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Carmelo Jordá

El naufragio

No puede gobernar España un partido que es incapaz de gobernarse a sí mismo.

Finalmente, Cifuentes ya es historia desde el punto de vista político. Su caída ha tenido el inconfundible aroma a cloaca y vergüenza ajena de prácticamente todo lo que ha pasado y se ha publicado en el último mes, pero con una vuelta de tuerca que ha hecho el asunto aún más patético y la despedida más lamentable, más allá de lo que uno pensase de la propia Cifuentes y de su paso por la política.

Era una muerte anunciada, de la que sólo nos faltaba conocer el momento exacto —según la propia Cifuentes, ya había tomado la decisión, aunque por supuesto nunca sabremos si eso es completamente cierto—, pero aún así se ha hecho un esfuerzo más, el último, para acelerar el final.

Descontada como estaba la dimisión, lo más novedoso políticamente de este día es, precisamente, constatar el punto hasta el que llega la voracidad autodestructiva del propio Partido Popular, especialmente para un electorado que ha dado a los populares una larguísima colección de victorias electorales en Madrid.

Votantes que elección tras elección han entendido que el PP era la mejor opción para gestionar cuestiones tan importantes como la sanidad o la educación; votantes que en muchísimos casos siguieron confiando en los populares pese a tantas cosas; votantes que ahora asisten atónitos a un espectáculo que deja una reyerta entre bandas latinas a la altura de una noche de pijama de quinceañeras.

A las promesas incumplidas, a la gestión lamentable de los retos más graves a los que se ha enfrentado España en décadas, a la mentira sistemática y el compadreo permanente el PP une esta sensación de que algunos allí dentro son capaces de cualquier cosa, no ya por el poder, sino por las cenizas de un poder que cada día se antoja más improbable.

Esa sensación de que todo se viene abajo, de que los primeros que deberían hacer todo lo posible para evitar el naufragio llevan al Titanic de iceberg en iceberg y que ya no queda parte alguna del barco sin vía de agua, es mucho más letal que los casos de corrupción, porque lo que cualquiera entiende -incluso los que durante tanto tiempo han votado a los populares- es que no puede gobernar España un partido que es incapaz de gobernarse a sí mismo.

El PP transmite de una forma cada día más clara que todo ha terminado, que ya no son lo que fueron para lo bueno y son aún peores de lo que fueron para lo malo. Este miércoles ha dimitido Cristina Cifuentes, pero da la sensación de que ha acabado de hundirse algo mucho más grande.

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