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Amando de Miguel

La mayoría no tiene por qué tener razón

El artilugio de confiar en la mayoría vale solo como un artificio para acceder al poder o conservarlo.

Circula un argumento bien tonto para oponerse a la secesión de Cataluña: "Total, solo la quieren el 48% de los catalanes". ¿Les parece poco? Bien es verdad que no llegan al 80%, como ha sucedido en el caso de las independencias de otros Estados contemporáneos. Pero un 48% da que pensar. ¿Y si se alcanzara el 51%? No parece imposible.

El argumento estadístico no convence. ¿Y si el 51% de mi pueblo quisiera dejar de ser de la Comunidad de Madrid y pasar a la de Castilla y León? ¿Y si el mismo porcentaje se aplicara a tantas unidades territoriales? Por lo menos tendríamos asegurada una constante inestabilidad.

El artilugio de confiar en la mayoría vale solo como un artificio para acceder al poder o conservarlo. No es porque la mayoría tenga razón, sino porque acordamos que una regla tan sencilla facilita la vida, evita conflictos.

Otro falso juego de porcentajes es el del Gobierno que se forma con la unión de pequeños partidos. En realidad han perdido las elecciones, pero, si se coaligan, pueden sumar más votos (o escaños) que los recibidos por el partido más votado. No es una especulación. Acaba de suceder en Portugal. Cuando las barbas de tu vecino… No estaría mal que nos lo planteáramos para el caso de las próximas elecciones españolas. Es evidente que ningún partido va a sacar el 51% de los escaños. Pero entonces ¿podrían gobernar legítimamente dos o tres partidos minoritarios coaligados? Aritméticamente podría ser, pero significaría una burla a la democracia y a los votantes. Yo voto a un partido para que gobierne si puede, no para que se alíe con otro partido al que no quiero votar. En el supuesto que digo se obtendría un Gobierno con una mayoría, pero no tiene por qué aspirar a la razón democrática. Lo lógico es que dos o tres partidos coaligados no se entiendan, una vez que empiecen a gobernar. O que el resultado sea un maremágnum, como hemos visto en algunos consistorios municipales que han seguido la misma trampa aritmética.

Seamos sinceros. Lo que pretenden los dirigentes de los partidos dispuestos a coaligarse para gobernar no es la salud del pueblo, sino su propio medro. Se les nota demasiado que todo lo que hacen va en la dirección de llegar al poder, "asaltarlo", como dijo alguno más irresponsable. Mi consejo es que deberían disimular un poco las apetencias (legítimas, claro) de mandar. Me resulta sospechoso que haya tantas vocaciones para candidatos, para estar en las listas, cuando la carrera política dicen que es tan poco agradecida. Algo tendrá para que despierte tanta avidez. Y es que, aunque un candidato no sea del partido que gobierna o vaya a gobernar, ya ha entrado en el club, ya es un privilegiado. Eso es lo que cuenta. ¡Ah, la vanidad! Se dice en el Antiguo Testamento.

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