
Siempre me ha sorprendido la capacidad humana para colocarse orejeras. Uno avanza sobre el teclado con la prudencia de un soldado en un campo de minas, porque nadie está a salvo del autoengaño. Pero el reguero de inmundicia moral que el sanchismo va dejando a su paso por las instituciones es de tal calibre que ninguno de sus votantes puede seguir ejerciendo esa supuesta superioridad moral con la que justifican su permanencia en el poder. Y menos aún quienes fueron, alguna vez, socialistas honrados. Bastará un solo ejemplo para mostrar el mecanismo de autoengaño que muchos se construyen como coartada para seguir mudos, sordos y ciegos.
Ayer recibí un WhatsApp de un buen amigo socialista del PSC, Joan Ferran, con mensaje de Maruja Torres: "Hace falta mucho más que tres puteros y un acoso político y judicial intolerables para que un gobierno progresista, el único del continente europeo, arroje la toalla". (Instagram: yo_soy_rojo).
Joan Ferran es una persona honrada, cabal, y de los pocos socialistas en Cataluña que nunca han hecho seguidismo del nacionalismo, como sí ha hecho, y hace, su partido. En realidad, el sopapo que me propinaba mediante el dogma de Maruja Torres me lo había ganado a pulso: poco antes le había enviado una canción de cosecha propia que retrataba a Pedro Sánchez como un mentiroso. Entre otras lindezas.
En buena lid, no puedo atribuirme el monopolio del buen juicio y cargarle a él las orejeras. Pero ya que ha decidido defender la hacienda socialista pese a lo que está cayendo, permítaseme al menos intentarlo.
Entiendo que Maruja Torres, Pedro Almodóvar y cuantos se consideran herederos directos del Olimpo moral crean que su ideología es lo mejor que le ha ocurrido a la humanidad. Pero incluso la ideología más noble exige reglas, límites y honradez para no degenerar en fraude. Hablo de lo más elemental en una democracia liberal: no mentir sistemáticamente al electorado -ni antes ni después de las elecciones-; no prometer solemnemente lo que se sabe que se va a incumplir a las veinticuatro horas; no convertir la rectificación constante en método de gobierno. Hablo de respetar la neutralidad institucional en los nombramientos clave, y no colonizar el CIS para convertirlo en propaganda demoscópica, o a TVE y demás medios públicos en relatos interesados; ni tensionar el Tribunal Constitucional hasta hacerlo indistinguible del bloque gubernamental, ni bloquear deliberadamente el CGPJ mientras se deslegitima al poder judicial, ni instrumentalizar RTVE y otros medios públicos como correa de transmisión del relato oficial. Hablo de respetar la separación de poderes, no de someter al Legislativo mediante decretos abusivos ni de presionar al Judicial cuando sus resoluciones incomodan. Hablo de no traficar con indultos con los propios ni de convertir la amnistía -negada por inconstitucional durante años- en moneda de cambio para lograr el poder al precio de erosionar la igualdad ante la ley, la arquitectura constitucional y la integridad del Estado. Hablo de no robar a manos llenas, hablo de no invocar el feminismo como coartada moral para lograr ventajas electorales sobre los adversarios mientras se toleran abusos, se blanquean comportamientos machistas en las propias filas o se vacían de contenido las políticas que dicen defender a la mujer. Hablo de gobernar con presupuestos, con transparencia y con rendición de cuentas, y no a base de excepciones, atajos y propaganda. Continúen ustedes con la lista.
Al estimado Joan Ferran le respondí con la brusquedad propia del WhatsApp:
"Venga, Joan, no jodas, deja el misal y sé un hombre ilustrado y libre. Para dogmas ya hemos tenido bastante con la Iglesia y el Islam".
Hoy, más reflexivo, y quizá más cruel, le diría: podrás defender la ideología del gobierno más "progresista" de la historia, pero nunca podrás justificar su falsificación, ni el fraude a la democracia. La democracia (el campo de juego) y sus reglas son previas y superiores a cualquier ideología. La tuya y la de los demás. Sin reglas, sin límites y sin control, no hay progreso: solo abuso.
Llegados a este punto, el paralelismo de Donald Trump con Pedro Sánchez resulta incómodo, pero revelador. Dos ideologías distintas y un solo Dios verdadero: el Poder. Trump es un matón: el magnate decimonónico que confunde el Estado con su empresa y la política internacional con una negociación mafiosa. No respeta reglas, ni árbitros, ni aliados. Amenaza, presiona y actúa desde la convicción de que el poder lo legitima todo. Es burdo, agresivo y explícito.
Pedro Sánchez no es un matón. Es algo más sofisticado y, por ello, más peligroso: un impostor moral. Alguien que envuelve el desprecio por las reglas en un discurso de superioridad ética; que degrada las instituciones mientras se presenta como su último defensor; que erosiona la democracia en nombre del progreso. Ideologías distintas, idéntico desprecio por las reglas. Dos redomados narcisos. Dos impenitentes mentirosos, y los dos con delirios de grandeza. Trump de su gobierno y de EEUU: "Estamos a punto de un auge económico, como el mundo nunca ha visto", "el país más atractivo del mundo". Sánchez: "España vive uno de los mejores momentos de la historia democrática". Uno es un matón sin complejos; el nuestro, un chulo con ínfulas envuelto en la hipocresía de la izquierda woke. Pero, en el fondo, son tal para cual.
