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Cristina Losada

Cuba: el escaqueo inaceptable

Si hay una opción inaceptable es la de mirar para otro lado cuando se reprimen protestas y avalar la propia propaganda dictatorial.

Si hay una opción inaceptable es la de mirar para otro lado cuando se reprimen protestas y avalar la propia propaganda dictatorial.
El exilio cubano se moviliza en Miami. | EFE

En dos entrevistas, una aquí y otra en Estados Unidos, ha expuesto Pedro Sánchez la posición del Gobierno sobre las protestas populares en Cuba y la represión con la que ha respondido, como de costumbre, la dictadura. En realidad, sobre la represión Sánchez no ha dicho nada. Quizá lo haga cuando ya no quede nadie por detener, nadie por juzgar de forma sumaria y nadie por enviar a prisión. Entonces, tal vez, se pronuncie. Por ahora, lo que tenemos por duplicado es la idea de que son muchos los factores por los que se protesta en Cuba, que es como decir: no vayan a pensar que sólo se protesta porque no hay libertad. Y, como segunda y audaz idea, la de que sería bueno que el Gobierno cubano permitiera las manifestaciones e hiciera reformas.

Hay una tercera idea fuerza: la del "camino" que deben encontrar los cubanos, "sin injerencias", para "poder disfrutar de los derechos y libertades". Los cubanos que quieren tener derechos y libertades se encuentran ahora mismo de camino a la cárcel, como tantas veces, pero el Gobierno de España no ha pedido su puesta en libertad inmediata, seguramente porque sería una injerencia descortés en los asuntos internos de una no democracia. De ahí que España no figure entre la veintena de países que acaban de firmar un comunicado pidiendo su puesta en libertad y proclamando que "la comunidad internacional no vacilará en su apoyo al pueblo cubano y a todos aquellos que defienden las libertades básicas que todas las personas merecen". No firma España, porque apoyar a los que piden libertades básicas le parecerá al Gobierno de una audacia tremenda y hacerlo al lado de Estados Unidos, una injerencia espantosa. Ni la admiración por Biden que siente –o sentía– nuestro Gobierno puede más que su deseo de evitarle molestias a la dictadura cubana.

No es España la única ausente de esa declaración, ni la única que practica la no injerencia. Los grandes países de la UE han eludido la iniciativa. La Comisión Europea sólo se ha pronunciado en los más suaves términos sobre las protestas, a través de su alto representante para los Asuntos Exteriores, Josep Borrell. En una comisión de la Eurocámara, Borrell tuvo además el detalle de culpar a Donald Trump de la situación que se vive en Cuba. Ya es una constante lo de culpar a cualquiera y a cualquier factor, menos al régimen cubano y a su política. Es probable que nunca como ahora haya tenido la dictadura castrista tantos aliados, entre las democracias europeas, para culpar a los Estados Unidos de las miserables condiciones de vida que sufre la mayoría de la población.

Ayudar desde fuera a que una dictadura deje paso a una democracia no es tarea sencilla. Se puede discutir sobre cómo hay que tratar a las dictaduras, y si la opción de la sanción y la condena es la más útil, cuando esa vía puede aumentar el padecimiento de la población. Pero si hay una opción inaceptable es la de mirar para otro lado cuando se reprimen protestas y avalar la propia propaganda dictatorial. Esa opción inaceptable es la que han elegido ahora una democracia como España y un club de democracias, como la UE, ante la dictadura cubana. Todo bajo el supuesto de que no conviene echar leña al fuego, y que hay que influir mediante la diplomacia. El resultado de la influencia de la UE en el régimen cubano está, dramáticamente, a la vista.

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