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Amando de Miguel

Igualdad, ¿para qué?

El criterio de igualdad se establece políticamente. Se ve mejor por el polo negativo.

El valor de la igualdad no quiere decir que todas las personas sean equiparables o disfruten de la misma cantidad de bienes personales o materiales. Ese criterio resulta sencillamente estúpido. Es evidente que las personas son diferentes en todo. El criterio de igualdad se establece políticamente. Se ve mejor por el polo negativo. Se considera injusto o indeseable que persistan las diferencias entre las personas cuando se perciben como dañinas para una parte y pueden ser remediadas. En ese caso se razona que unos individuos satisfacen sus necesidades y aspiraciones mejor que otros, más allá de lo que posibilita su esfuerzo y su mérito.

Lo contrario de la igualdad es el privilegio, el favoritismo, el nepotismo, la oligarquía, el contraste entre lo que a unos les sobra y a otros les falta. La izquierda necesita aferrarse a la convicción de que en la sociedad española actual aumentan las desigualdades. Tanto es así que la convierte en axioma; es decir, no necesita demostración. Sin embargo, esa tesis es rematadamente falsa. Para empezar, se mide mal, puesto que no todos los indicadores de bienestar permiten cuantificarlos. Sin embargo, basta el sentido común para observar que las diferencias en el modo de vida entre los ricos y los pobres son ahora menores que en la generación anterior. No digamos si la comparación se extiende a varias generaciones. La misma conclusión se saca cuando el contraste se establece entre las regiones desarrolladas y las atrasadas.

En la sociedad española actual se considera que la desigualdad más digna de combatirse por los poderes públicos es la que se establece entre varones y mujeres. Pues bien, precisamente es esa oposición la que ha conseguido mayores grados de igualdad. La paradoja resulta escandalosa.

La idea de que ahora hay menos igualdad que antes se difunde con éxito porque la izquierda    necesita que se convierta en axioma para poder enquistarse en el poder. Mientras el vecindario crea que la desigualdad es creciente, más probable es que vote a la izquierda.

Hay otra razón oscura para explicar por qué la izquierda se empeña en difundir el error que digo. Cuando el público se fija en los aspectos de la desigualdad (que siempre son mejorables) deja de preocuparse por las libertades. Resulta que la defensa de la libertad tendría que ser el objetivo de los partidos de la derecha. Pero el hecho estupefaciente es que ningún partido representado en las Cortes Españolas se considera de la derecha. Todo lo más se dice alguno de centro-derecha, pero, da lo mismo, desprecia la consecución de más libertad. El hecho desgraciado es que el Estado actual cada vez ofrece más seguridad a cambio de ir recortando libertades. Ni siquiera se puede decir que la libertad de expresión haya alcanzado un grado aceptable.

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