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EDITORIAL

Casualidades que suenan a complicidad

Todas las alarmas deberían encenderse cuando, mientras los terroristas se quitan las máscaras, el Gobierno se afana en volvérselas a colocar.

Aunque generalmente hablemos de "tregua trampa" para referirnos a esos períodos de tiempo que la banda terrorista aprovecha para reorganizarse y obtener favores políticos, lo cierto es que ETA suele ser bastante diáfana en sus deleznables posiciones. Son otros quienes se colocan las trampas para caer en ellas o, mejor dicho, para que los españoles caigamos en ellas.

Sin ir más lejos, el comunicado que ayer emitió la organización criminal coincidiendo con el Aberri Eguna debería bastar para enterrar cualquier falsa expectativa de que ETA pretende abandonar la violencia. Nada más lejos de la realidad: ETA sigue exigiendo la independencia del País Vasco, continúa exaltando a sus asesinos, no se arrepiente de sus crímenes y reconoce que Bildu es su instrumento para continuar en las instituciones. Todas sus cartas están encima de la mesa; es el Gobierno quien se niega a verlas o, más bien, a que nosotros las veamos.

Sin duda, tanta ceguera voluntaria sólo da que pensar en complicidad. Esa misma complicidad que impregnó toda la primera legislatura y que, según nos repite hoy el Gobierno –como también nos lo repetía hace cuatro años–, no existe en estos momentos. ETA incluso ha pasado a utilizar el mismo lenguaje de Zapatero, un guiño a que las mentiras, las manipulaciones y las cesiones de la pasada legislatura podrían perfectamente estar repitiéndose en la actualidad.

Mayor Oreja no sólo tiene todo el derecho del mundo, sino toda la experiencia y la sensatez, de sospechar: De Juana Chaos, el Faisán, Troitiño y Bildu parecen todos ellos notas de una misma partitura. Puede que, aceptando las excusas del Gobierno, sólo sean coincidencias, frutos de la torpeza y no de una pactada maldad, pero lo cierto es que, aun en ese caso, sólo un Ejecutivo que ha relajado, descuidado y arrinconado enormemente lo que debería ser una ofensiva sin cuartel contra una banda terrorista puede cometer torpezas tan graves y reiteradas sin que, en apariencia, les importe demasiado.

Todas las alarmas deberían encenderse cuando, mientras los terroristas se quitan las máscaras, el Gobierno se afana en volvérselas a colocar. De momento, el saldo no puede ser más desolador: ETA no ha dado la más mínima muestra de rendirse incondicionalmente y los terroristas siguen saliendo a la calle (o no entrando en las cárceles) y sus apéndices políticos colándose en las instituciones. Si no estamos inmersos en una nueva ronda de negociaciones, esto se le parece mucho.

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