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Antonio Robles

¡Pandilla de sanchos!

Han sido cuatro décadas de renuncias, de consentimiento y de complejos.

Vaya mañanita la de este jueves 19 de diciembre. Nos desayunamos con la resolución de inmunidad para Junqueras y la completamos con la inhabilitación de Quim Torra para cargo público. La noche anterior la cerramos con la violencia incendiaria de tsunami democràtic. Todo viene del mismo frente, la Cataluña nacionalista. Es como si la hermanita adolescente trajera a toda la familia de cabeza.

Yo no sé a quién se le ocurrió decir que España es un país de quijotes. Ni siquiera sé si algún día lo fue, pero en este tiempo de compromisos sólo veo sanchos por doquier, como si la cosa no fuera con ellos. Y, en medio de la desolación, una pandilla de pillos territoriales sacando tajada de la dejación y la impunidad. Marcos mentales, relato. La nueva brújula.

Los medios nacionalistas daban cuenta del festín judicial como si el Barça hubiera tumbado al Madrid en el último minuto. De la inmunidad infieren la impunidad general del procés. Sus medios y tertulianos ya lo han dejado sentado. Meten en el mismo saco los delitos de sedición y malversación con la inmunidad parlamentaria. Como si un eurodiputado no pudiera ser juzgado por delito alguno. El Estado opresor había sido vencido: ¡viva la independencia unilateral!

Ya cuela todo. En el fondo tenemos lo que hemos permitido. Mientras el catalanismo entendió los nuevos tiempos de la posverdad y se dedicó sin escrúpulos a infectar con información interesada organismos políticos internacionales, a cebar con dinero a periodistas de medios extranjeros, a difundir noticias falsas de una realidad catalana victimizada, a engatusar departamentos universitarios en nombre de la democracia, los Gobiernos de España y nuestros intelectuales y medios ignoraron el fenómeno. Hasta los jueces en Europa tienen una visión inducida sobre lo que ocurre en Cataluña.

Ante sopapos como éste, cobran su justa dimensión la dejación, la irresponsabilidad y la cobardía de la nación entera. Han sido cuatro décadas de renuncias, de consentimiento y de complejos. Nunca se debió permitir que la corrupción de Jordi Pujol con Banca Catalana quedara impune en 1984, jamás se debió sacar a las víctimas de ETA por la puerta de atrás de la Iglesia, nunca se debió permitir que en nombre de la debilidad de una lengua se cercenasen los derechos lingüísticos de todos; el Estado jamás debió consentir que sus símbolos fueran eliminados en parte de su territorio soberano. Fuimos débiles, permitimos que nos convirtieran en extranjeros en nuestro propio país, dejamos que debilitaran el sistema escolar hasta diluir el esfuerzo, la capacidad, la responsabilidad, el respeto al conocimiento, y trocearlo como si fuera a la carta.

Ahora comprenderemos con detalle el inmenso error de Rajoy por no convocar elecciones ante una moción de censura perdida, y repararemos en los costes tan dramáticos del error de Rivera al negarse a pactar el Gobierno de España con Pedro Sánchez, a salvo de populistas y nacionalistas.

Nunca es tarde para tomar conciencia. La percepción que tienen muchos colectivos políticos, mediáticos y judiciales de la UE, en buena medida proviene de la guerra cultural que no hemos sabido contrarrestar.

El Tribunal Supremo no debería haber llevado el juicio a cabo como si tuviera que demostrar limpieza de sangre. El garantismo está bien, evitar al filibustero también. No ha sido el caso, y así nos va. Y si no, que se lo pregunten a Pedro Sánchez, siempre tan oportuno: ¿qué podíamos esperar de un tribunal europeo que ha de pronunciarse sobre cuitas de un preso si el presidente de nuestro propio país está negociando el Gobierno con él, condenado en la cárcel por sedición?

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