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Albert Esplugas Boter

Preservar por la fuerza

La lengua debe emanciparse del Estado para que evolucione espontáneamente hacia donde quieran llevarla sus hablantes. Al igual que con la religión, el Estado sólo puede separarse completamente si devuelve los espacios públicos a la sociedad civil.

En el diario oficial de la Generalitat aparecieron traducidos al catalán los apellidos de más de 100 opositores y un mosso era sancionado por redactar en castellano unas diligencias policiales. Estas noticias dan para un buen sketch en Polònia, pues no son sino la cara más ridícula de una política lingüística que pone la lengua por encima de las personas.

Las motivaciones detrás de los planes de inmersión lingüística en Cataluña, sin embargo, son menos viles y más convencionales de lo que muchos de sus críticos conceden. El matiz no hace que esta política sea menos injusta, pero sí es importante de cara a articular un discurso que conecte con las inquietudes de la mayoría de catalanes y tenga más influencia. Si no representamos fielmente sus razones es más fácil que nuestros argumentos sean rechazados de antemano y tildados (inocente o interesadamente) de "anti-catalanes".

La mayoría de catalanes que apoyan la normalización lingüística no quiere desterrar el castellano o acabar con el bilingüismo, sino proteger una lengua y una cultura que perciben amenazada. Sin duda hay quien desea lo primero (algunos ni siquiera lo ocultan), pero en general las políticas lingüísticas son entendidas como una ayuda a la lengua débil, una lengua que sin la protección de la Administración podría ser completamente desplazada por el castellano en el largo plazo. La política de inmersión lingüística es, en este sentido, como cualquier otra medida proteccionista encaminada a defender algo en detrimento de las elecciones de los individuos. En este caso es la lengua, en otros, la agricultura europea o el cine español.

Un mismo nacionalismo puede manifestarse de formas distintas dependiendo de las circunstancias. Si la lengua catalana fuera hablada por 400 millones de personas en el mundo y tuviera el peso (mediático o económico) que tiene el castellano en Cataluña, probablemente muchos catalanes no sentirían la necesidad de protegerla. De hecho, probablemente si el castellano corriera el riesgo de sucumbir ante otra lengua con el paso de unas cuantas generaciones, muchos españoles sin convicciones liberales abogarían por políticas de inmersión lingüística en ayuda del castellano.

La idea de que el catalán compite en inferioridad de condiciones con el castellano está arraigada en Cataluña, y en mi opinión no es ningún disparate. La mitad de la población catalana es castellano-hablante, en los medios predomina el castellano con diferencia, en el cine, en la empresa, en la literatura o entre la comunidad inmigrante. Los catalano-hablantes suelen adoptar de forma automática el castellano cuando algún miembro del grupo es castellano-hablante. Pocas veces sucede lo contrario –aunque los catalano-hablantes sean mayoría en el grupo– y esta situación tiende a multiplicar las relaciones en castellano. Yo soy catalano-hablante y utilizo el castellano con gente catalano-hablante porque cuando nos conocimos nos dirigimos mutuamente en castellano. Es raro encontrar ejemplos de castellano-hablantes que hablan entre ellos en catalán.

Toni Soler declaraba recientemente que hay castellano-hablantes que encuentran conflictivo que su hijo no pueda ser escolarizado en castellano y que hay catalano-hablantes que encuentren conflictivo pedir "un tallat" y que no les entiendan. Varios comentaristas han criticado que Soler concediera la misma importancia a las dos situaciones, pero yo interpreto de otra forma su analogía: si no te entienden al pedir "un tallat" (aunque aquí está exagerando) significa que la persona no ha aprendido el catalán, y esa falta de integración molesta a muchos porque sólo se produce en una dirección y a la larga favorece al castellano en detrimento del catalán. El conflicto es que la falta de integración puede llevar a la extinción del catalán.

Al fin y al cabo, el castellano tiene una ventaja evidente sobre el catalán: es más útil. La lengua es un vehículo de comunicación y tiene lo que se denomina "efectos red". Cuantos más individuos hablan una lengua, más atractivo resulta para los demás sumarse a ésta, y en la medida en que se incorporan nuevos hablantes, aún es más interesante para el resto adherirse. Y así sucesivamente en un flujo de realimentaciones positivas que a menudo fortalecen la posición de las lenguas más extendidas y debilitan la posición de las que lo están menos.

Pero lo que importa no es la lengua sino sus usuarios. En un escenario sin intervenciones, el grupo lingüístico mayor desplaza a las otras lenguas si los hablantes de estas últimas se trasladan voluntariamente al primero para beneficiarse de su mayor alcance. Los proponentes de las políticas lingüísticas, como sucede con todas las medidas proteccionistas, al invocar una actuación compensatoria y equilibradora por parte del Estado pretenden "compensar" y "equilibrar" las elecciones de los individuos. Están apelando al Estado para imponer las preferencias de unos sobre otros.

La lengua debe emanciparse del Estado para que evolucione espontáneamente hacia donde quieran llevarla sus usuarios. Para ello no basta con que el Estado sea "neutral" dentro de la Administración y de los servicios públicos. Lo mismo que la religión sólo puede separarse del Estado si las iglesias son privadas, el Estado sólo puede separarse completamente de la cultura y la lengua si devuelve los espacios y servicios públicos a la sociedad civil. En el ínterin, lo mejor será permitir la diversidad y libertad de elección en los espacios públicos, por ejemplo en la enseñanza.

No sé si el catalán sin la protección del Estado tendería a quedar arrinconado y acabaría por extinguirse. Es posible, aunque no está claro después de todo a lo que ha sobrevivido. Pero si ocurriera así sería porque sus hablantes han preferido adherirse a otras lenguas y no se han esforzado lo suficiente en preservarla. Recurrir a la imposición lingüística no es "esforzarse" sino hacer que otros asuman el coste de tus preferencias. En su día mis padres me escolarizaron en castellano porque hablábamos catalán en casa y pensaron que así consolidaría mi bilingüismo. Hoy esta opción está prohibida. Esta discriminación legal es demasiado seria como para hacer un sketch en Polònia.

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