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Cayetano González

La necesaria refundación del PP

El partido que en los últimos quince años ha representado al electorado de centro-derecha camina de victoria en victoria hacia su derrota final.

El partido que en los últimos quince años ha representado al electorado de centro-derecha camina de victoria en victoria hacia su derrota final. Una derrota que los actuales dirigentes del PP, con Rajoy a la cabeza, vienen trabajándose sin descanso y que, de seguir así las cosas, conseguirán con toda seguridad en las elecciones generales de finales de año.

Hace bastante tiempo que llegué a la convicción de que el actual PP no tiene remedio y de que con sus dirigentes es metafísicamente imposible que se renueve, que se regenere, que vuelva a tomar el rumbo que adoptó a raíz de su refundación en el Congreso de Sevilla de 1990, que le hizo llegar al Gobierno de la nación en 1996 y que le llevó a gobernar con éxito y eficacia durante dos legislaturas.

Después de oír la intervención de Rajoy tras la reunión del Comité Ejecutivo, no salgo de mi asombro al ver el esfuerzo, rayando la esquizofrenia, del todavía líder del PP de mantener, al mismo tiempo, que han ganado las elecciones pero que han perdido votos y que le hubiera gustado otro resultado pero que han sido el partido más votado. Y como guinda, dos anuncios: el todopoderoso césar del PP no tiene previsto hacer cambios ni en el Gobierno ni en el partido –lo debe de haber decidido esta pasada noche en La Moncloa, consultando con su almohada, que es un procedimiento muy democrático– y, ¡por supuesto!, que quiere ser el candidato en las generales.

Rajoy –¡qué poco acierto tuvo Aznar al elegirle como sucesor!– ha llevado al PP a ser una caricatura de lo que fue. Su renuncia, expresa y voluntaria, a hacer política, su abandono de los principios y valores que hicieron del proyecto ideológico popular un referente para muchos españoles que no confían en las recetas de los socialistas, y no digamos nada de las de los comunistas, ha tenido este domingo unas consecuencias demoledoras.

Resulta ridículo y patético que Rajoy se agarre como a un clavo ardiendo a que el PP ha sido el partido más votado, cuando todo ciudadano medianamente informado sabe de sobra que la pérdida de poder municipal y autonómico de los populares ha sido espectacular: si antes gobernaban con mayoría absoluta en once CCAA –salvo en Extremadura, donde lo hacían gracias al apoyo de IU–, ahora han perdido todas esas mayorías absolutas y muy probablemente sólo conservarán, sin son capaces de pactar con Ciudadanos, Madrid, Castilla y León, La Rioja y Murcia –amén de Galicia, donde no hubo elecciones autonómicas el domingo–. Es decir, el PP de Rajoy va a perder el Gobierno en seis comunidades: Valencia, Castilla-La Mancha, Baleares, Cantabria, Aragón y Extremadura, si el PSOE y Podemos, mas grupos como Compromís en la Comunidad Valenciana, llegan a un pacto, que llegarán.

En el terreno municipal, la debacle del PP no ha sido menor. Se han dejado por el camino dos millones y medio de votos y casi 4.000 concejales. Y en cuanto a ciudades importantes, a partir del próximo 13 de junio muy seguramente ya no habrá un regidor popular en plazas como Madrid, Valencia, Sevilla, Huelva, Cádiz, La Coruña, Santiago de Compostela y Valladolid.

Desde el punto de vista de un partido de gobierno, que debe tener una presencia relevante en todo el territorio nacional, el PP tiene una debilidad extrema en tres comunidades claves: Cataluña, País Vasco y Navarra. En Cataluña el PP es ahora la sexta fuerza política, con el 7,54% de los votos. En el País Vasco, la formación que lidera Arantza Quiroga está ya en la sima de los 100.000 votos (9,46%), ocupando la quinta posición y sobrepasada incluso por Podemos. Ahora bien, pueden esgrimir como consuelo que el alcalde de Vitoria durante la pasada legislatura, Javier Maroto, ha vuelto a ganar las elecciones con un buen resultado, al obtener 9 concejales y el 30,16% de los votos; resultado que los populares alaveses, comandados por Alfonso Alonso e Iñaki Oyarzabal, utilizarán en su batalla interna contra la guipuzcoana Quiroga.

En cuanto a Navarra, el PP es prácticamente un partido extraparlamentario: consiguió 13.000 votos (3,91% y dos escaños de los 50 que configuran el Parlamento Foral). En el Ayuntamiento de Pamplona no obtuvo ningún concejal. Desde la ruptura con UPN, el PP no ha levantado cabeza en un lugar tan importante para los nacionalistas, que tras los resultados del domingo están en condiciones de formar Gobierno y de esa manera poner en marcha el mecanismo para la integración de Navarra en el País Vasco.

Un panorama desolador para el PP, que se acentúa ante la incapacidad de Rajoy y del resto de sus dirigentes para reaccionar y dar la vuelta a la situación. Apostarlo todo a la recuperación económica abandonando los principios y las ideas que hicieron grande al PP, como la defensa de la libertad, de la vida y de la nación, tiene estas consecuencias.

Lo normal es que el PP sea desalojado totalmente del poder tras las próximas elecciones generales. Si, estando como está el PSOE, este partido es capaz de quedar a sólo medio millón de votos de los populares en las elecciones del domingo, no hace falta ser un fino analista para tener claras dos cosas: primero, con el 27% de los votos, que es lo que tuvieron los populares en las municipales, es imposible estar en disposición de formar un Gobierno mínimamente estable tras las elecciones generales de fin de año. En segundo lugar, si el PP se mueve en el entorno de esa cifra, eso significaría que la suma del PSOE, Podemos, lo poco que saque IU y los nacionalistas de todo signo sí que daría para un Gobierno, si no de mayoría absoluta, al menos con más diputados que los que pudiera reunir el PP.

Si este escenario se confirma dentro de seis meses, Rajoy se irá a su Galicia natal o a su Santa Pola registral con el gran logro y el inmenso honor de haber dilapidado en sólo cuatro años una mayoría absoluta de once millones de votos y el mayor poder municipal y autonómico que nunca haya tenido el centro-derecha en España.

Tendrá que afrontarse entonces, por una nueva generación de dirigentes, la refundación del espacio ideológico que se habrá quedado sin una referencia en el actual abanico de partidos. Esto ya pasó en 1982, cuando se hundió UCD, y aunque en ese momento AP recogió muchos votos del partido de Adolfo Suárez, fue necesario al cabo de ocho años refundar el espacio del centro derecha, y se tardó seis años más en llegar al Gobierno de la nación.

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