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Agapito Maestre

Los caballos de Diómedes

La España constitucional se desliza a ritmo lento, pesado y plomizo, como en las peores épocas de nuestra historia, hacia su final.

España, la nación democrática, se cae a pedazos. La España constitucional se desliza a ritmo lento, pesado y plomizo, como en las peores épocas de nuestra historia, hacia su final. La España constitucional, que defiende la libertad de los individuos y la igualdad de todos ante la ley, muere por la acción criminal de unos partidos políticos que, lejos de defenderla, buscan a pagano para que corra con los gastos del funeral. Buena parte de esta legislatura se agotará en la discusión de quién será ese pagano. Parece que PP y Ciudadanos han entrado ya en la controversia para hallar un cabeza de turco que pague por todos. Si estos partidos tiran la toalla, o sea, si se dan por vencidos, según nos revelan sus actuaciones en Cataluña y en el Parlamento nacional, entonces ganan los separatistas, Podemos y los socialistas.

Preparémonos, pues, para un futuro sin España. Sin democracia. Un fantasma se ha instalado definitivamente en la sociedad española y nadie se atreve a enfrentarlo. La postulación de un ilusorio, ridículo y, sobre todo, inexistente derecho de decisión, única clave de los separatistas, Podemos y socialistas, empieza a incrustarse en las venas del PP y Ciudadanos. La entelequia gana a la realidad. El derecho de decisión derrota a los derechos de ciudadanía amparados por la Constitución española. La ficción vuelve a derrotar a los españoles de a pie, a los ciudadanos, que se las prometían muy felices con un Gobierno y una oposición que, antes que ocuparse por mejorar la democracia del 78, están repartiéndose el territorio y la riqueza. Sí, queridos lectores, una parte de las negociaciones para repartirse el suculento botín, el Estado-nación, está haciéndose de espaldas a los ciudadanos, pero, por favor, nadie se llame a engaño, porque lo decisivo se está realizando a plena luz del día y se retransmite por todos los medios de comunicación, aunque los canales de TV de La Sexta y la Cuatro van en vanguardia.

Al final del proceso, que durará lo que aguante esta legislatura, cabe imaginar que los separatistas y Podemos serán hegemónicos, qué digo hegemónicos, conseguirán arrasar incluso al PSOE, que quedará como una voz que nos recuerde lo que alguna vez fue. Los socialistas repetirán las actitudes y conductas que tuvieron durante la dictadura de Franco. Pasarán un largo período de vacaciones silenciosas. La derecha, con el nombre del PP u otro similar, seguirá existiendo -¿cómo no?-, aunque solo fuera por instinto de conservación o mera reacción defensiva. Quienes peor lo tienen son los reformistas de Ciudadanos, que nacieron para defender España, para enfrentarse a la fantasmagórica patraña del "derecho de decisión", pero parece que están sucumbiendo ante los cantos de sus sirenas más bellas y malignas. Pobres los que confiamos en Ciudadanos, sí, pobres, y patéticos, porque también desapareceremos con ellos.

Pero hay alguien que lo tiene tan mal, acaso peor que Ciudadanos y el PSOE, me refiero a quien tiene por emblema de su casa la flor de lis. Será el pagano que todos buscan para que corra con la cuenta de sus destrozos. Sí, sí, los partidos políticos quieren salvarse con un sacrificio. Todos los partidos políticos vuelven a actuar como lo hicieron a comienzo de los años veinte y, sobre todo, treinta del siglo pasado. Todos los partidos políticos, "como los caballos de Diómedes", según dijera Ortega y Gasset, se nutren de lirios, y a poco que insistan, "dejarán la pradera sin una flor de lis".

En España

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