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EDITORIAL

Podemos y la prensa genuflexa

Ni las amenazas ni los insultos directos a un periodista llevarán a sus compañeros a dejar de actuar como lacayos genuflexos de los podemitas.

Los ataques de los líderes de Podemos a la prensa libre no son algo novedoso, a pesar de que en la profesión finjan haberse dado cuenta de esa pulsión totalitaria tras el último incidente protagonizado por Iglesias.

El líder supremo podemita tuvo un lapsus momentáneo esta semana, que le llevó a decir lo que realmente piensa de la libertad de expresión. Iglesias ya había dejado claro en numerosas ocasiones anteriores que el proyecto político de Podemos es incompatible con la existencia de medios independientes, pero es cierto que en los últimos tiempos se había cuidado mucho de ocultar ese pilar fundamental de su pensamiento político.

Sin embargo, su presencia en un acto universitario, el ámbito sedicentemente académico en el que ha cimentado durante años su visión totalitaria, le llevó a abandonar momentaneamente la discreción de la que ha venido haciendo gala y, sin más, arremetió contra el redactor de un diario nacional, al que acusó de ser un lacayo al servicio de poderes inconfesables.

Sólo en esta ocasión la profesión periodística parece haber comenzado a salir de su letargo, en el que ha permanecido voluntariamente durante meses mientras los chavistas españoles amenazaban a banqueros, empresarios y otras profesiones, lanzaban sus soflamas revanchistas contra "los de arriba" o vomitaban odio contra las personas de derechas o los católicos.

Ahora bien, todo parece indicar que esta pequeña rebelión de la prensa va a ser un gesto momentáneo sin mayor recorrido informativo. Sólo hay que comprobar la tímida reacción del medio directamente ofendido para adivinar que el romance entre algunos periodistas y los podemitas está muy lejos de haber concluido.

Para los anales quedará este último episodio, en el que ni las amenazas ni los insultos directos de un líder político a un periodista han llevado a sus compañeros a plantearse la necesidad de abandonar su papel de lacayos genuflexos de una banda de totalitarios, cuyos líderes ya no necesitan ocultar su deseo de acabar con los medios de comunicación que les siguen jaleando con vocación estúpidamente suicida.

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