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EDITORIAL

Una despedida que no es un abandono

El Papa está al servicio de la Iglesia, y no ésta al servicio de aquél.

A las ocho en punto de la tarde del jueves se produjo lo que bien podríamos considerar la mayor renuncia al poder jamás escenificada en la historia. Por vez primera en más de 700 años, un hombre dejaba por voluntad propia de ser vicario de Cristo en la Tierra, obispo de Roma, jefe del Estado vaticano y depositario de la jurisdicción absoluta que corresponde a la potestad del sucesor de Pedro. Tras exactamente 2.873 días al frente de la Iglesia Universal, Benedicto XVI renunciaba con "total libertad" para ser un "simple peregrino" que mostrará "reverencia y obediencia incondicional" al que haya de sucederle.

Benedicto XVI insistió en dejar claro que nadie tiene que temer que vaya a haber una bicefalia en el Vaticano, ni que como pontífice emérito vaya a influir en la labor de su sucesor. Benedicto XVI ya había dicho antes que seguirá estando próximo a su Iglesia a través de la "oración".

Con su renuncia, Benedicto XVI ha dado un ejemplo máximo de desprendimiento del poder, y demostrado que el Papa está al servicio de la Iglesia, y no ésta al servicio de aquél. La función del sucesor de Pedro es servir; el suyo es por eso denominado servicio petrino. Hasta el pasaje evangélico del día en que se ha despedido es una exhortación en ese sentido: "El primero entre vosotros será vuestro servidor".

Por ahí debería pasar la hoja de ruta de los cardenales electores. Y por ahí pasará la vida del Papa emérito, que no jubilado. Un Papa que se oculta, que deja paso, que cede el puesto a otro con más fuerzas y que se retira a rezar por la barca de la Iglesia, que navega por "aguas tormentosas" pero siempre confiada en Cristo, Gran Capitán.

Esperemos, tal y como confía el emérito Benedicto, que el Colegio de Cardenales sea "como una orquesta donde las diversidades de la Iglesia Universal confluyan siempre con la armonía superior y acorde".

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