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Carlos Malpartida

Sálvame Montero

¿Qué fue el 15-M más que un gran plató de televisión con los indignados de figurantes haciendo la escena para que llegara Pablo Iglesias a dar el salto del tigre?

¿Qué fue el 15-M más que un gran plató de televisión con los indignados de figurantes haciendo la escena para que llegara Pablo Iglesias a dar el salto del tigre?
Mediaset

Llevo varios días inquieto con el tema del documental de Rocío Carrasco. Más que inquietud, siendo totalmente sinceros, es angustia existencial. Un drama interno. Una losa en el ánimo y en las zapatillas de andar por casa como si tuviera dos bloques de cemento de esos que te calza el tiempo para terminar de tirarte al río asegurándose de que no vuelvas y ni tan siquiera flotes. A raíz del anuncio del docudrama de la hija de La Más Grande, me he dado cuenta de que la nieta de la Chipionera tiene ya veinticuatro años y me ha entrado la angustia. Pero una angustia chunga de asaltar la nevera y comerme tres activias de una sentada con sus bífidus y todo. Sin mirar la etiqueta ni nada. Sean o no azucarados. A lo loco. La náusea de la que escribiera el tronista aquel novio de Simone de Beauvoir. Pero coño, cuándo me hice tan viejísimo.

Un mal descubrimiento, un nubarrón negro de presagios encima de la cabeza, a propósito de este tema. Además, Rocío Flores ya hace sus islas, sus platós, sus tómbolas y sus movidas televisivas y esto me ha pillado descolocado porque no estaba al tanto de su carrera. Impactado. He pasado del “como una ola tu amor llegó a mi vida” de la abuela al supuesto boxing de la nieta (ya saben aquello de la casta y el galgo) sin enterarme siquiera. En este nuevo capítulo de la batalla del siglo entre la Hijísima y el Tricornio, he de reconocer que no me desvivo ni por Antonio David (buen nombre para un culebrón) ni por Rocío. No tengo una opinión formada porque hay que tener estudios en esos mentideros o haberse visto varias temporadas. No es mi caso. A mí lo que me preocupa de verdad, lo que me tiene helado el corazón, es el hostión anímico que me he llevado. Les contaré que estoy por empezar a descontar los telediarios y los Deluxe por si empiezan a ser los últimos. Nunca se sabe cuántos Deluxe te pueden quedar antes de espicharla.

A nuestra ministra de Igualdad, la señora Irene Montero, no le ocurre lo mismo y ella no tiene dudas. Se ha liado la manta a la cabeza y ha creado toda una cruzada por Rocío Carrasco. Menudo movidón. Cristalino. Sentencia. Ya ayer por la noche estaba de imaginaria tuiteando de urgencia posicionándose a favor de Rocío. Escribo lo de “a favor” y me resulta raro, como si en esto de lo televisivo hubiera posibles bandos realmente enfrentados. Intuyo que cuando hablamos de televisión, con todo lo que de ficción tiene cualquiera de estos productos, todo está perfectamente medido y calculado. Pura comedia. Se equivocan los que denigran estos formatos, estos artefactos del entretenimiento, porque son claros ejemplos de eficacia y rentabilidad en continua implosión controlada. Hoy la ministra Montero ha vuelto a estirar el chicle participando en directo, una comadre más, sentada a la hoguera de ese cazuela mágica que es la parrilla de Mediaset.

¿Qué fue el 15-M más que un gran plató de televisión con los indignados de figurantes haciendo la escena para que llegara Pablo Iglesias a dar el salto del tigre o del tigretón? Lo de ayer y hoy de la ministra de Igualdad es un capítulo más (y no se pongan a contar porque les va a faltar dedos) de los innumerables ejemplos de esa alta charcutería –póngame las lonchas finas, que son para el sángüich– que son las televisiones al servicio de la propaganda. Y aun así y con todo, no termina de cuajarles el asunto y no llega para terminar de asaltar los cielos. Tanta épica para que al final todo se quede en doméstico, mundano, ojeroso, lacio. Esa tristeza de los siempre enfadados. Ese búnker de soledad que es el chalé, las mucamas acostando a los niños, mantita y la televisión de terapia donde ir mojando la soledad del domingo en el salseo de los Carrasco Flores. A lo Joaquín, er der Beti, con los chistes y La Isla de las Tentaciones pero con aureola musical y justiciera. Bien está. Es lo que tenemos. Sálvanos. Sálvate. Sálvame Montero. 

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