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Amando de Miguel

La maravillosa solidaridad

La solidaridad ha vuelto a reverdecer como un movimiento de masas con ocasión de la invasión de Ucrania por los rusos.

La solidaridad ha vuelto a reverdecer como un movimiento de masas con ocasión de la invasión de Ucrania por los rusos.
La tienda madrileña Ucramarket se ha convertido en centro de recogida y símbolo de solidaridad. | C.Jordá

La solidaridad es, primariamente, un término jurídico: indica la obligación compartida con la otra parte. Se utiliza, de forma más común, como la voluntad de adherirse a una causa ajena, naturalmente, justa o plausible. Aún es más popular un sentido afectivo: el apoyo a otras personas o grupos en situaciones difíciles, por razones de principio más que de interés. Aunque, en el fondo, se introduce la divisa de hoy por ti, mañana por mí. Es una buena regla de convivencia civilizada.

En la España de hace más de un siglo, la tradición de la solidaridad se asociaba al movimiento anarquista. Como se trataba de un vocablo sesquipedálico, de difícil pronunciación, se recortó, popularmente, en la soli. Actualmente, el palabro se suele pronunciar con el acento en la primera sílaba: la sólidaridad. Es una licencia típica de los discursos o declaraciones oficiales.

En los años ochenta del pasado siglo, la versión polaca (solidarnosc) correspondió a un valiente sindicato antisoviético. El cual provocó la decadencia de la dominación comunista en la Europa del Este. En la España actual el marbete ha pasado a un sindicato asimilado a Vox.

En nuestros días, la solidaridad ha vuelto a reverdecer como un movimiento de masas con ocasión de la invasión de Ucrania por los rusos. En cuestión de un par de semanas se ha organizado el movimiento de varios millones de refugiados ucranianos, principalmente, en Polonia. Al final, han participado muchas personas y organizaciones de los diferentes países de la Unión Europea. La solución no ha reproducido el tradicional diseño de los campos de refugiados, un tanto abandonados a su suerte, como se ha hecho en otras ocasiones bélicas (el Sáhara, Siria, etc.). En este caso, ha brillado la auténtica acción solidaria de procurar hogares individuales de acogida para los refugiados. Asombra el derroche de expresiones de apoyo, económico y psicológico, que han recibido los millones de refugiados ucranianos. No hay otro ejemplo tan simpático (mejor que empático) en la reciente historia del mundo. Aunque los Gobiernos se han aprovechado, legítimamente, de ese movimiento solidario, lo cierto es que se trata de un conjunto de iniciativas de la sociedad civil. Contrasta con el acuerdo de los Gobiernos de la Unión Europea (realmente, Alemania y Francia) para retrasar sine die la incorporación de Ucrania a ese club de Estados europeos. Más discutible es la decisión de esos mismos sujetos para no enviar tropas a colaborar en la defensa de la maltrecha Ucrania. En su lugar, se han contentado con enviar algunas armas ligeras, más que nada para quedar bien. Preciso es reconocer que la Unión Europea, con toda su pomposidad, carece de ejército propio. Naturalmente, de esa debilidad se vale Rusia para invadir y arrasar el territorio ucraniano. Recuérdese que, como suele decirse, se trata del granero de Europa.

La cuestión práctica de las iniciativas de solidaridad es la sospecha de esta pregunta: esto, ¿quién lo paga? Ahí se esconde el secreto de su carácter admirable. El coste no debe incluirse en los presupuestos estatales; es mejor que se canalice por las ayudas particulares, de forma espontánea y altruista. Bien es verdad que los servicios públicos (sanidad, educación, etc.) pueden colaborar, pero, con un carácter periférico. Las campañas de solidaridad no deben ser la ocasión para que se luzcan los gobernantes. Aunque, quizá, sea pedir demasiado en un mundo donde, por delante de los principios, se sitúan los intereses.

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