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Antonio Robles

¡A la hoguera con Savater y Carreras!

Ya quisiera yo que hubiera en España cien mil españoles como estos, en lugar de los cien mil hijos de San Luis amedrentando al personal desde las periferias nacionalistas.

Los linchamientos morales perduran persistentes en el tiempo. En las últimas semanas hemos asistido a la más clásica y burda simplificación interesada de las palabras de dos intelectuales: Fernando Savater y Francesc de Carreras, uno fundador de Ciudadanos - Partido de la Ciudadanía (C’s) y otro, fundador de Unión, Progreso y Democracia (UPyD). Sus presuntos pecados han sido el haber cedido en un debate televisivo a la tentación de un referendo consultivo, caso de Francesc de Carreras y, Fernando Savater por haber soltado en una mesa redonda la frase: "España me la sopla".

He leído y escuchado de todo sobre este asunto, y casi nada de lo leído era sensato, a excepción de sendos artículos de los autores defendiéndose de los ataques.

Por causas que no vienen al caso, nunca antes estuvo tan lejos la política de la filosofía. Desde los griegos, la filosofía busca apasionada e inagotablemente la verdad. Nada, absolutamente nada, ni el interés, ni el cálculo interesado, ni los prejuicios y creencias le apartan de su tendencia insobornable por la verdad. En el extremo opuesto, la desprecian políticos sin escrúpulos ayudados por la prensa afín. El fin de estos no es la verdad, sino la cadena de intereses y peldaños que ensartan y les llevan al control de los demás. Y, sin embargo, jurarían que su existencia está al servicio del bien, del juego limpio, de la democracia, de la transparencia y de las personas. Una forma de decir que están al servicio del pueblo; es decir, la forma pública de mentir. Nunca antes estuvieron tan alejadas la filosofía y la política: ya no se discuten ideas, se alistan rebaños para aniquilar con votos previstos la posición discrepante. Es la cordada del forofo: no es necesario pensar ni discernir nada, basta con arremolinarse alrededor del grupo y arremeter al unísono. Es aplicable a las propuestas parlamentarias, a los debates mediáticos, a las guerras internas de los partidos o a los partidos entre sí. Una verdadera derrota del pensamiento y, por ende, de la democracia misma.

El linchamiento de Francesc de Carreras y de Fernando Savater está adobado con ese corrosivo proceder político y periodístico. Un comentario y una frase; es decir, dos titulares sin contexto ni argumentos, casi sin voluntad de completarlo con la información que todo titular necesariamente ha de tener, han bastado. Y, de fondo, la búsqueda interesada de su ruina o de las formaciones políticas de las que han sido fundadores.

No importa que Francesc de Carreras haya explicado durante años en artículos y conferencias, o se haya comprometido pública y políticamente con la defensa de la legalidad constitucional que impide a las comunidades autónomas hacer referendos de autodeterminación; basta con una frase en un debate televisivo más o menos desafortunada para que le atribuyan otra de sentido muy distinto que nunca llegó a pronunciar. Conozco a Carreras, pero sobre todo conozco lo pesados que son los nacionalistas. La tentación de mandarlos a paseo o de soltarles: "para ti la perra gorda" cada vez que caen sobre uno con toda su aburrida pesadez, es humana y más en discusiones bizantinas sin más trascendencia que una más de las infinitas broncas mediáticas a que nos tienen acostumbrados.

Nunca llegó a defender, ni apoyar la celebración de referendos de autodeterminación o soberanistas, ni afirmó que la Constitución del Canadá establezca los referendos consultivos. Muy al contrario, dejó claro que el sistema constitucional español no permite el referendo de autodeterminación. Y lo que soltó –seguramente harto de tanto pesado nacionalista–, es la posibilidad de un "referendo consultivo que pueda tener en cuenta el Estado". Google nos permite ir a la fuente. Seguramente no debería haber caído en la provocación, pero es un intelectual, no un político acostumbrado a decir lo que el votante quiere escuchar. Para un intelectual no rigen esas reglas, para un intelectual, la regla es la complejidad del mundo y su comprensión. O sea, está más cerca de la filosofía que de la política.

