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Agapito Maestre

La princesa de Asturias y Blanquerna

La princesa trabajó a conciencia su primera intervención en público. Todo fue perfecto. Místico.

La princesa trabajó a conciencia su primera intervención en público. Todo fue perfecto. Místico.
La princesa Leonor | TV

La princesa Leonor leyó con desparpajo y salero esa línea clave de la Constitución: "La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria". Pronunció muy bien y aún mejor miró a la cámara de televisión en el momento preciso. La princesa había trabajado a conciencia su primera intervención en público. Todo fue perfecto. Místico. Sí, su intervención fue opuesta a cualquier concesión a la vaguedad del ensueño, alejada por completo de la fluidez indecisa, aventura, de la imaginación o el sentimentalismo de una jovencita de 13 años.

La aparición de Leonor en público ha tenido algo más que carisma. Me parece que tuvo eso que llaman los místicos: gracia. Algo que, si no se cultiva, termina perdiéndose, porque, como decía Teresa de Ávila, recibir de Dios un favor es una primera gracia; conocer la naturaleza del don recibido es una segunda gracia; mas, sin duda alguna, es una tercera gracia poder explicarlo y dar la inteligencia de él. No es suficiente la primera gracia. Si el alma quiere avanzar sin perturbaciones ni temores, con valor y determinación, hasta alcanzar su meta, le resultará de gran beneficio comprender la naturaleza de los dones recibidos… Cuidado, pues, Alteza, porque esto no ha hecho nada más que empezar. Persista en su empeño. Modelos hay ciento.

Para su buen gobierno personal, según le habrán aconsejado sus educadores, tendrá que leer a los místicos españoles, otro día citaremos a los pícaros, porque enseñan a valorar lo recibido, ampliarlo y, sobre todo, explicarlo. La santa citada, aparte de degustar su exquisita escritura, siempre le ayudara a orientarse en la descripción de esa experiencia de la gracia, pero hay otros místicos, por ejemplo el mallorquín Raimundo Lulio, que le permitirán pensar y, sobre todo, dirigirse con prudencia hasta llegar a ser una reina de un gran país. Lea, pues, el Blanquerna, uno de los grandes libros de moral práctica, escrito en forma novelesca. Sin esta obra, escrita en catalán por una figura imperial del pensamiento hispano, la civilización europea tiene una falla.

Sí, Alteza, Blanquerna es una obra soberbia que tuvo la fortuna, como nos enseñó el más grande humanista de España, de ser imitado sucesivamente por don Juan Manuel y por el autor del otro gran monumento de la literatura española en catalán: Tirante el Blanco. El Blanquerna no es una novela fantástica sino una grandiosa utopía, la construcción de un mundo ideal en el sentido transcendental de la expresión, que pone las plantas en lo real. La vida. Literatura mística, sí, tan necesaria como la picaresca para salvar un país, España, de las garras del separatismo catalán, que adorna su cruel pretensión poniéndole el nombre de Blanquerna a una librería en el centro de Madrid.

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