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Agapito Maestre

La vacilona

Estamos ante las puertas de una conducta totalitaria: la vacilona alcaldesa acabará sacrificando a los vecinos de Madrid.

Los ciudadanos de Madrid nunca han dedicado mucho tiempo a la política municipal. En el pasado, primero miraban el mundo, después a España y, más tarde, si quedaba un poco de tiempo, comentaban las cosas de la Casa de la Villa. Sólo consintieron a un rey como alcalde, pero eso fue en la época de Carlos III, ahora se ríen de todos los que pasan por ese puesto, entre otros motivos, porque han conseguido que Madrid sea la ciudad más sucia y mugrienta de España. Sucia la dejó Gallardón y Botella, y más sucia la tiene el personal que ahora nos desgobierna el ayuntamiento. Poco esperan los madrileños de esta gente. Por lo tanto, tampoco creo que haya llegado el tiempo para que los madrileños le presten demasiada atención a la señora que ha puesto el PSOE en la Casa de Correos.

Quizá, por eso, por esa desgana y dejadez de los madrileños por lo pueblerino y localista, la alcaldesa se esfuerza todos los días por sacarse algo de su caletre para que los vecinos le presten un poco de su vida, es decir de su tiempo. No lo hace a través de ruedas de prensa abiertas y públicas, al contrario, se ha inventado una página web, parecida al Ministerio de la Verdad a lo Orwell de 1984, para perseguir a los medios de comunicación que la critican; tampoco recurre a los bandos clásicos, que tanto gustaban a Tierno Galván y otros alcaldes con hechuras literarias; menos aún recurre la alcaldesa-presidenta a la portavoz del Ayuntamiento para que nos informe de sus planes y acciones. Nada de información y comunicación. En este punto los dirigentes del municipio de Madrid llevan hasta sus últimas consecuencias una de las grandes perversiones del régimen democrático español: cualquier cosa es aceptable, salvo informar correctamente y crear opinión política a través de una prensa libre. ¡Qué cosa será eso de la prensa libre en España! Una excepción.

La alcaldesa y todo su equipo, pues, utilizan muy bien las malas prácticas periodísticas, inducidas hace años por el poder, naturalmente, consentidas por los editores y a la que los valientes periodistas no osan resistirse. Las comparecencias de los políticos tienen que ser mínimas, con dos o tres preguntas, mejor sin ninguna… Lo normal es que salgan y lean un papel o le hablen a un plasma o monitor. Y adiós. En este asunto, ya digo, la alcaldesa es como todos los de su casta: ocultación y secreto. Negación de la esfera pública política. Utilización fraudulenta de las instituciones. Privatización de lo público. Robo de la democracia. Fraude.

Pero hay una novedad. Esta alcaldesa ha traído algo más. Ha traído, sí, una forma de decir y hacer que recuerda lo más cutre, quizá también lo más perverso, de nuestra sociedad. Ha traído eso que llamaban los castizos: un estilo vacilón. Una forma de ser extraña y perversamente ambigua. La alcaldesa de Madrid es una vacilona. Nos vacila a todos. Su vida es vacilar a los madrileños, en realidad, a todos los españoles que la miran con perplejidad, o sea, con otra acepción del verbo vacilar; en efecto, la alcaldesa nos vacila, como en las peores épocas de nuestra historia, hoy dice esto y mañana lo contrario, hoy mantiene que las cifras que le ha legado el antiguo equipo de gobierno son correctas y mañana nos dirá que son falsas, hoy anunciará que solo tomará el metro para desplazarse y mañana la vemos en el coche oficial, hoy les pondrá una multa a los turistas por visitarnos y mañana se la quitará. En fin…, la vacilona, esa persona o institución, ley o conducta, que "está poco firme en su estado o tiene el riesgo de caer o arruinarse", no duda como el alma inteligente, como la persona que tiene que decidir después de pensar, sino que desconfía de ella misma y de todos los que la rodean. No tiene nada que ofrecer y, sobre todo, no confía, insisto, en nada ni nadie; de la desconfianza y el miedo a la realidad nace la vacilona conducta de la alcaldesa que, a su vez, engendra en su entorno gentes vaciladoras, que no vacilantes, relativistas absolutos (uno de sus colaboradores ha llegado a decir: "En absoluto tomaremos esa decisión aún"), tipos humanos de los que hay cuidarse porque acaban negando siempre a su interlocutor. La vacilona es la madre del ninguneo universal. Del odio al otro. La vacilona conducta de la alcaldesa es el camino hacia la política resentida. La negación de la excelencia. Estamos ante las puertas de una conducta totalitaria: la vacilona alcaldesa acabará sacrificando a los vecinos de Madrid.

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