, familias destrozadas por el "yo sí te creo" convertido en dogma a mayor gloria de los quince minutos de fama de Irene Montero.
Pero el progresismo, ese leviatán posmoderno que confunde justicia con venganza y memoria con manipulación, niega la evidencia. El algoritmo VioGén, diseñado para evaluar riesgos, subestima amenazas reales en un 10% mientras genera falsos positivos que arruinan vidas inocentes. En 2025, el sistema presume de avances en la necesaria lucha contra la violencia hacia las mujeres, pero al insoportable precio de ignorar las "víctimas colaterales": suicidios de acusados, alienación parental, erosión de la presunción de inocencia. Como en "El Proceso" de Kafka, el ciudadano libre se ve atrapado en una burocracia ideológica donde la igualdad es un eslogan vacío.
Desde una perspectiva liberal, la solución no es abolir la protección, sino reformarla: mediación extrajudicial en divorcios, sanciones reales a denuncias falsas apenas perseguidas hoy, y leyes neutras por sexo. El dictamen de Soto Ivars es acertado: un feminismo auténtico debería abogar por la igualdad real, no por ventajas selectivas que perpetúan divisiones y ahondan trincheras. Donde más deberían tomar nota es en el PP, que claudicó entre la ignorancia y la falta de coraje ante los dogmas del feminismo de género, en algunas ocasiones siendo más papista que la Papisa Judith Butler.
En esta España de 2025, donde el wokismo infecta hasta Eurovisión (recuérdese el boicot belga a Israel, politizando el arte con tintes antisemitas y de género), libros como este son faros de razón que iluminan lo que debería ser una reforma. La solución liberal al desaguisado actual es sencilla pero hace falta el coraje que le sobra a Soto Ivars y le falta a la plana mayor del PP: derogar la categoría penal de "violencia de género" y sustituirla por una única Ley Orgánica de Protección Integral contra la Violencia Intrafamiliar y de Pareja completamente neutra por sexo y orientación sexual. Se mantendría toda la protección (incluso reforzada para menores y dependientes), pero desaparecería la detención automática por mera denuncia, la agravante automática por ser hombre y los incentivos perversos que convierten la acusación en arma de divorcio. La custodia compartida pasaría a ser la regla general desde el primer día, salvo informe motivado en contra, y se tipifica como delito grave (1-4 años de cárcel) la denuncia falsa o instrumental en este ámbito, con investigación obligatoria de la Fiscalía tras cada absolución.
En paralelo, se reformaría VioGén para que se evalúe el riesgo real del individuo concreto, sin prejuicios por cromosomas. Las estadísticas serían transparentes y reales, incluyendo víctimas masculinas por mucho que les moleste a las feministas andrófobas de izquierda. El resultado sería que se protegería mejor a quien realmente lo necesita, se acaba con la presunción de culpabilidad por sexo, se recupera el artículo 14 de la Constitución y se entierran de una vez las leyes violeta que convirtieron la justicia en una mano negra. En cinco años tendríamos menos denuncias falsas, menos suicidios, menos familias destrozadas y, sobre todo, una Justicia otra vez ciega ante todos los colores. En suma, igualdad como derecho, no como privilegio de sexo.
Lean Esto no existe de Juan Soto Ivars, un hito del feminismo y del periodismo en España porque trata fundamentalmente de mujeres y hombres que sufren. Mujeres y hombres que han sido sacrificados en el altar burocrático de sacerdotisas ideológicas como Irene Montero y Carmen Calvo. Se percibe leyendo el libro no solo la indignación moral de su autor ante la injusticia, sino también su empatía por los casos dramáticos de hombres acosados, humillados y ofendidos siendo completamente inocentes. Sin olvidar a las mujeres que los han acompañado por su via crucis y que también han sido silenciadas e insultadas por las feministas profesionales de cuota y cargo.
Chesterton venía a decirnos que para ser un buen periodista hace falta ser una buena persona. Pues bien, Juan Soto Ivars ha demostrado que es una persona excelente, uniendo a su profesionalidad la fibra moral que nos pedía Martin Niemöller para defender a los perseguidos y hablar en su nombre.
