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Cristina Losada

Odiados queridos partidos

Es llamativo que se hable tanto de los partidos y tan poco de las propuestas políticas.

A los comentaristas políticos nos resulta muy útil traer, de vez en cuando, de visita a un marciano. El que he traído yo con plaza de observador visitante tenía una misión trabajosa, aunque puede parecer liviana: leer la prensa, oír la radio y ver la tele cuando se habla de política, y echar un vistazo a las encuestas y barómetros que aseguran, invariables desde hace años, que los españoles consideran que uno de los principales problemas del país son los políticos, los partidos y la política. Bien, pues hay algo que mi marciano ha tenido que captar enseguida. Algo que no cuadra. ¿Cómo es posible que se tenga tan mal concepto de los partidos y no se deje de hablar de ellos? Misterio.

La conversación política española gira alrededor de los partidos con aplicación y constancia asombrosas. Quizá haya estado siempre centrada en ellos; también cuando solo teníamos dos con los que entretenernos. Pero salta a la vista, como habrá percibido el marciano si cumplió medianamente, que el interés por los partidos ha crecido una enormidad desde que se los señaló como causantes de grandes problemas. Porque si el interés del público no hubiera crecido, difícilmente se entendería que las noticias y comentarios sobre lo que dicen, lo que hacen y dejan de hacer los partidos ocuparan tanto espacio informativo. Por no hablar de la atención meticulosa que se presta a sus trifulcas, disensiones y movidas internas. En el culebrón partidario, esos son los asuntos que más fascinan. Al punto de que las luchas intestinas garantizan una cobertura extra en prensa, teles, tertulias, redes y barras de bares. Hay algunos partidos de los que tenemos noticias frescas cada día sólo por sus líos.

A lo mejor, la paradoja que avistaba el marciano no es tal y los partidos son los protagonistas estelares de la charla política precisamente por la aversión que despiertan. A fin de cuentas, esa aversión es el resultado de una decepción, y una decepción tan notable indica que se esperaba mucho. Demasiado. La otra cara de la creencia en que los políticos son el problema es la creencia en que son la solución. Tan es así que las corrientes de opinión que más fieramente acusan y condenan a los políticos pueden acabar apoyando a un político más demagogo y populista que los demás, creyendo que va a resolver todo de un plumazo.

Es llamativo que se hable tanto de los partidos y tan poco de las propuestas políticas. Pero si dedicamos horas a Susana y Pedro, a Errejón y Pablo, y así sucesivamente, será por algo. La clave se coló antes: entretenimiento. Vemos la política como espectadores. Los partidos proporcionan material para la obra: los personajes, los enredos, las meteduras de pata, las salidas de tono, los enganches, las réplicas y contrarréplicas. No hay color entre ese espectáculo y desmenuzar, pongamos, una reforma fiscal. Hasta el marciano estará conmigo en esto. Ver el espectáculo no compromete a nada, tampoco a tener mejor opinión de los protagonistas. Se saldrá diciendo que todos son iguales: igual de malos. El espectador no tiene arte ni parte en la obra. Y la política como espectáculo le conviene porque se siente, y quiere sentirse, ajeno a ella.

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