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Eduardo Goligorsky

El peronismo atávico de Bergoglio

¡Ay, si el papa Francisco, que funge de progresista, se desintoxicara de las vulgarizaciones oportunistas del marxismo insertadas en la teología de la liberación!

¡Ay, si el papa Francisco, que funge de progresista, se desintoxicara de las vulgarizaciones oportunistas del marxismo insertadas en la teología de la liberación!
El papa Francisco | EFE

En la entrevista concedida al diario El País(22/1), el papa Francisco mostró la cara más beligerante de su peronismo atávico. Exhumando la retórica de los comandos armados que componían la rama nazifascista del peronismo originario y que dejaron su impronta en el entonces niño Jorge Mario Bergoglio, declamó:

Porque los sistemas liberales no dan posibilidades de trabajo y favorecen delincuencias. En Latinoamérica está el problema de los cárteles de la droga, que sí, existen, porque esa droga se consume en EEUU y en Europa. La fabrican para acá, para los ricos, y pierden la vida en eso. Y están los que se prestan a eso. En nuestra patria tenemos una palabra para calificarlos: los ‘cipayos’. Es una palabra clásica, literaria, que está en nuestro poema nacional. El ‘cipayo’ es aquel que vende la patria a la potencia extranjera que le pueda dar más beneficio. Y en nuestra historia argentina, por ejemplo, siempre hay algún político ‘cipayo’. O alguna posición política ‘cipaya’.

Disparaban a mansalva

Libertad Digital respondió con un duro editorial, "Bergoglio, de mal en peor" (23/1), donde recordaba que el término cipayo es "tristemente célebre en España porque lo ha usado con profusión la antiliberal banda terrorista ETA para señalar precisamente a los vascos vendepatrias". Bergoglio podría alegar ignorancia sobre este hecho, pero él mismo se delata al subrayar que la palabra se utilizó en su patria, Argentina, con una connotación infamante. Ni era clásica, ni literaria, ni figuraba en ningún poema nacional, a menos que él adjudique esta categoría a alguna de las letrillas obscenas que entonaban, a mediados de los años 40, los pistoleros de la Alianza Libertadora Nacionalista. Si defendías la democracia, los aliancistas te calificaban de cipayo.

Fue poco después de consumarse el golpe militar de 1943, encabezado por una logia que recibía subsidios de la embajada de Alemania nazi, cuando la ALN se transformó en el brazo armado del incipiente movimiento peronista. La sociedad argentina estaba dividida y al cabo de poco tiempo los partidarios de los aliados empezaron a organizar manifestaciones y mítines a favor de la democracia que eran, inevitablemente, de oposición a la dictadura pronazi y, también, antiperonistas. La policía montada del régimen –los cosacos– los disolvía violentamente, pero eran los sicarios aliancistas, uniformados con gabardinas trinchera de color claro, quienes disparaban a mansalva. Fue en una de estas concentraciones donde oí por primera vez estampidos de armas de fuego, en una balacera que dejó cuatro opositores muertos. Cuatro cipayos, en el lenguaje de los asesinos y de sus instigadores. ¿Lo corroboraría hoy el papa anatematizador de cipayos?

Reacción fulminante

Puesto que la Segunda Guerra Mundial se hallaba en su apogeo, las potencias aliadas estaban atentas a lo que sucedía en el extremo austral del continente, donde el bando enemigo gozaba de las simpatías del Gobierno y del candidato oficialista, Juan Domingo Perón, que era simultáneamente secretario de Trabajo y Previsión y ministro de Guerra. En razón de ello, el embajador de Estados Unidos, Spruille Braden, prestó un poco disimulado apoyo a la formación de un frente opositor: la Unión Democrática. A su vez, el Departamento de Estado publicó el Libro Azul, con pormenores de los vínculos entre el Gobierno militar y los intereses políticos y económicos de la Alemania nazi.

La reacción fue fulminante. Las diatribas contra los cipayos y vendepatrias aturdieron a las masas, junto a estribillos como "Braden o Perón", "Patria sí, colonia no", "Yankis fuera", "Alpargatas sí, libros no" y otros no reproducibles. La Alianza Libertadora Nacionalista los coreó durante toda la campaña electoral de 1946 y los dejó estereotipados en el folclore peronista, donde los compartieron y los comparten la ultraderecha y la ultraizquierda. Porque toda la mercancía tarada cabe en el cambalache peronista. Más aun si se trata de despotricar contra los cipayos demócratas y liberales.

