
El sanchismo es un circo de tres pistas con perdón de los artistas que se dedican al circo. En la pista número 1, la familia de don Pedro, su señora, la catedrática sin carrera cuyo padre poseía un próspero y antiguo negocio y el hermanísimo y supuesto autor de la lisérgica composición musical titulada "La danza de las chirimoyas". En la pista número 2, la familia del partido y el Gobierno, desde el exfiscal condenado a Ábalos, Santos Cerdán, Koldo García, ese Salazar de la bragueta abierta, el otro que le encubría, el de Torremolinos, el ya expresidente de la Diputación de Lugo y ahora Leire Díez, la fontanera, un expresidente de la SEPI y los que vengan detrás, que habrá más y del Gobierno.
Ahí se perpetran acrobacias de todo tipo, contorsiones sexuales, mordidas, pelotazos, comisiones, chanchullos y toda clase de mangancias en el nombre de Pedro, de la mujer barbuda y del hombre elefante. Y en la pista número 3, el gran protagonista de la trama principal y de todas las subtramas, ese Sánchez que aguanta el triple de lo que ningún político decente sería capaz de soportar, un superviviente nato cuyo desempeño evidencia el fracaso de todos los controles de calidad moral en el PSOE.
Cuanto más arrinconado, más peligroso resulta. Solo el ejercicio de doma y castigo al que le somete Míriam Nogueras, teledirigida por el golpista Puigdemont, parece tener cierta influencia en Sánchez, que adopta frente a los separatistas que le sostienen en el poder un tono sumiso que de tan rastrero resulta hasta sospechoso. Y es que no cuadra que un personaje tan fatuo y arrogante se humille como un pelele y se encoja en el escaño cuando le riñe la portavoz del prófugo. Puede que no le quede más remedio, porque en el caso de que Junts aceptara la moción de censura que sugiere el PP, Sánchez debería afrontar graves problemas sin el parapeto de los instrumentos del Estado de los que se vale en un ejercicio inédito de abuso de poder. ¿Qué sería de nuestro presidente sin la Fiscalía General, sin la Abogacía del Estado, sin los resortes gubernativos de los que ahora se vale para anclarse en la Moncloa?
Pero de Junts no se puede esperar nada. Ellos proceden de la estirpe política de Pujol y entienden perfectamente que Cerdán cobrara mordidas de las obras públicas, comprenden el negocio de las mascarillas y hasta se solidarizan con Sánchez porque tienen el cuajo de decir que, como ellos, el líder socialista es víctima de una especie de Estado profundo franquista que practica el "lawfare".
La respuesta a todos estos desmanes, atropellos y disparates, como el de gobernar sin Presupuestos Generales del Estado desde hace años, debería partir del propio PSOE. No puede ser que entre los 120 diputados socialistas en el Congreso no haya un puñado de hombres y mujeres decentes dispuestos a apoyar una moción. ¿Qué más tiene que pasar para que hagan algo? Su bovina pasividad, sus balbuceos, las endebles justificaciones, ese mirar hacia otro lado les condena a no poder mirar a la cara a sus vecinos.
Corrupción política y económica, acusaciones de abusos sexuales, pisos para las amantes, prostitutas cobrando de empresas del Estado, comisiones con las mascarillas y el material sanitario de la pandemia, pelotazos en las obras públicas, los negocios de la señora, el enchufe del hermano... La lista de escándalos es literalmente interminable. Y nadie en el PSOE, en el grupo parlamentario o en el Gobierno es capaz de plantarse y decirle a Sánchez que ya está bien, que lo deje y se busque un buen despacho de abogados. Está claro que no haría ningún caso, pero al menos quedaría para la historia que hubo un socialista que se opuso.
