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Cristina Losada

El círculo vicioso de la desconfianza

La desconfianza tiende a encapsular a los votantes, a reducir sus opciones de confianza a 'los suyos'.

El partido Unión, Progreso y Democracia, que no consiguió representación parlamentaria en las elecciones de diciembre, acaba de poner una petición en change.org para que los diputados del Congreso devuelvan los sueldos que percibieron estos meses en razón de que no han hecho su trabajo. En declaraciones a este periódico, el dirigente de UPyD, Gorka Maneiro, dijo:

Pdimos a sus señorías que devuelvan sus sueldos porque han fracasado y porque han antepuesto sus intereses partidarios a los intereses de los ciudadanos en una campaña de cuatro meses subvencionada con dinero público.

La iniciativa de UPyD toca una fibra muy sensible durante estos años de crisis, una fibra que tocó dicho partido en su momento, que es la indignación con los sueldos de los políticos. La cuestión, bien manejada por los populistas más avezados, fue un elemento clave de su ascenso y de sus avances electorales, y, en consonancia, una de las primeras cosas que anunciaron los alcaldes de Podemos y asociados fue que se bajaban el sueldo. El caldo de cultivo de la demanda de esta suerte de voto de pobreza fue la idea, ampliamente extendida, de que los políticos eran los causantes de la crisis, pero no penaban como los demás mortales, sino todo lo contrario. Aunque esta adjudicación de la culpa de la crisis era errónea, resultó políticamente muy rentable para algunos de los que se dedicaron a la más fácil tarea de señalar culpables antes que a buscar soluciones.

En los meses transcurridos desde las elecciones, se ha abierto paso otra asignación de culpa a los políticos que es justo la que plantea la petición de UPyD: no han logrado llegar a acuerdos para formar gobierno, luego no han cumplido la tarea para la que fueron elegidos y para la cual les pagamos el sueldo. Como no han hecho su trabajo, que devuelvan el dinero: todos ellos. Esta es el primer aspecto extraño del asunto, la generalización de la culpa. Y no son los de UPyD los únicos que generalizan. Hay una corriente de opinión, que irá a más si se repiten las elecciones, que prefiere no distinguir a la hora del reparto y entiende que los cuatro partidos involucrados son culpables por igual.

De nuevo, es más fácil meter a todos en el mismo saco que examinar la conducta de cada uno. Pero lo interesante es el tema subyacente, que es la noción de que los políticos están completamente alejados de los intereses de los ciudadanos, y que no nos representan. Esto lo decían los del 15-M, pero lo dicen también, de otro modo, los nuevos regeneracionistas. Para unos y otros, el problema es que los políticos no responden a los deseos de los ciudadanos: que los partidos no vehiculan con autenticidad y fidelidad la voluntad de sus votantes.

Vale, bien, pongamos entonces el caso de la formación de gobierno y guiémonos por los sondeos, que es lo único que tenemos para conocer las preferencias ciudadanas. Según las encuestas, una amplia mayoría quiere que se llegue a un acuerdo, pero al tiempo resulta que hay mayorías en contra de cualquiera de los pactos posibles. Así, el último rechazo a una fórmula de gobierno no fue sólo fruto de la voluntad de una cúpula partidaria. Se preguntó a las bases de Podemos, y las bases, en un ejercicio de democracia directa notablemente sesgado por el enunciado de la consulta, rechazaron apoyar al gobierno que era factible: el fundado en el acuerdo PSOE-C's. La negativa de los dirigentes fue avalada por los afiliados. ¿Tampoco ellos representan a los votantes del partido?

La tradición de grandes coaliciones en Alemania es muy mentada como ejemplo modélico, pero no se menciona tanto que hay allí un grado de confrontación política mucho más bajo que en España. De hecho, uno de los factores que alimentan la confrontación es la desconfianza hacia los políticos, que siempre ha sido alta entre nosotros. La desconfianza tiende a encapsular a los votantes, a reducir sus opciones de confianza a los suyos: el votante del PP desconfiará radicalmente del PSOE y viceversa, el de Podemos sólo confiará en Podemos, y así sucesivamente.

Tenemos un círculo vicioso. Cuanta más desconfianza en los políticos, más se cierran los votantes de un partido a acuerdos con otros, y cuantos menos acuerdos se logran, más desconfianza hay en la política. Yo no sé cómo se rompe ese círculo vicioso. Sólo sé que con estos mimbres no es que sea difícil llegar a acuerdos: es que los partidos pueden temer, con razón, que sus votantes los penalicen por el acuerdo alcanzado. Culpar a los partidos de la falta de acuerdos para formar gobierno, obviando que responden también a las preferencias de sus votantes, refuerza nuestro círculo vicioso de la desconfianza.

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