Populismo y demagogia

Cuando oí los primeros disparos tenía 14 años. Calculo que cuando al pequeño Bergoglio se le grabó indeleblemente la palabra cipayo tendría 9. Pero la sigue empleando, como se ve, con regodeo y fruición, en el mismo contexto de populismo y demagogia en que la aprendió. Marcado por ese inicio, Bergoglio eligió el bando opuesto a los liberales, los cipayos y todos los que, a su juicio, valoran el dinero, que ahora define como "estiércol del diablo" (LV, 18/11/2016). Lo cual lo impulsó a entablar relación con la Guardia de Hierro, peronista, por supuesto, aunque copiara la marca de un movimiento fascista de la Rumanía anterior a la guerra. Existen controversias sobre si fue militante o solo simpatizante de la GH. Pero lo cierto es que, cuando ascendió a provincial de los jesuitas, nombró, en 1974, rector y CEO de la Universidad del Salvador, que de él dependía, a dos jerarcas de aquella organización. Ese fue el año en que se disolvió la Guardia de Hierro, que, enfrentada a los Montoneros castristas, era leal a la esperpéntica y efímera presidenta Isabelita Perón.

Lo insólito, o no tan insólito, dada la podredumbre intrínseca del peronismo, es que aquel enfrentamiento entre los Montoneros y la Guardia de Hierro se repite hoy, en otro marco político, con el infaltable Bergoglio siempre en escena. El antiguo oficial y propagandista montonero Horacio Verbitsky, turbio personaje al que sus enemigos atribuyen lucrativos contactos con la rama aeronáutica de la dictadura militar, es un acérrimo detractor del papa Francisco desde su columna del diario kirchnerista Página 12. Lo acusa de haber sido complaciente con la dictadura e, incluso, de haberle entregado a curas rebeldes mientras era provincial de los jesuitas.

Siembran el caos

El motivo de la animadversión de Verbitsky, que dice lo que su jefa, la cleptócrata expresidenta Cristina, piensa, aunque ella lo esconde tras hipócritas halagos al Papa, es de orden competitivo más que ideológico: al núcleo duro del kirchnerismo lo exaspera el afán de las huestes de Bergoglio por apoderarse del espacio peronista, hoy acéfalo. Dichas huestes están dirigidas por Juan Grabois, hijo nada menos que de Roberto Pajarito Grabois, uno de los fundadores de Guardia de Hierro. El joven Juan es asesor de la Comisión de Justicia y Paz del Vaticano y maneja los hilos de organizaciones como Barrios de Pie y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular, que reclutan a sus fieles en los barrios marginales y siembran el caos con sus piquetes en la ciudad de Buenos Aires y el cinturón suburbano.

Enfrentados con los kirchneristas en la lucha por el poder sectario, los papistas no vacilan en sumarse a ellos en la campaña revanchista contra el Gobierno constitucional de Mauricio Macri. Predica Juan Grabois (La PolíticaOnline, 20/7/2014):

La Iglesia [del papa Francisco] es objetivamente un freno a la penetración imperialista y un adversario del avance del capital.

Lo dicho: libran la guerra contra los cipayos, los vendepatrias y el dinero "estiércol del diablo". Pero ¿quiénes fueron en realidad los cipayos?

Homenaje al cipayo

Rudyard Kipling rindió homenaje a la figura emblemática del cipayo en su poema "Gunga Din", que Carl Stevens llevó al cine (1939) con el mismo título y con Cary Grant, Victor McLaglen y Douglas Fairbanks Jr. como protagonistas. El nativo Gunga Din fue un aguador del Ejército británico en la India que sacrificó su vida para alertar y salvar a una patrulla, con un toque de clarín, cuando la secta de Los Estranguladores estaba a punto de hacerla caer en una emboscada. El jefe del regimiento lo despidió ante su tumba con el último verso del poema:

Tú eres mejor hombre de lo que soy yo.

Sin embargo, fue Carlos Marx quien, desde su óptica particular, explicó el papel civilizador de los británicos y sus cipayos ("La dominación británica en la India", The New York Daily Tribune, 25/6/1853, en Marxist Internet Archive, 2000):

No debemos olvidar que esas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias de casta y por la esclavitud, que sometían al hombre a las circunstancias exteriores en lugar de hacerle soberano de dichas circunstancias, que convirtieron su estado social que se desarrollaba por sí solo en un destino natural e inmutable, creando así un culto embrutecedor a la naturaleza, cuya degradación salta a la vista en el hecho de que el hombre, soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando al mono Hanumán y a la vaca Sabbala.

Bien es verdad que al realizar una revolución social en el Indostán, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses más mezquinos, dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses. Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede cumplir su misión sin una revolución a fondo en el estado social de Asia. Si no puede, entonces, y a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución.

Más respeto, entonces, por la revolución contra el atraso inhumano que llevaron a cabo los colonizadores británicos y los cipayos que colaboraban con ellos. Si el papa Francisco, que funge de progresista, se desintoxicara de las vulgarizaciones oportunistas del marxismo insertadas en la teología de la liberación, y frecuentara a este casi desconocido Marx defensor de una peculiar utopía civilizadora poco evangélica, quizá se libraría del virus del tercermundismo totalitario y retrógrado que adquirió al comulgar con el peronismo. Y dejaría de contagiarlo a los mil millones de fieles a los que, infortunadamente, les ha caído del cielo un papa peronista.

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