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Cristina Losada

El idioma tóxico, según Castells

El ministro al que se tiene por intelectual ha vivido en Babia muchos, pero muchos años. Esa Babia suya tiene parentesco con el Matrix nacionalista.

El ministro al que se tiene por intelectual ha vivido en Babia muchos, pero muchos años. Esa Babia suya tiene parentesco con el Matrix nacionalista.
EFE

El ministro de Universidades sale poco a la palestra y es una suerte. Ha de serlo para él, pues había dejado escrito que no hacía falta un ministerio como el que decidió ocupar. Sus ausencias, en cierto modo, equivalen a la inexistencia que preconizó. Lástima que esta semana fue al Senado. Y habló. Dijo allí que excluir de la ley Celaá que el idioma español es también lengua vehicular de la enseñanza es un gran acierto. Dijo que al incorporar esa formulación en la ley Wert se había envenenado la convivencia en Cataluña, convivencia que antes debía ser de una rara perfección. Y sentenció: “No había ningún problema en Cataluña”. 

El ministro al que se tiene por intelectual ha vivido en Babia, obviamente, muchos, pero muchos años. Esa Babia suya tiene parentesco con el Matrix del nacionalismo, donde nunca hay un solo problema en Cataluña que no lo hayan provocado España, el Estado o Madrid. En el asunto del idioma es lo mismo por duplicado. El consenso de Matrix dicta que la exclusión del español no sólo no ha causado problemas, sino que ha sido una bendición. Que lo ha sido, en especial, para las clases populares de lengua materna española. Para ellas, tal es el consenso, la inmersión es como el premio Gordo de la Lotería, porque al desterrar su idioma, pueden integrarse en una sociedad más civilizada y más culta y hasta ascender socialmente, si son buenas y agradecidas.  

Los derechos de los ciudadanos, la Constitución, las sentencias del Supremo y del Constitucional: nada de eso conoce el ministro. Los conoce tan poco que dice que antes de 2013, año en que la ley Wert inyectó el veneno, no había ninguna indicación de que el castellano tenía que ser lengua vehicular en la enseñanza. Ninguna, dice. Como si la condición de lengua cooficial no fuera indicación suficiente. Como si no fuera indicación suficiente que es la lengua oficial del Estado y la común de los españoles. Como si tampoco fuera indicativo que es la lengua habitual de la mayoría de la población catalana. Cierto: pese a todas esas indicaciones, y a las sentencias de los tribunales, los Gobiernos nacionalistas catalanes - todos - han hecho lo que les ha dado la gana. Pero decir que no había indicaciones para que el español tuviera que ser vehicular es de una ignorancia suprema, que incluso en Castells, pasma y asombra. 

Es un clásico rancio del Matrix nacionalista que la inmersión está avalada por la ausencia de protesta. Por el hecho de que apenas nadie se opone. Porque, como decía Castells, ¡y por propia experiencia!, no había problemas. Eso mismo ocurre en las dictaduras. Pocos se oponen. Cuando el coste es alto. Cuando el camino es difícil. Cuando la presión del entorno es inmensa. Cuando hay una espiral del silencio. Los padres que han batallado contra la exclusión del español lo saben. Castells, al que le gusta contar que huyó de la dictadura franquista, debería saberlo. Pero tampoco. 

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