
Escuché hace unos días el "corte" de la breve charla que una chica presentadora de televisión mantiene con unos jóvenes que, atentísimos y asintiendo, escuchan su muy particular disertación acerca del terrorismo de ETA y alrededores. Desdén, rechazo y hasta pena, me han impedido volver a escuchar esas palabras.
El franquismo es hoy una difusa casa de los horrores hasta para los que no solo no lo han vivido generacionalmente, sino que siquiera lo han estudiado. Que tampoco han estudiado el terrorismo de ETA, ni seguramente el tema ha estado entre sus curiosidades informativas, pero da lo mismo, porque curiosamente lo poco que les ha llegado de ello es un tierno aroma a pacifismo. ¿Algún etarra candidato al Nobel de la Paz?
Recordemos el teorema de Brandolini, también llamado "Principio de asimetría de la estupidez": "Se requiere muchísima más energía para refutar una estupidez, que la necesaria para producirla". Ni el más gigante torrente de tuits ni una avalancha de artículos son capaces de contrarrestar tanta estupidez. ¿Qué más se puede decir?
Bastaría con utilizar otro teorema, el de la inversión, para intentar imaginar cómo se hablaría en el presente si los 50 años de asesinatos, extorsiones y crueles secuestros hubieran sido cometidos por, por ejemplo, la ultraderecha. ¿De verdad podemos imaginar que España hubiera soportado 50 años de crímenes continuados de la ultraderecha? Si líderes del nacionalismo vasco o de Herri Batasuna, hubieran sido perseguidos con saña, se les hubiera incendiado sus coches o sus casas, hubieran sido asesinados delante de sus hijos, o sus propios hijos asesinados "por equivocación", sus empresarios extorsionados o secuestrados… ¿Los diferentes gobiernos de este país habrían dedicado tantísimo tiempo y recursos en buscar una paz negociada? ¿Se les habría diseñado a los terroristas ultras políticas penitenciarias a la medida para favorecer su "reinserción" en la sociedad? ¿Se nos estaría hablando continuamente de "convivencia", de reconciliación, de pasar página? ¿España viviría hoy con callada comprensión la presencia habitual de diputados vinculados a una ultraderecha con 50 años de terror a sus espaldas? ¿Alguien se atrevería a insinuar pública y alegremente que esa ultraderecha y sus atrocidades no fueron para tanto?
Debería bastar con utilizar este (sencillo) mecanismo imaginativo de simetría para darse cuenta de que algo chirría cuando el terrorismo ultranacionalista encuentra bendiciones a día de hoy. Consecuencia de una endemoniada combinación de múltiples ingredientes tóxicos mal digeridos, imagino. Pero ¿no será que las indecentes posiciones de los políticos que nos gobiernan respecto al terrorismo y los terroristas han conseguido contaminar gravemente las mentes más insustanciales, ejemplo, la de esta muchacha?
Efectivamente, solo los activistas etarras mataban. Sus seguidores únicamente lo celebraban con champán o les facilitaban coches (para poder matar) o también casas (para poder esconderse después de matar) o les señalaban objetivos (para que los pudieran matar) o amparados en la libertad de expresión, coreaban en alguna manifestación, simplemente: "ETA, mátalos". No todos eran ¡iguales, es verdad, algunos se alejaron de la violencia, después de varios centenares de crímenes, porque la violencia ya no les resultaba eficaz para sus objetivos políticos, pero desde luego, no por humanidad o arrepentimiento.
Vivimos como en un teatrillo (con perdón) de pueblo rural de los años 50, siendo espectadores pasivos de una ópera bufa protagonizada por ministros, ministras y ministres bordando su papel de analfabetos derrochando ocurrencias que (oh, maravilla) terminan convirtiéndose ¡en leyes de verdad!… Una distopía permisiva con la idiotez, en la que una chica como esta tiene papeletas para ser ministra, porque lo progresista es decir lo que uno piensa: "soy así y no me arrepiento de lo que digo".
Así se va construyendo la memoria en nuestro país, un tercio de desinformación, un tercio de ideología tendenciosa y otro tercio de enérgica estupidez teletransmitida, incansablemente, por una televisión pública que no es más que un almacén de gente convirtiéndose en gentuza en riguroso directo. Porque hoy, exhibir públicamente la simpatía por la historia del terrorismo ya no resulta algo alarmante.
Se habla del "relato" pero lo que hay son muchos malos relatos, tontorrones, ligeros, indocumentados. Perversos. Con lo maravillosa y decente que podría ser una memoria sin estrépitos, cálida con los sufrientes, señaladora de los perpetradores…


