Menú
Amando de Miguel

El espectro del feminismo

'Homo' quiere decir "persona, ser humano" (del que se deriva en castellano 'hombre', que puede ser varón –vir– o mujer –'mulier'–).

El rasgo más pernicioso del feminismo, digamos, profesional o militante es que logra extender una actitud resentida respecto al sexo masculino. Se revela en otras muchas alteraciones caprichosas del léxico. Lo peor es que se hace de una forma mimética, copiando descaradamente de las tendencias que se han observado antes en los Estados Unidos. Curiosamente, tales aberraciones lingüísticas las han promovido en España las mismas personas que suelen repeler el modo de vida norteamericano.

Son innúmeras las ilustraciones que se puede citar. En inglés "mujer" se dice woman, pero la terminación man quiere decir "varón". Lo cual lleva al movimiento feminista de ese país a considerar la voz woman como una afrenta para las mujeres. Pero resulta que en inglés antiguo man significaba "persona, ser humano". Por tanto, en su sentido clásico, la palabra woman venía a significar algo así como "ser humano que se dedica al hogar". Algo así sucede también en el latín nutricio para nosotros. Homo quiere decir "persona, ser humano" (del que se deriva en castellano hombre, que puede ser varón -vir-o mujer -mulier-.

Lo malo es que en castellano se ha producido una evolución ideológica parecida por la prevalencia de la ideología feminista, que ya no sabe latín. Por tanto, se considera que hombre, como genérico, resulta despreciativo al excluir a las mujeres. De ahí que el problema se resuelva recurriendo a persona como genérico, que, además, para mayor ventura, es del género femenino. El extremo más ridículo es que ciertas palabras, como discapacitados, se convierten en el circunloquio "personas con discapacidad", o mejor, "personas con capacidades diferentes".

El rechazo del masculino genérico lleva a la tontería de tener que repetir "ciudadanos y ciudadanas", "catalanes y catalanas", etc. Es un recurso tedioso que, sin embargo, no se cumple para los sustantivos con un sentido afrentoso. Por ejemplo, no se oye decir "parados y paradas", "corruptos y corruptas", etc. El error de principio, por lo que se refiere a la falsificación del lenguaje, es que "machismo" se impone como desprecio, pero "feminismo" se muestra como encomio.

Todo lo malo de esos devaneos del léxico feminista es que se ha impuesto a la población española como producto de una importación fraudulenta del inglés norteamericano y un torpe mimetismo del feminismo radical. Una vez más, me acojo al diagnóstico del escritor irlandés C.S. Lewis: "La táctica diseñada por el Diablo consiste en sustituir el razonamiento por la jerga".

El problema es que la jerga feminista se impone a todo el mundo con una suerte de extraña autoridad. Hay que aceptarla porque, de no hacerlo, se arriesga uno a los anatemas de "machista" o "facha". No se trata de una desviación academicista, sino de algo más general y profundo. Los esfuerzos por adoptar la jerga feminista desplazan otros muchos que podrían hacerse en pro de la verdadera dignidad de la mujer. En cuyo caso se llega a la triste conclusión de que el feminismo actual, como auténtico movimiento de presión, acaba dañando a la mujer. La prueba es la presunción dominante de que una persona, por ser mujer, es más competente que otra parecida por ser varón.

Temas

En España

    0
    comentarios