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Eduardo Goligorsky

Las Fuerzas Armadas en su sitio

Ahora los ayuntamientos abandonados por la Generalitat, incluidos muchos con alcaldes secesionistas, les imploran ayuda y las reciben con los brazos abiertos.

Ahora los ayuntamientos abandonados por la Generalitat, incluidos muchos con alcaldes secesionistas, les imploran ayuda y las reciben con los brazos abiertos.
Miembros de la UME, en un pabellón de Sabadell (Barcelona) | EFE

La Generalitat de Cataluña publica regularmente anuncios de una página en La Vanguardia con consignas y consejos que buscan cohesionar y aleccionar a la población para la prevención del Covid-19. Estos anuncios, presuntamente dirigidos a "7,5 millons de futurs", están redactados, incluso en la edición en lengua española del diario, únicamente en catalán. Los cabecillas de la satrapía tribal practican la discriminación virulenta de la mayoría castellanohablante de la región hasta el extremo de negarle el derecho a compartir la información dispensada a sus vecinos para la preservación de la salud y la vida. Como si su fin último consistiera en compincharse con el virus para barrer del territorio mediante un contagio selectivo a quienes Quim Torra tildó de "bestias con forma humana".

Confinamiento lingüístico

Guiados por sus instintos irracionales de matriz racista, estos neandertales no entienden que en nuestra sociedad plural, multiétnica y cosmopolita es imposible crear una casta de privilegiados inmunes y otra de parias aislados de sus congéneres. El contagio selectivo no existe. Por eso la pedagogía sanitaria debe impartirse en la lengua mayoritaria o, mejor dicho, en la lengua común, que es también la que entienden, conocen y saben hablar los renegados de su nacionalidad de origen. Y la Plataforma per la Llengua no hace más que dar una prueba de la estulticia de los hispanófobos cuando eleva su voz de protesta porque España desarrolla su campaña de divulgación contra el coronavirus… ¡en español!

El confinamiento lingüístico de la campaña publicitaria de la Generalitat –que imitan, servilmente, la Diputación y el Ayuntamiento de Barcelona– es una muestra en miniatura de lo que los timadores supremacistas catalanes han convertido en su nuevo banderín de enganche para incautos. Su sueño húmedo (burda pero ilustrativa traducción del inglés wet dream, polución nocturna) consiste en levantar fronteras y clausurar puertos, aeropuertos y estaciones de ferrocarril, no para neutralizar el virus, sino para evitar que entre lo que ellos consideran la contaminación civilizadora, y así poder seguir disfrutando de la hegemonía feudal.

Llegó la realidad

Hasta que llegó la realidad y mandó parar. La olla podrida de la sedición hierve a fuego lento en la trastienda mientras sus cocineros buscan ingredientes locales o foráneos para futuros menjunjes venenosos. Los vándalos que arrasaban Cataluña ya no son dueños de las calles: ni siquiera las pisan porque salir de la caverna para ir a colaborar como voluntarios en hospitales y residencias de ancianos es más peligroso que incendiar contenedores o escrachar jueces o políticos. Y los parásitos que despilfarran los fondos hurtados a la sanidad pública en embajadas apócrifas repartidas por el mundo se limitan a retransmitir los mensajes de odio contra España que les envían sus patrones.

Quienes están en las calles son el personal sanitario que se juega la vida en la guerra contra la pandemia y los profesionales y trabajadores que afrontan los riesgos del contagio para que los motores de la sociedad sigan funcionando. Y las Fuerzas Armadas y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado que cumplen con el deber que les encomienda el artículo 8.2 de la Constitución:

Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional.

Aquí están las Fuerzas Armadas

Ah, las Fuerzas Armadas. Ada Colau no quería verlas en el Salón de la Enseñanza y el Rufián de Esquerra Republicana despegaba del estercolero de su paleoencéfalo los exabruptos con que las bombardeaba. No había espacio para ellas en la repúblika mostrenca de los sediciosos ni en el mosaico plurinacional del sanchismo-comunismo.

Ahora los ayuntamientos abandonados por la Generalitat, incluidos muchos con alcaldes secesionistas, les imploran ayuda y las reciben con los brazos abiertos cuando llegan para desinfectar hospitales, residencias de ancianos y lugares de uso público. Lo que ocupan las estigmatizadas "fuerzas de ocupación" no es una repúblika de pacotilla, sino puestos de trabajo para construir hospitales de campaña en la Fira de Barcelona y Sabadell (donde los bárbaros de la Generalitat obligaron a desmontarlo con pretextos estéticos), porque las huestes de salvapatrias están ausentes, mirándose el ombligo en la segunda residencia de sus padres. Y los listillos que se burlaban del Piolín amarrado en el puerto de Barcelona para alojar a los policías encargados de sofocar el golpe del 1-O tendrán que dar muestras de gratitud si ahora fondea uno de los cinco barcos que la Armada ha destinado a tareas sanitarias.

Aquí están las Fuerzas Armadas. Pilar Díez puso negro sobre blanco (LD, 31/3) lo que muchos pensábamos e insinuábamos pero no nos atrevíamos a escribir sin tapujos:

Solo nos quedan el Rey y el Ejército para devolver la democracia a España. Es su deber constitucional.

Amén.

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