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Cristina Losada

Marchando una de langosta para Trump

Macron tiene la astucia suficiente para saber cómo hay que tratar al nuevo inquilino de la Casa Blanca.

El presidente Trump no es bienvenido en Londres. La Cámara de los Comunes así lo hizo saber. En cambio, Francia le ha invitado a la fiesta nacional del 14 de Julio. Verá el desfile en los Campos Elíseos junto al presidente Emmanuel Macron. Y a Trump, al contrario que a nuestro Rajoy ("el coñazo del desfile"), le gusta ver tanques y cazas. De hecho, quiso tenerlos en su ceremonia de inauguración. No pudo ser, pero verá el desfile francés, que no es mal sustituto.

Este gesto de Macron levantó críticas, al producirse después de que Trump sacara a EEUU del Acuerdo de París contra el cambio climático. Pero es inteligente. Como sugirió un portavoz del Gobierno francés, hay dos alternativas con Trump: o dejar de hablar con él porque se porta mal, o incorporarlo a la peña. Aislar al presidente de la primera potencia del mundo no parece la mejor de las opciones. Es preferible, más cuando hablamos de un personaje volátil, tratar de ejercer alguna influencia sobre él.

Macron empezó su relación con Trump con un apretón de manos que se convirtió en un pulso, pero tiene la astucia suficiente para saber cómo hay que tratar al nuevo inquilino de la Casa Blanca. Por eso, no sólo le ha invitado al desfile del Día de la Bastilla. También le invita a cenar en el exclusivo restaurante Le Jules Verne, sito en la Torre Eiffel, y gestionado por el archifamoso chef Alain Ducasse, quien por cierto tuvo que cerrar hace años su restaurante en Biarritz por los ataques de los terroristas abertzales del País Vasco francés. En Le Jules Verne no le van a poner a Trump los chuletones regados con ketchup que le gustan, sino langosta azul, caviar y otras exquisiteces. Francia, que siempre ha tenido una gran influencia civilizatoria en los asuntos del savoir-vivre, va a empezar a civilizar a Trump por la comida.

Toda esta diplomacia de Macron es una señal más de su manera de entender la presidencia. Porque Macron, al contrario que su predecesor y jefe, François Hollande, no cree en una "presidencia normal". Tampoco creía en ella Sarkozy. De hecho, en el debate electoral, reprochó a Hollande que hiciera campaña diciendo que iba a ser un presidente "normal". Oiga, le soltó aproximadamente Sarko, un presidente de la República no es alguien "normal", De Gaulle no era alguien "normal". Le faltó decirle: si es usted tan normalito, quédese en su casa.

Pero Sarko perdió aquellas elecciones, como suelen perder hoy quienes se muestran extraordinarios en algo, en lugar de fingir que son como el hombre de la calle, tan corrientes y molientes como cualquiera de nosotros. Como Zapatero, cuando le dijo a su mujer: "No sabes, Sonsoles, la cantidad de cientos de miles de españoles que podrían gobernar". Ahí, sin sospecharlo, anticipó ZP el asamblearismo del 15-M que se llevó por delante a su partido, y todo ese menosprecio de corte y alabanza de gente que predican, de puertas afuera, los podemitas.

Sylvie Kauffmann, periodista de Le Monde, dice que Macron, a quien le interesa la Historia –al contrario que a Trump–, piensa que la visión que tienen los franceses del cargo presidencial está marcada por "el trauma monárquico": el guillotinamiento de Luis XVI durante la Revolución Francesa. De ahí que abogue por una nueva forma de "autoridad democrática", impregnada de significado, simbología y sentido de la Historia. Su modelo es una presidencia jupiterina, algo en lo que también suena el eco de Mitterrand, que trató de recuperar popularidad tomando distancia, apareciendo sólo en momentos decisivos para lanzar entonces, con mayor impacto, su rayo.

La nueva pompa de la que Macron ha rodeado a la presidencia ya tiene detractores. Los tiene, incluso, su retrato oficial, en el que el diario Libération ha visto señales claras de una "visión teológico-política del poder". Pero yo celebro que Macron se arriesgue a contravenir la norma de la normalidad fingida. Es un indicio más de que no pasa por el aro del populismo en boga. Y si con esa pompa consigue impresionar a Trump y, vía langosta, lo civiliza un poco, miel sobre hojuelas.

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