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EDITORIAL

España no puede dar la espalda a Venezuela

España debe situarse inequívocamente junto a los demócratas venezolanos y denunciar con contundencia al régimen tiránico y criminal que los subyuga.

Para España, Venezuela no es un país cualquiera. Nos unen evidentes vínculos históricos, la pertenencia a una misma comunidad cultural y multitud de desarrollos económicos y empresariales; y son cientos de miles los venezolanos de origen español que están padeciendo los desmanes del tirano Nicolás Maduro.

España viene estando muy implicada en la pavorosa realidad venezolana, a menudo de maneras harto infames: ahí están los casos de dirigentes podemitas que han asesorado a la dictadura chavista y se han lucrado mientras el pueblo venezolano era sometido a un salvaje despojo; y la nefasta participación de Zapatero en un diálogo-trampa con el que el régimen liberticida sólo quería ganar tiempo y crear división entre los demócratas venezolanos.

No se trata de crear cortinas de humo ante determinadas noticias o situaciones nacionales, tal y como dicen los miserables que se han beneficiado de ese régimen abominable y sueñan con implantar aquí uno similar, sino de cumplir con las obligaciones que ha de tener España ante un país como Venezuela en materia de defensa de la democracia y los derechos humanos.

En este sentido, hay que ser mucho más exigente con el Gobierno y su hasta ahora completamente inoperante ministro de Asuntos Exteriores. Tal y como ha apuntado este jueves muy oportunamente Albert Rivera, una vez que es evidente que el diálogo-trampa ha fracasado, que se puede constatar no sólo que "no hay diálogo", sino que lo que hay es "represión y tiranía", España está obligada a volcarse con quienes están siendo asesinados en las calles de Caracas por pedir que se respeten sus derechos constitucionales.

España –como Estado y como sociedad– debe situarse inequívocamente junto a los demócratas venezolanos y denunciar con contundencia al régimen tiránico y criminal que los subyuga. Han de ser los partidos políticos y el Gobierno –y el Rey, cuyo prestigio y fuerza moral son considerables en toda Iberoamérica– los que conviertan ese impulso en una posición diplomática que deje claro que la inmensa mayoría de los españoles quiere para Venezuela lo mismo que para España: democracia, libertad y prosperidad. Y, sobre todo, que estamos verdaderamente dispuestos a ayudar a los venezolanos a conseguirlas.

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