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Eduardo Goligorsky

Agravios retroactivos

El proyecto que desvirtúa la Ley de Aborto no tiene parangón en nuestro Occidente civilizado, pero sí lo tiene en las monarquías absolutas del mundo islámico.

El proyecto que desvirtúa la Ley de Aborto no tiene parangón en nuestro Occidente civilizado, pero sí lo tiene en las monarquías absolutas del mundo islámico.

España soportó casi ocho años de gobierno durante los cuales los esquemas ideológicos, los caprichos elitistas y las frivolidades irresponsables de José Luis Rodríguez Zapatero, y de sus subalternos Miguel Ángel Moratinos y Leire Pajín, se convertían en leyes o en proyectos có(s)micos de malhadados efectos. Creíamos que el eclipse de estos personajes había marcado el final del sainete. Sería penoso comprobar que nos equivocamos y que salen a escena nuevos taumaturgos pletóricos de fórmulas magistrales para salvar a esta descarriada humanidad.

Los cánones de la racionalidad

El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, anunció, inmediatamente después de asumir su cargo, que una de sus primeras iniciativas consistiría en reformar la Ley de Aborto aprobada en el año 2010, ley esta que modificaba la sancionada en 1986. Escribí entonces en Libertad Digital un artículo, "Sostiene Popper", en el que, después de explicar los motivos por los cuales coincidía en un ciento por ciento con los aspectos más polémicos de la ley del 2010, reconocía que la división que existía al respecto en el seno de la sociedad española justificaba que se abriera un debate sobre las reformas pertinentes. Con una condición: que dicho debate excluyera los argumentos dogmáticos de la Conferencia Episcopal y la cacofonía visceral de las valquirias feministas, y se ciñera, en cambio, a los cánones de la racionalidad. Citaba, para crear el clima propicio, las enseñanzas que vertía Karl Popper en su magistral La sociedad abierta y sus enemigos (Paidós, 2010). Ahora las reitero:

Utilizamos la palabra racionalismo para indicar, aproximadamente, una actitud que procura resolver la mayor cantidad posible de problemas recurriendo a la razón, es decir, al pensar claro y a la experiencia, más que a las emociones y las pasiones (...) Podríamos decir, entonces, que el racionalismo es una actitud en que predomina la disposición a escuchar los argumentos críticos y a aprender de la experiencia. Fundamentalmente consiste en admitir que "yo puedo estar equivocado y tú puedes tener razón y, con un esfuerzo, podemos acercarnos los dos a la verdad". En esta actitud no se desecha a la ligera la esperanza de llegar, mediante la argumentación y la observación cuidadosa, a algún tipo de acuerdo con respecto a múltiples problemas de importancia, y aun cuando las exigencias e intereses de unos y otros puedan hallarse en conflicto, a menudo es posible razonar los distintos puntos de vista y llegar –quizá mediante el arbitraje– a una transacción que, gracias a su equidad, resulta aceptable para la mayoría, si no para todos. En resumen, la actitud racionalista o, como quizá pudiera llamarse, la "actitud de la razonabilidad" es muy semejante a la actitud científica, a la creencia de que en la búsqueda de la verdad necesitamos cooperación y que, con la ayuda del raciocinio, podremos alcanzar, con el tiempo, algo de objetividad (...) El hecho de que la actitud racionalista tenga más en cuenta el argumento que la persona que lo sustenta es de importancia incalculable.

Filosofía tenebrosa

El ministro Ruiz-Gallardón dejó claro que la reforma que él propone no se circunscribirá a las cláusulas más controvertidas de la ley del 2010, sino que abarcará una que está vigente desde 1986. Refiriéndose a la que permite la interrupción del embarazo en los casos de minusvalía o malformación del feto, afirmó:

Me parece éticamente inconcebible que hayamos estado conviviendo tanto tiempo con esa legislación. Creo que el mismo nivel de protección que se da a un concebido sin ningún tipo de minusvalía o malformación debe darse a aquel que se constate que carece de algunas de las capacidades que tienen el resto de los concebidos.

Aquí la palabra clave es "creo". El ministro de Justicia, lo mismo que sus colegas y el resto de los ciudadanos pueden sustentar las creencias que más les plazcan... siempre que no empleen su autoridad, cuando la tienen, para imponerlas como norma de vida a toda la sociedad. Con el añadido de que en este caso no se trata de una creencia religiosa, sino de una filosofía tenebrosa de la vida que comparten corrientes de pensamiento de muy diversa filiación. La sublimación del martirio y el dolor, del ascetismo y la privación, de las flagelaciones y los cilicios, tiene prosélitos en las religiones monoteístas y paganas, y también en las formaciones combatientes y terroristas de los totalitarismos ateos, sean estos de derecha o de izquierda. El hedonismo, la belleza, el placer de los sentidos, son las bestias negras de todos los enamorados del sufrimiento, tanto propio como ajeno.

