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Amando de Miguel

La pandemia insólita

La pandemia china parece cebarse en las naciones que integran la cultura occidental. Es una concentración un tanto caprichosa, difícil de explicar.

La gripe española de 1918 fue una verdadera pandemia (= enfermedad que se extiende por todo el mundo). La prueba está en que afectó, incluso, a la población esquimal, que resultó diezmada, al carecer de los anticuerpos o resistencias para el virus de la influenza. El conjunto de víctimas mortales, mal contabilizado, alcanzó, en todo el mundo, la cifra de varias decenas de millones.

Al lado de ese precedente de hace más de un siglo, la actual pandemia del virus chino no es tan letal, ni se extiende a todos los territorios del mundo, pero desarticula la economía de un modo sin precedentes. Aunque originaria de China, en esa nación se ha conseguido erradicar o contener la pandemia, al igual que en otros países de Asia y Oceanía.

La pandemia china parece cebarse en las naciones que integran la cultura occidental (Europa, las dos Américas). Es una concentración un tanto caprichosa, difícil de explicar. ¿No habrá algún factor constitutivo de índole genética? Bien podría ser, también, que algunos países asiáticos fueran más proclives a aceptar una especie de disciplina social, para las situaciones de confinamiento. Australia y Nueva Zelanda se ven favorecidas por una baja densidad demográfica.

El contraste geográfico demuestra que las medidas de confinamiento o aislamiento no han funcionado bien en Occidente. Asombra que, en la era científica, tengamos que recurrir a los métodos contra la peste, empleados en la Edad Media, los llamados “siglos oscuros”. Lo cierto es que en Occidente se han probado todo tipo de reclusiones y de medidas profilácticas, con un resultado decepcionante.

Lo escandaloso es que, a estas alturas de la historia, los humanos no hayan dado con un remedio científico para vencer al diminuto virus chino. Se habla de una hipotética vacuna, pero, de momento, es más una esperanza mítica (la panacea) que otra cosa. Cuando llegue la ansiada vacuna, el virus habrá tenido tiempo de mutar y nos enfrentaremos a nuevas cepas más agresivas. Es más, de todas las posibles vacunas (pues habrá varias), las más hacederas serán, probablemente, las provenientes de China o de algún otro país asiático. Habrá que pagar por ellas unas altas regalías, pues la investigación científica no es gratis.

En la epidemia de la gripe española, de 1918, su alta incidencia en Europa se atribuyó a un año muy lluvioso y al gregarismo forzoso de los movimientos de tropas. (Estábamos en las postrimerías de la Gran Guerra europea, luego llamada I Guerra Mundial). Tal conjunción de circunstancias es, ahora, irrepetible. Cierto que las pestes suelen afectar, más bien, a las grandes concentraciones de población, pero, en el caso actual, esa no es una explicación suficiente. Más valdría reconocer, humildemente, que los epidemiólogos y otros científicos no tienen ni idea de la estructura y funcionamiento del maldito virus.

Lo más probable (y menos deseable) es que nos encontremos a las puertas de una época de recurrentes enfermedades víricas, una triste réplica (a la inversa; lo digo por el tamaño) de los dinosaurios. Solo se podrá triunfar de la actual amenaza si se incrementa, sustancialmente, el gasto en investigación científica. De nuevo, hay que reconocer el adelanto que representa la posición de algunos países de Asia y Oceanía. Los occidentales andamos entretenidos con otras minucias; no digamos los españoles.

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