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Cristina Losada

La contrarreloj de Feijóo

Después de tantas victorias, Fraga se retiró derrotado. A veces hay que sacrificarse por el partido. 

Después de tantas victorias, Fraga se retiró derrotado. A veces hay que sacrificarse por el partido. 
Alberto Núñez Feijóo | EFE

Está mandado, cuando se habla de gallegos, meter en el artículo a la Santa Compaña y lo de la escalera. Pero aquí va a ser todo pura racionalidad galaica. Más, estando de luto como estamos. No por el PP, que a saber, sino por los marineros. Yendo, en fin, al caso que nos ocupa, resulta obligado repasar algún precedente, aunque sea en filas contrarias. Y hay un episodio que reúne las condiciones. Sucedió hace cinco años y pico, una eternidad en tiempos de la nueva política. Sólo lo recordarán los viejos del lugar. Fue la defenestración de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE.

Asediado por los malos resultados electorales y por los barones críticos, encabezados por la baronesa andaluza, a Sánchez se le dio el finiquito el primero de octubre de 2016 en un dividido y belicoso Comité Federal, en el que se cruzaron insultos, igual que sucedió entre los afiliados que se concentraron alrededor de la sede, donde tuvo que desplegarse la policía. Pero antes de que Sánchez diera por perdido todo y accediera a dimitir, se produjo, en medio de aquella marabunta, una aparición sorprendente. Fue la de una mujer que, a las puertas de Ferraz, sostuvo que era la "única autoridad" que había en el PSOE.

Se llamaba Verónica Pérez y su intervención fue inolvidable. Sus credenciales de autoridad consistían en presidir el Comité Federal, lo cual no constituye ningún cargo orgánico, sino que se elige al comienzo de cada reunión. A pesar de la débil coartada, fue Pérez, y aquellos a quiénes Pérez representaba, los que ganaron la partida. En las luchas intestinas valen todas las armas. Estratagemas al margen, ganaron porque eran más en el Comité de marras.

Donde los dirigentes socialistas que querían cargarse al líder recurrieron a la figura –y figurante–de una autoridad, los del Partido Popular, en un empeño parecido, se inclinan por la auctoritas de uno de sus veteranos. Es Núñez Feijóo quien encarnaría ese poder moral, basado en el prestigio y el reconocimiento, y el que sería capaz, por eso mismo, de sacar al PP del atolladero. Además, se le presupone que no es beligerante, y que al no formar parte "ni de los unos ni de los otros", puede poner paz donde hay guerra. O conseguir un armisticio.

La pregunta sobre si querrá asumir el papel se responde, como es natural, con un depende. Difícilmente le amarga a un político la dulce posibilidad de culminar su carrera en los destinos más altos. Y Feijóo ha dado señales. Comparado con otros barones del PP, es el que más ha hablado sobre política nacional a lo largo de los años. No mucho, cierto, pero lo suficiente para indicar que estaba ahí para más cosas que las propias de lo autonómico. Claro que si pasamos a la letra pequeña todo se complica. Máxime si el proceso para cambiar el liderazgo es de la ley a la ley, respetando estatutos y procedimientos.

A Feijóo no le puedes poner a competir en unas primarias al uso. El presidente gallego no va a coger un coche viejo, como Sánchez otrora, para recorrer las provincias pidiendo el voto, ni va a estar, como un principiante, en los típicos debates de candidatos. Eso es para la nueva política, y Feijóo es de los que quedan de la vieja. Preside una comunidad autónoma, no un grupito de Nuevas Generaciones. Y si el partido removiera estos obstáculos, aún quedaría el calendario. Cuando los socialistas se cargaron a Sánchez, las generales se acababan de celebrar y pudieron tomarse ocho meses para hacer las primarias. Ahora tocan generales a finales del 2023, si no se adelantan. Es una contrarreloj. De entrar en esta carrera, Feijóo haría el camino inverso al de Fraga, su mentor, quien, por cierto, se presentó a sus últimas elecciones porque se le dijo que sin él el fracaso era seguro. Fue cuando el PP perdió el poder en Galicia. Después de tantas victorias, Fraga se retiró derrotado. A veces hay que sacrificarse por el partido.

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