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Amando de Miguel

Aspectos inéditos de la dulce Filomena

¿Cómo es que los ecologistas no protestan por el desparrame de la sal sobre las vías de circulación?

 ¿Cómo es que los ecologistas no protestan por el desparrame de la sal sobre las vías de circulación?
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La voz “filomena”, en los textos latinos antiguos, es tanto como decir “ruiseñor”, el pájaro cantarín, eminentemente, poético. La historia procede de la mitología griega. Una princesa así llamada, fue violada por su cuñado, un sádico. Quien cortó la lengua a la tal Filomena para que no contara lo sucedido. Sin embargo, logró hacerlo con un dibujo bordado y con balbuceos. La tradición clásica identifica el canto del ruiseñor como un intento de contar algo de forma poco inteligible. San Juan de la Cruz, en el Canto espiritual, introduce estos sonoros versos: “El aspirar del aire/ el canto de la dulce filomena/ él solo y su donaire/.

El azar ha querido que la primera borrasca del año, Filomena, haya sido la del siglo, con desusada potencia destructiva. Casi todo se ha dicho sobre esta inclemencia. Añadiré algunos aspectos inéditos o poco tratados.

La primera observación es paradójica. Durante los primeros días de la tormenta de nieve, las autoridades proclamaban, por todos los medios, que los vecinos se quedaran en sus domicilios. El consejo era de sentido común, y se sumaba a las recomendaciones sobre la pandemia del virus chino, que llegaba a su cenit. Pero, al tiempo, una multitud de alegres madrileños se reunía en la Puerta del Sol para celebrar la llegada de Filomena. Eso es mi Madrid.

Más serios y negativos son otros acontecimientos. Ante la magnitud de la nevada, las autoridades reforzaron la solución tradicional de echar cientos de miles de toneladas de sal sobre las carreteras y calles. El desatino no puede ser mayor. La sal puede aliviar la necesidad de licuar la nieve acumulada, pero acaba por contaminar, gravemente, los arroyos, ríos y embalses. No es fácil eliminar tal elemento químico. ¿No se podría sustituir por arena, ceniza o escoria molida para hacer menos resbaladiza la nieve?

Otro aspecto negativo, que a nadie parece preocupar. Los millones de toneladas de nieve acumulada se irán derritiendo y, seguramente, provocarán inundaciones en muchos lugares, los de siempre. Parece mentira que las autoridades no hayan previsto tal eventualidad. La cosa ya no tiene arreglo, si no se han tomado, con tiempo, las medidas preventivas de embalses y otros dispositivos. Seguiremos viendo las imágenes de los coches aparcados en las rieras mediterráneas, que son arrastrados por las aguas de la sorprendente inundación.

Me pregunto qué hace todo un Ministerio de Transición Ecológica para anticipar los efectos secundarios y adversos, que acabo de mencionar. ¿Cómo es que los ecologistas no protestan por el desparrame de la sal sobre las vías de circulación?

La nevada ha sido lo nunca visto, pero, con todo, no hay que lamentar la serie de víctimas mortales de las verdaderas catástrofes, como terremotos, inundaciones o grandes incendios. Por tanto, no me parece de recibo que los Ayuntamientos exijan al Fisco ingentes cantidades de dinero para paliar los destrozos e, incluso, el llamado lucro cesante de los negocios. Después de todo, esta nevada la anunciaron los servicios meteorológicos. Por tanto, podríamos haber estado más prevenidos.

Tengo que hacer una propuesta bien sencilla, que no cuesta dinero al contribuyente. No es nada original, la experimenté en una pequeña ciudad universitaria de los Estados Unidos. Las nevadas invernales eran copiosísimas y las temperaturas se mantenía bajo cero centígrados durante semanas. Los vecinos de cada casa se disponían, con toda naturalidad, a quitar la nieve de la parte de acera, que les correspondía, e incluso, a veces, de la calzada. Cada uno de ellos disponía de dos palas, una para la nieve y otra, de acero, para el hielo. No creo que fuera una norma, sino, más bien, un uso social, un rito con espíritu deportivo. Por lo mismo, con toda naturalidad, llegado el día de Acción de Gracias, todos los coches cambiaban sus neumáticos por otros de invierno. Este dispositivo era mucho más práctico que las cadenas de toda la vida, al menos para el tráfico urbano. Me pregunto si esos usos sociales no se podrían extender a España. Aquí, al contrario, es corriente la protesta de los vecinos porque el Ayuntamiento no les quita la nieve de las aceras, de la entrada de los garajes o de las casas. Es una idea muy distinta de entender la democracia y los servicios públicos.

La llegada de Filomena ha coincidido con el apogeo de la curva de contagios de la pandemia del virus chino. Por ese lado, ha venido bien como motivo de interés informativo. Entretenidos con los episodios de la gran nevada, las noticias sobre el crecimiento de los contagios del virus chino han pasado a segundo término. Recordarán que, aquí mismo, escribí hace quince días, que tendríamos un alza extraordinaria de víctimas de la dichosa epidemia. La predicción era fácil. Era la lógica consecuencia de la densidad de reuniones familiares y amicales de las Navidades. Todavía hay personas que niegan esta evidencia. Esta es la fecha en que hemos llegado al fastigio de la curva de víctimas de la pandemia. Y digo “fastigio”, y no, “pico”.


Errata: En un artículo anterior escribía yo sobre los “hecatonquiros, el monstruo de las cien cabezas”. Es claro que debía haber dicho “el monstruo de las cien manos”. Pido perdón por el desliz.
 

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