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Cayetano González

Sánchez es el problema del PSOE

Sánchez está sufriendo ya un auténtico calvario político. No puede pisar la calle, porque el riesgo que le abucheen, le silben o le increpen, es alto.

Sánchez está sufriendo ya un auténtico calvario político. No puede pisar la calle, porque el riesgo que le abucheen, le silben o le increpen, es alto.
Pedro Sánchez durante la cumbre de la OTAN celebrada en Madrid. | Cordon Press

Si todo lo que tenía Pedro Sánchez en el banquillo de su partido para intentar revitalizarlo después del batacazo en Andalucía, eran María Jesús Montero, Patxi López y Pilar Alegría, está claro que el PSOE es en la actualidad lo más parecido a un erial. No es que los sustituidos —Adriana Lastra, Felipe Sicilia y Héctor Gómez— fueran los Demóstenes del siglo XXI; más bien eran unos políticos mediocres —en el caso de Lastra con un nivel de indigencia intelectual considerable— sumisos a su amo, que es lo que se lleva ahora en el partido fundado por Pablo Iglesias.

Porque el problema del PSOE tiene un nombre: Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Desde su victoria en las primarias para ser secretario general, después de su salida abrupta, ha convertido a su partido en un instrumento personal para permanecer en el poder. Nunca antes se había dado una total ausencia de debate interno como sucede ahora. Nadie se atreve a llevar la contraria al líder, y este se encarga además de no dejar espacio para la crítica.

La crisis interna, de identidad, de saber hacia dónde va, que sufre el PSOE desde que Sánchez se hizo con las riendas del partido, no se empezará a resolver, si es que se consigue, el día que Sánchez deje de ser el secretario general. Para ello, tendrá que perder las elecciones generales y ser desalojado de Moncloa y seguramente de Ferraz. El actual secretario general de los socialistas ya no suma y es una rémora, desde el punto de vista electoral, para su partido. Sánchez está sufriendo ya un auténtico calvario político. No puede pisar la calle, porque el riesgo que le abucheen, le silben o le increpen, es alto.

En los últimos catorce meses, Sánchez ha sufrido tres derrotas que le han escocido mucho: en mayo de 2021 en Madrid, donde Isabel Diaz Ayuso ganó con comodidad y el PSOE quedó en tercer lugar, siendo superado por Más Madrid. En febrero de este año, la derrota llegó en Castilla y León, y hace poco más de un mes, el PP consiguió la mayoría absoluta en Andalucía, el feudo histórico del PSOE.

Dentro de diez meses, habrá elecciones municipales en toda España y autonómicas en trece Comunidades: en todas menos País Vasco, Cataluña, Galicia y Andalucía. "Vamos a por todas" arengó Sánchez a los suyos en el Comité Federal del pasado sábado, pero lo cierto es que las cosas no pintan bien para los socialistas. Pueden perder sitios donde ahora gobiernan —Comunidad Valenciana, Baleares, La Rioja— y tendrán que pelear mucho para mantener otros, como Aragón, Asturias o Castilla la Mancha.

Con este panorama electoral, a lo que hay que añadir el descontento social creciente por la situación económica que según la mayor parte de los expertos se agudizará en el otoño, no sería descartable que Sánchez se planteará un adelanto de las elecciones generales o, al menos, hacerlas coincidir con las municipales y autonómicas de mayo del próximo año. Al final hará lo que más le convenga a sus intereses, que no son otros que permanecer en el poder el mayor tiempo posible.

En ese escenario, los cambios que Sánchez ha llevado a cabo en su partido, o los que pueda introducir en el Gobierno a la vuelta del verano, son pura anécdota y no tienen ninguna trascendencia. El interesado lo sabe, pero se resiste a aceptar que su ciclo político ha entrado en su fase final. En cualquier caso, bien harían los partidos del centro derecha en no confiarse y en prepararse para unos meses electorales que serán complicados y donde los socialistas, Podemos y sus socios independentistas vascos y catalanes harán todo lo posible para que Sánchez siga en la Moncloa.

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