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Cristina Losada

Un acto de enaltecimiento

Los socialistas deben dar por sentado que es más difícil dotar a Sánchez de credibilidad como gestor que destruir la que tiene el líder del PP.

Los socialistas deben dar por sentado que es más difícil dotar a Sánchez de credibilidad como gestor que destruir la que tiene el líder del PP.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), interviene en el pleno del Senado celebrado este martes en Madrid. El cara a cara en el Senado entre el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, da inicio a un curso parlamentario marcado por las elecciones autonómicas y locales de mayo y por la situación económica y energética, condicionada por la guerra en Ucrania. | EFE

El cara a cara de Sánchez y Feijóo en el Senado fue, en lo esencial, intrascendente. No salió de allí ninguna novedad política. Menos aún un curso de acción para hacer frente a la crisis energética e inflacionaria mínimamente consensuado entre el primer partido del Gobierno y el principal partido de la oposición. La utilidad del lance quedó limitada a que los dos dirigentes se midieran y constataran que son como el agua y el aceite: uno es del plan antiguo y el otro, del desestructurado. Sería bonito hablar de un duelo al sol entre dos tiradores igualados, ambos hábiles, experimentados y diestros en el arte. Pero lo que se vio fue, ante todo, la disparidad.

Del lado socialista, se hizo del cara a cara un acto de enaltecimiento del líder. Allá fue todo el Gobierno de claque. Los continuos aplausos decretaron el imperio de la trivialidad. Era notorio que se quería mostrar que el presidente está fuerte. Más fuerte que nunca. Cuanto peor las encuestas, mejor está. A malos tiempos, ya se sabe. Pero tanta celebración resultaba mosqueante. ¿No se estaba hablando de crisis? Se exhibieron uno tras otro los regalos que ha hecho el Gobierno al pueblo para que la sobrelleve con más alegría, y se hizo desfilar con orgullo a la desordenada comparsa de cheques, bonos, ayudas y becas. Se quiso perfilar el futuro, pero se lo presentó confuso y emborronado. Se dijo que había tres escenarios posibles y, a la vez, que no se sabía que iba a pasar. Nadie lo sabe, ni Putin, se le oyó al presidente. No era "o yo o el caos", sino "el caos también somos nosotros".

El presidente sólo fue él mismo cuando abandonó el papel presidencial y se ciñó al ataque contra Feijóo. Los socialistas deben dar por sentado que es más difícil dotar a Sánchez de credibilidad como gestor que destruir la que tiene el líder del PP. Pues buena suerte, como dijo aquel. Pero las guerras de propaganda son así, y además inevitables y horriblemente monótonas. El problema aparece cuando no hay otra cosa y se sustituye toda la acción gubernamental por la guerrilla de las frases, vicio que es consustancial a la "nueva política" en la que Sánchez aprendió a afilar sus armas.

La política sólo hizo una aparición en este duelo, y fue cuando Feijóo lanzó una oferta sólida y envenenada: rompa con sus aliados, cese a los ministros que no ha nombrado y a los que no están a la altura de las circunstancias, y busque apoyo en el partido que es la alternativa. La insólita aparición de la política en medio del barrizal se reconoció sólo por el silencio que se hizo en la Cámara mientras estuvo ahí, un par de minutos, brillando de forma amenazante ante los sorprendidos colegiales. ¿Qué será eso?, se habrán preguntado. Tanto se ha perdido la costumbre de verla que cuando sale a escena ni siquiera despierta reacción o respuesta, más allá del silencio estupefacto y alarmado. Pero enseguida se apagó el brillo, se extinguió la sorpresa y la política, que no está para tontadas, pasó de largo.

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