Es la mala fe o la pereza intelectual de quien pretende cargar tintas o buscar daño por no ser el personaje santo de su devoción los que reducen el comentario a un titular, sometiendo la complejidad de su pensamiento a un slogan. Si repararan dos segundos y le preguntaran por el asunto cerveza en mano o mesa de conferencias por medio, seguramente les explicaría la imposibilidad de celebrar referendo alguno en el marco de la Constitución española actual; que el sujeto jurídico de ese derecho es todo el pueblo español y que no hay otra forma de llegar a tal referendo que la modificación de la Constitución a través de los mecanismos democráticos que ella misma contempla. Y si todo eso ocurriese y le picáis un poco más, lo mismo os escenificaba el laberinto estúpido donde nos meteríamos sin saber qué porcentaje debería ser suficiente para fundar derecho y obligación, qué abstención sería soportable para dar validez a tal referendo o por qué habría de celebrarse cada 20 años en vez de cada 120 en caso de salir negativo.

Pero como al perro flaco todo son pulgas, arrastra desde hace tiempo la leyenda de que en realidad esa concesión sólo es la evidencia de que no cree en Ciudadanos como partido nacional, sino como instrumento circunstancial para obligar al PSC a rectificar su deriva nacionalista. Méritos ha hecho en el pasado para dar credibilidad a esta hipótesis, pero aún así Ciudadanos es un partido donde él no es más que un militante; influyente, pero sólo un militante. Y en último extremo, si así fuera, tal idea era tan legítima como cualquier otra. Y les aseguro que en Ciudadanos escaso apoyo tendría, pues tenemos claro que el sujeto jurídico es todo el pueblo español y nadie, incluidos los lehendakaris broncas de turno, están por encima de la ley, sino sujetos a ella.

El caso de Fernando Savater, si acaso, es más claro. Quién conozca su obra, sobra todo comentario. Como defensor incansable de la Ilustración, entiende a cualquier Estado que sea digno de tal nombre, como un Estado democrático formado por ciudadanos libres y no por vasallos o súbditos. Él mismo dice: "Quienes defendemos la unidad del país y la igualdad de todos dentro de él –leyes iguales para todos y todos iguales ante la ley– lo hacemos porque sin unidad e igualdad no puede haber garantía democrática de nuestras libertades". España no se la sopla, si a ese Estado se refiere; al contrario, la vive desapasionadamente, como se deben vivir los espacios donde transcurren nuestras vidas, como el espacio donde se ha dado y se da su única patria posible: la infancia. Lo que se la sopla es ese concepto nacionalista basado en sentimientos atávicos, a menudo esgrimidos por ciudadanos de buena fe que han hecho de la patria un estremecimiento platónico de existencia natural y eterna que nadie puede cuestionar, pero a menudo también por patriotas descerebrados que toman a la patria como una extensión del útero materno cuyo cuestionamiento es motivo de pelea. Inútil hacer comprender a un nacionalista que lo es de manera circunstancial y por azar. Podría haber nacido en el país vecino y ser tan cerril en su defensa como en el desprecio que hoy le profesa por haber tenido la ocurrencia de haber nacido en el de enfrente.

Pero ¿qué importan estas sutilezas para quién está dispuesto a aprovechar la ocasión que le brinda el titular y arremeter contra el viejo enemigo intelectual o el nuevo adversario político?

No se le puede exigir a Savater que se coma las palabras; vive de recrearlas y multiplicarlas, de imaginar ideas y enlazarlas en abigarrados racimos llenos de sutiles pensamientos. Su actividad no es la publicidad, sino la filosofía, o sea, esa cosa que sirve para darse cuenta que no sabes nada de casi todo.

Ya quisiera yo que hubiera en España cien mil españoles como estos, en lugar de los cien mil hijos de San Luis amedrentando al personal desde las periferias nacionalistas.

En España

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