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Amando de Miguel

Desconfía, que algo queda

Lo más difícil es lograr un grado suficiente de "confianza en uno mismo", una virtud de naturaleza heroica.

La actitud de desconfianza es un hecho general en todas las sociedades. Por tanto, habrá que pensar en alguna función tácita, que cumple esa respuesta en el proceso evolutivo de la especie. Es una defensa natural desconfiar de las personas, que nos pueden hacer algún daño, aunque sea para mantener sus propios intereses. Es una situación corriente, incluso, entre individuos próximos y, en principio, simpáticos. Lo dice el pueblo: "Quien bien te quiere, te hará llorar". También, está la conseja, aún más brutal, de "no te fíes ni de tu padre".

Psicológicamente, es imposible confiar en todas las personas sin mayores distingos. Una actitud así, tan magnánima, solo podrían practicarla las almas cándidas, los santos; no abundan mucho. El resto de los mortales muestra una especie de desconfianza calculada respecto de los individuos próximos al sujeto. La razón es que, de esa forma, se crea una pantalla de seguridad, en previsión de las malas intenciones con las que uno pueda encontrarse. La situación descrita es tan normal que, incluso, algunos rubros comerciales sacan partido de ese esquema psicológico. Es el caso de las empresas, hoy en auge, que venden seguros o alarmas. El problema social y personal surge cuando esa táctica cautelosa se extrema, hasta el punto de convertirse en una verdadera obsesión o manía.

La disposición a ver mezquindad (o, incluso, amenaza) en el prójimo otorga una cierta justificación a los fracasos propios. Es el equivalente de una reacción tan común como echar la culpa a los demás de los reveses personales. Será una operación injusta o desproporcionada, pero, contribuye a alcanzar una cierta tranquilidad para el sujeto y su entorno inmediato.
Las transacciones comerciales al uso se basan en la confianza mínima de que no va a haber engaños. Pero, las trampas y socaliñas son corrientes, incluso, en las testamentarías con notario por medio. Habría que ver si no son respuesta a pasadas traiciones de los que ahora se ven agraviados. La operación de "ajustar cuentas" por pasadas ingratitudes está a la orden del día. Quizá, sea la consecuencia del uso de dos facultades, específicamente, humanas: la inteligencia y la memoria.

La defensa del sujeto consiste en establecer las relaciones de confianza dentro de su "círculo íntimo", esto es, los parientes, amigos, compañeros, vecinos, etc., siempre que sean de su elección. Fuera de ese radio, pulula el difuso "hombre muchedumbroso" (Unamuno) o la vulgaridad del "hombre masa" (Ortega y Gasset).

Las personas desconfiadas, en su forma externa, es porque les han dado muchos palos en la vida. No parece razonable pensar que los avatares de la biografía de uno obliguen a tratar a todos los individuos por igual. Parecerá injusto, pero, así es. Por tanto, el desconfiado se apoya en la experiencia amarga de una parte de su pasado; suele ser una persona talluda. El confiado se orienta, más bien, hacia el futuro; se corresponde, normalmente, con una persona joven o con poca experiencia.

Lo más difícil es lograr un grado suficiente de "confianza en uno mismo", una virtud de naturaleza heroica. Para ello hay que saber bien las flaquezas propias y aprender a disimularlas ante los demás. El proceso de una adecuada maduración de los adolescentes o los jóvenes consiste en lograr esa "autoconfianza". Hay quien no la consigue nunca. Suele ser el individuo que extrema la actitud desconfiada hacia los demás, digamos, por sistema. No es una conducta tan estrambótica como parece. Habrá que estar precavidos.

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