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Eduardo Goligorsky

Humillando a la plebe

Es posible que al sentirse próximos a la derrota, los bárbaros redoblen sus esfuerzos para reventar la sociedad abierta.

El diario La Vanguardia publicó a doble página, en su edición del 11 de agosto, un impresionante mapa del firmamento político catalán en el que aparecían las caras y los nombres de los cabecillas del supremacismo, flotando como si fueran astros, satélites, asteroides y meteoritos imaginarios, englobados por el ilustrador en sus respectivas constelaciones o, a veces, aislados. Sorprendía la cantidad de clanes de competidores y candidatos egocéntricos que citaba el texto (Isabel García Pagan, La familia y uno más):

Puigdemontistas, rullistas, turullistas, bonvehilistas, independientes de PDECat y la Crida, alcaldes, dirigentes territoriales, vaqueros solitarios y viejas glorias.

Homogeneidad étnica

El observador atento captaba un detalle no desprovisto de importancia: lo que tenía delante no era un corte transversal de la sociedad catalana sino un compendio de las cuatrocientas familias de rancio abolengo que Manuel Trallero desmenuzó, con implacable rigor, en sus investigaciones sobre el escándalo Millet y la corrupción rampante del pujolismo. Todos los apellidos que figuraban en la trama eran catalanes de pura cepa, sin márgenes de tolerancia para que se infiltraran otros -la mayoría del censo- con genealogía española.

Los castellanohablantes conversos quedan relegados, cuando los reclutan excepcionalmente los partidos y movimientos supremacistas, a las trastiendas donde se exhiben los fenómenos de feria. El caso más espectacular es el del hazmerreír Gabriel Rufián, predestinado a recibir los escupitajos de sus supervisores de raza impoluta cuando se aparta del libreto que estos le dictan.

Pero la homogeneidad étnica no se traduce en la cohesión de la familia. La diversidad de clanes personalistas arriba citados lo demuestra. El mismo día en que apareció el mapa de constelaciones políticas, la autora del artículo publicó junto con Alex Tort otro titulado explícitamente La crisis de confianza independentista bloquea una respuesta a la sentencia - El enfrentamiento entre Esquerra y la ANC evidencia el choque de estrategias.

Más claro, imposible. La banda golpista es una jaula de grillos, donde a los jerarcas les importan un rábano los sentimientos y las ilusiones de las masas que han abducido. Lo importante para ellos son las parcelas de poder y los fondos públicos que puedan arrancarle al truhán entreguista aposentado en la Moncloa, mientras ellos siguen humillando a la plebe. Para la casta ensoberbecida, la plebe está compuesta por la buena gente que el monopolio mediático y educativo ha intoxicado con sus mentiras.

Traidores contumaces

El desprecio con que los golpistas tratan a la buena gente los retrata de cuerpo entero. La hacen comulgar con ruedas de molino intragables y la pasean de un lado a otro como si fuera un rebaño de borregos. El último hallazgo de estos sinvergüenzas ha consistido en convertir su Diada antaño sacrosanta en un filtro de lealtades, manipulado por traidores contumaces a España, el país donde nacieron y cuya documentación y servicios sociales usufructúan.Traidores que rivalizan con otros traidores. Escriben Isabel García Pagan y Alex Tort:

Si la Diada debe servir como termómetro de la movilización independentista, el choque de la ANC con ERC pone de manifiesto las dificultades para afianzar un relato conjunto. Si la Diada ya no es de unidad, al independentismo solo le queda el Consell per la República, con Carles Puigdemont al frente. (…) Aunque también hay visiones contrapuestas sobre cuál debe ser el papel de este organismo de carácter privado.

(…)

La división se plantea incluso en el seno de JxCat. Entre el "ho tornarem a fer" que esgrime Torra y la apuesta por la confrontación de Puigdemont, los más pragmáticos de la formación alertan que "el país no está para ir al choque" con el Estado sino para que se gobierne e intente avanzar en el diálogo.

Cualquiera sea la táctica que elija, la oligarquía catalana no cambiará su estrategia, encaminada a levantar fronteras dentro del territorio de España para separar a los que ella considera étnicamente puros de sus compatriotas mestizos, cuyo remanente recluido en el apartheid de la nueva república correrá, al fin y al cabo, una suerte parecida a la de su vecina, la plebe humillada autóctona. Una plebe que, para más inri, ha sido conminada a sufragar con impúdicas derramas las juergas del sátrapa prófugo Puigdemont y de su corte, que incluye al rapero Valtònyc, trovador de la bomba y el kalashnikov, y a un diputado bilduetarra blanqueador de asesinos (LV, 12/8). La opípara paella de Waterloo, canonizada por la papisa Pilar Rahola, ha sido otra bofetada en la cara del pueblo de Cataluña, expoliado en su totalidad.

En guardia

La descomposición acelerada del contubernio antiespañol puede ser un regalo que nos brinda la historia. Pero el constitucionalismo no debe descuidarse. Es posible que al sentirse próximos a la derrota, los bárbaros redoblen sus esfuerzos para reventar la sociedad abierta e implantar su dictadura retrógrada. Unos prometen que lo volverán a hacer. Otros se conchaban para tomar por asalto las calles y las instituciones si los jueces del Tribunal Supremo sancionan con unas sentencias ejemplares a los golpistas encausados.

En Guardia era el título de una publicación de los servicios de información aliados cuya lectura me educó en el culto a la democracia durante la guerra contra los nazis. En guardia, sin fisuras y con los artículos 116 y 155 en las alforjas, debe estar el constitucionalismo para salvaguardar la Monarquía parlamentaria y las libertades heredadas de la Transición.

En España

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