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Carmelo Jordá

¿A qué ministro echamos primero?

Hay muchos candidatos, pero yo creo que tres son los que están descollando y merecerían el premio gordo: Gallardón, Montoro y Margallo.

Yo pensaba, allá cuando los nombró, que los ministros elegidos por Rajoy eran, en general, de poco peso político. Ahora he cambiado de opinión: algunos, incluso el propio presidente, tienen tanto peso que son capaces de hacer naufragar al Gobierno, al PP y al país entero.

Llegados a este punto, intentando evitar el hundimiento final y con la vocación de servicio público que nos caracteriza, es imprescindible lanzar la campaña para echar, al menos, a uno de estos verdaderos reversos del rey Midas que, con perdón, todo lo que tocan lo convierten en mierda.

Lo difícil, eso sí, será saber por dónde empezar. Hay muchos candidatos, pero yo creo que tres son los que están descollando y merecerían el premio gordo: Gallardón, Montoro y Margallo. Repasemos sus méritos.

Gallardón juega con ventaja: llegaba al ministerio después de hundir en una miseria de 7.000 millones de deuda a la ciudad más importante de España; un hundimiento que con su salida de la mastaba de Cibeles se ha revelado todavía más aterrador y definitivo: no es sólo que los números rojos son todavía mayores –ya va por 8.000 millones y el agujero no deja de crecer–, sino que ha dejado la institución como si hubiese pasado por el Ayuntamiento no ya el caballo de Atila, sino toda una estampida de caballos de Atila.

Ahí está también el éxito de las tres candidaturas olímpicas de Madrid, y sobre todo el de las dos últimas, empeño personal del exalcalde. Y, por supuesto, ahí está también lo peor de todo –sí, peor incluso que la deuda de Madrid–, una reforma de la Justicia absolutamente impresentable, renunciando a todo lo que se supone que defendía el PP y tan liberticida que ni siquiera contó con el apoyo del PSOE.

¿Les parece que el de (in)Justicia es imbatible? Pues esperen, que ahí está Montoro, el ministro que más ha subido los impuestos en la historia de España y que, no contento con eso, ha dado una verdadera lección de chulería parlamentaria, rayando en el matonismo, al intimidar a políticos, deportistas o "creadores de opinión". Una actitud aguerrida que, miren ustedes por dónde, no ha tenido con las comunidades autónomas que se han pasado sus cifras del déficit y sus amenazas de intervención por el Estatut, dicho sea de forma fina pero para que ustedes me entiendan.

Pero lo peor de Montoro no es que nos haya salido chulo y cobardón a un tiempo, sino que nos ha salido torpe: sus previsiones no se han cumplido, sus subidas de impuestos no han llenado las arcas públicas y ya verán qué bien se va a cumplir el déficit a la carta, que es su última fechoría.

Elegiríamos al de Hacienda sin dudar, pero ahí está Margallo apostando fuerte por lo suyo. Un ministro que no es sólo capaz de meterse en cualquier charco, por profundo y enfangado que sea, sino que además ha alcanzado notables cotas de indignidad en cuanto ha tenido la oportunidad –Ángel Carromero, Evo Morales–, y eso sin contar ridículos como la Alianza de Civilizaciones, que, les recuerdo, seguimos impulsando tan felices.

La elección está difícil, yo les confieso que no sé a quién elegir, y además me siento mal por dejar fuera a hombres y mujeres de la talla de Fernández Díaz o Fátima Báñez. Es más, pensando pensando, estoy por decirles que igual el problema es el que ha diseñado esta colección de joyas, joyitas y joyones.

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