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Emilio Campmany

El ropón obediente

Puede hablarse de muchos, pero Pascual Sala es el que mejor encarna lo que quiere un político de un juez, que sea obediente.

Puede hablarse de muchos, pero Pascual Sala es el que mejor encarna lo que quiere un político de un juez, que sea obediente.

Puede hablarse de muchos, pero Pascual Sala es el que mejor encarna lo que quiere un político de un juez, que sea obediente. Fue premiado con la presidencia del Tribunal Supremo y luego con la del Constitucional. Es la viva muestra de a lo que puede aspirar el magistrado que se porta bien. Como los independientes que están fuera de los grandes puestos de la magistratura muestran qué es lo que les ocurre a quienes se portan mal.

Felipe González, el expresidente elegido por Rajoy para recibir consejo tras despreciar el de Aznar, presidió el Gobierno en cuyo seno nació una organización terrorista para saquear los fondos reservados so pretexto de matar etarras que muchas veces ni etarras fueron. El responsable de que no pisara la cárcel, tras despedir entre sonrisas y palmadas en la espalda a sus subordinados cuando cruzaron las puertas de la de Guadalajara, se llama Pascual Sala. Y, naturalmente, uno es recibido en La Moncloa con los honores del estadista que nunca fue y el otro preside el Tribunal Constitucional con los aires del jurista que jamás alcanzó a ser.

Muchos dirán que recordar esto es caer en lo que precisamente denuncia Sala, pues hacerlo constituye un menosprecio de la institución "e incluso personal de sus magistrados". Y que hacer este tipo de censuras causa al tribunal "un grave daño a veces irreparable". Estoy de acuerdo, pero en manos de los políticos está evitarlo, dejando de nombrar como magistrados del alto tribunal a los más solícitos y llevando a sus salas a quienes de verdad son independientes.

Cuando en Francia a alguien se le ocurrió resolver el problema del nacionalismo en Córcega dando a la isla un modestísimo estatuto de autonomía, alguien redactó una pieza que hacía constantes referencias al pueblo corso. El Consejo de Estado francés se cargó el proyecto recordando lo obvio, que en Francia no hay más pueblo que el francés. En nuestra Constitución ocurre lo mismo, que no hay más pueblo que el español, único depositario de la soberanía; de quien emana la justicia que tanto tiempo lleva impartiendo Pascual Sala. Pues bien, en la misma ocasión en la que el juez nos ha afeado la conducta a quienes denunciamos la politización del tribunal que preside ha expresado el deseo de que no se olvide que el estatuto catalán fue "validado en referéndum por el pueblo de Cataluña". Sala olvida algo que no debería, presidiendo el tribunal que preside, y es que el pueblo de Cataluña no existe para la Constitución. Así, el presidente del Tribunal Constitucional defiende la vigencia de un estatuto inconstitucional con el argumento de que ha sido aprobado por un pueblo al que la Constitución no reconoce soberanía alguna. Esa es la diferencia entre un país mínimamente serio y la satrapía en la que hemos convertido al nuestro, donde los más elevados puestos los alcanzan los dóciles en perjuicio de los competentes.

En España

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