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EDITORIAL

La fosa moral de Marlaska

La indecencia del ministro del Interior parece no tener límite.

La indecencia de Fernando Grande Marlaska parece no tener límite: el ministro del Interior no pierde una oportunidad de cavar más y más hondo en su desprestigio político y, desde hace ya bastante tiempo, incluso personal, pues en su caso a la incapacidad evidente para gestionar un ministerio de tanta importancia se unen actitudes y comportamientos intolerables.

Fichado como una de las estrellas de aquel Gobierno bonito que tan pronto se marchitó, pocos ministros han sufrido un deterioro como el suyo, y eso que se trata de un Gabinete tan quemado que Pedro Sánchez tuvo que cambiar a la mitad de sus componentes a mitad de legislatura en una crisis ministerial sin precedentes.

La lista de sus escándalos es larguísima y variada: desde la destitución irregular de altos cargos como el coronel Pérez de los Cobos, que ha sido declarada ilegal por la Audiencia Nacional, a su oscuro papel en las infames cartas con supuestas amenazas de la campaña electoral de Madrid, pasando por la justificación de agresiones a rivales políticos, como hizo en su día con Ciudadanos y en más ocasiones con Vox.

Hay que reseñar que en su trato con los de Abascal el todavía ministro no ha podido ser más ruin y sectario: no sólo es responsable de unos dispositivos policiales cuyo propósito era que los alborotadores lograsen impedir la celebración de actos del partido verde, sino que después ocultó, por repulsivo interés electoral, datos muy importantes de investigaciones policiales que tenían gran relevancia política: recuérdese cómo hasta varios días después de su detención no se supo que algunos de los detenidos por los altercados en el mitin de Vox en Vallecas estaban directamente relacionados con o a sueldo de Podemos.

Y si lo anterior no fuese suficiente, Marlaska ha aprovechado cada oportunidad que ha tenido para usar contra los rivales del PSOE investigaciones policiales en marcha, con una ausencia de ética sólo comparable a su imprudencia, pues, como se ha visto esta semana, cargar contra la oposición a cuenta de una falsa agresión homófoba acaba teniendo un coste elevado para el intoxicador.

En cuanto a su sórdida política penitenciaria, ha estado infestada de cortoplacismo político y claramente al servicio de los intereses de Sánchez y sus socios, lo que le ha llevado a trabajar para los mismos etarras contra los que, en otra época ya muy lejana, luchaba desde la Audiencia Nacional.

A las canalladas políticas hay que añadir las tremendas chapuzas en la gestión, la penúltima de las cuales fue verdaderamente abracadabrante: un ministro exjuez saltándose a la torera las disposiciones legales para llevar de vuelta a Marruecos a unos menas (Ceuta) y, finalmente, viendo cómo un juzgado local le enmendaba la plana.

Ningún titular del Interior ha acumulado tal cantidad de escándalos y errores y, sobre todo, exhibido una actitud tan sectaria y antidemocrática, que le ha llevado a poner el ministerio al servicio de un partido y no de los españoles. Si esa actuación rastreramente partidista sería intolerable en cualquier ministro, en el responsable de las fuerzas de seguridad es especialmente sangrante.

Pedir la dimisión de una persona que ha perdido cualquier rastro de respeto por sí misma es probablemente un ejercicio inútil, pero cada día que Marlaska siga como ministro sólo puede servirle para cavar más en la fosa de corrupción moral y desprestigio en la que ya es imposible reconocer a un hombre que tiempo atrás era respetable y respetado.

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