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Amando de Miguel

El éxodo de universitarios no es lo que parece

En el fondo, nuestra debilidad en este terreno reside en la incapacidad de las universidades españolas.

Los jóvenes que se marchan al extranjero constituyen el objeto de las conversaciones cotidianas de amigos, parientes y vecinos. Todos conocen algún caso. Su ausencia se mitiga en el círculo familiar por la facilidad de comunicaciones que ahora tenemos. El Skype ha sido una bendición para las madres de estos emigrantes juveniles.

Teóricamente, la ideología de la izquierda tendría que alegrarse de ese éxodo de jóvenes universitarios. Es la demostración del fracaso de nuestra economía, tenida por "neoliberal". Por el contrario, la derecha debería lamentarse de esa pérdida de capital humano para la economía nacional. Además, el éxodo que digo tendría que significar una pérdida para la integración familiar, algo que añoran las personas conservadoras.

La argumentación anterior puede parecer lógica, pero la realidad nos indica que funciona al revés. Las personas de izquierdas se lamentan de la pérdida social que representa el éxodo de los jóvenes universitarios. En cambio, las personas de la derecha, por individualistas, se alegran de que así salgan adelante muchos jóvenes que no encuentran acomodo en España. Sufrirán las madres (algunas), pero ganarán los individuos.

La argumentación más equilibrada es que, de momento, el éxodo universitario supone una pérdida para la sociedad española. Pero, a la larga, tal movimiento supone una bendición individual y colectiva. El desarrollo de un territorio no importa tanto como el de las personas que en él han nacido. Tanto las corrientes inmigratorias como la emigratorias acaban siendo beneficiosas para todos. Pasa algo parecido con el comercio exterior. El signo de madurez de una economía no está tanto en la diferencia entre las exportaciones y las importaciones (el saldo comercial), sino en la suma de ambos rubros. Los países prósperos no son los que se encierran en sí mismos, sino los que importan y exportan mucho.

Precisamente, en el caso del éxodo de universitarios españoles lo que se echa en falta es que vengan tan pocos estudiantes extranjeros a España. Se excluyen los erasmus, que es más turismo cultural que otra cosa. Vergüenza da el hecho de que los hispanoamericanos prefieran ampliar sus estudios en Francia o en Inglaterra que en España. Y eso que aquí encuentran más facilidades para obtener una licenciatura o un doctorado.

En el fondo, nuestra debilidad en este terreno reside en la incapacidad de las universidades españolas. Se han convertido en una especie de lo que eran antes los institutos de enseñanza media. El ideal para los profesores, alumnos y padres de los mismos es que haya algún centro universitario en todas las poblaciones grandes. El cosmopolitismo que supone el éxodo universitario coexiste con el extremo provincianismo de los que se quedan en casa. Ni siquiera se produce hoy lo que era corriente en mi generación: que los estudiantes y profesores se trasladen con facilidad de uno a otro centro universitario. Puede que sea una desafortunada consecuencia del ingente desarrollo de las tecnologías de la comunicación, pero esa escasa movilidad es una verdadera desgracia.

Dentro de algunos lustros algunos de los emigrados volverán a España con más conocimientos y experiencia. Los que se queden en el extranjero será porque allí han podido medrar. Así pues, más que éxodo, el movimiento que digo es una suerte para todos.

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