Votamos a Rajoy

A Ruiz-Gallardón le parece "éticamente inconcebible que hayamos estado conviviendo tanto tiempo con esa legislación" que permite el aborto de los fetos con minusvalías o malformaciones. Pues mira por donde, su veredicto es un agravio retroactivo para la sociedad británica, que lo permite desde 1967; para la norteamericana, que lo permite desde 1973; y así sucesivamente para la francesa (1975); la alemana (1976); la italiana (1978) y todas las de nuestra Europa civilizada, con la significativa exclusión de Irlanda y Malta. Y las agraviadas no son sólo las sociedades sino también, y sobre todo, sus gobernantes, que no ejercieron la labor orientadora y legislativa que se atribuye a sí mismo nuestro ministro. Esos gobernantes han sido y continúan siendo conservadores, democristianos, liberales, socialdemócratas, creyentes, agnósticos, virtuosos, disolutos, célibes, monógamos, bígamos, polígamos rotativos o simultáneos, heterosexuales, homosexuales, neutros, y así hasta el infinito. Y todos siguieron conviviendo con esa legislación contra la que nuestro ministro emprende su particular cruzada.

¡Alertas! He omitido señalar que entre los culpables de dicha convivencia estuvieron el presidente del Gobierno de España, José María Aznar, y todos sus ministros y colaboradores, entre los que por cierto se encontraba, al frente de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón. Fueron ocho años de gobierno que nos dejaron un excelente recuerdo a quienes, sin militar en el PP, y aun discrepando con algunos puntos de su programa, pero movidos por el pragmatismo y el posibilismo, votamos a Mariano Rajoy en el 2004, el 2008 y el 2011.

Martillos de pecadoras

Es lamentable, y espero que no irreversible, encontrar ahora en su gabinete el lastre de un político oportunista con ínfulas de redentor que exhuma, a su manera, una de las desatinadas iniciativas de Rodríguez Zapatero: la Alianza de Civilizaciones con los enemigos de nuestra civilización. Porque como hemos visto, el proyecto que desvirtúa la Ley de Aborto no tiene parangón en nuestro Occidente civilizado, pero sí lo tiene en las monarquías absolutas del mundo islámico; en Irán; en Turquía, donde Recep Tayyip Erdogan definió el aborto como un asesinato (La Vanguardia, 9/6/2012); y en las repúblicas surgidas de la "primavera árabe", donde los Hermanos Musulmanes y los salafistas democráticamente elegidos prometen implantar la charia.

La legislación china es totalitaria, entre otras muchas razones, porque obliga a abortar a la mujer gestante que no desea hacerlo, pero también lo es la de aquellos otros países que obligan a parir a la mujer gestante que no desea hacerlo. O que la obligan, si dispone de medios económicos, a trasladarse, para interrumpir su embarazo, a un país vecino donde se respetan las libertades individuales.

Insisto: debemos abordar este tema guiándonos por las sabias enseñanzas racionalistas de Karl Popper y también, ¿por qué no?, por las de otro pensador ilustre, John Stuart Mill, quien escribió (Sobre la libertad, Sarpe, 1984):

El hecho mismo de dar existencia a un ser humano es una de las acciones de más grande responsabilidad en el curso de la vida. Aceptar esta responsabilidad –dar lugar a una vida que tanto puede ser maldita como bendecida– es un crimen contra el ser mismo que nace, a menos que se tengan las probabilidades normales de que llevara una existencia deseable.

Stuart Mill escribió esto cuando aún no se habían descubierto la ecografía ni la amniocentesis. Ahora, el Tribunal Supremo pudo condenar, con pruebas, a un ginecólogo y a su aseguradora a pagar 739.463 euros de indemnización a una familia a la que no informó, con tiempo para practicar el aborto, que su hija nacería sin manos y sin las dos terceras partes de los antebrazos (EFE, 23/4/2011). Puesto que soy pluralista, entiendo que algunas, o muchas, personas, incluido el ministro de Justicia, estén convencidas de que esas criaturas deben nacer. Pero si es así, estas personas, incluido el ministro de Justicia, deberían involucrarse en las consecuencias sobrehumanas de sus convicciones, aunque ello implicara abandonar todas sus tareas y consagrarse al cuidado de los niños hidrocéfalos o con espina bífida cuyos padres no están en condiciones físicas, psíquicas o económicas de afrontar tamaño sacrificio. El ejemplo que deberían imitar es el del admirable y abnegado apostolado que practicó Vicente Ferrer en la India, y no el de la inclemencia con que actúan los imanes convertidos en martillos de pecadoras.

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