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Emilio Campmany

La campaña del miedo

Está el miedo de los políticos, sí. Pero también el del electorado.

Está el miedo de los políticos, sí. Pero también el del electorado.
EFE

Lo que presidió el debate pasado fue el miedo. El del PP de Rajoy es ya legendario. Si él y sus secuaces lo padecen aun sin haber elecciones, hasta el punto de estar constantemente atenazados por él, cómo no lo iban a sufrir en plena campaña. El canguelo es tal que, estando como están en las encuestas, a más de treinta escaños de la mayoría absoluta, les ha parecido prudente no comparecer. Y eso a pesar de que no estar en los debates perjudica siempre, incluso cuando las encuestas auguran buenos resultados.

Los demás también dan muestras de desasosiego y se les ve medrosos. Pedro Sánchez es quien más disculpa tiene, porque todo le sale mal. Se escora a la izquierda y pierde votos. Se inclina a la derecha y pierde más todavía. Se queda donde está y se hunde irremisiblemente. Ya no sabe qué hacer ni qué proponer, y cada vez parece más abocado a decir melonadas y vaciedades que a nada comprometan. A Pablo Iglesias le pasa que creyó que con la crisis España se haría marxista, cuando lo único que pasó es que se hartó primero del PSOE y luego del PP, y pareció dispuesta a votar a quien fuera que no estuviera marcado por esas siglas. Carmena y Colau han demostrado que Podemos no es sólo una cueva de comunistas, sino un cajón de ocurrencias, y eso les ha hecho perder muchos de los respaldos que tuvieron. Ahora trata de moderarse sin decepcionar a su electorado y el resultado son proposiciones timoratas y actitudes recelosas. Hasta Albert Rivera, siempre corajudo y convencido de que compensará los votos que pierda con los que gane al hacer sus propuestas, estuvo tímido y precavido en exceso, no fuera a ser que lo que dijera atrajera excesivos focos y críticas.

Pero éste no es más que el miedo de los partidos a decir, proponer o adelantar cualquier política que pueda irritar a un sector significativo del electorado. Luego está el miedo de parte del electorado mismo. No me refiero tan sólo a la España clientelar, que vive de su proximidad a tal o cual partido, que es miedo que se da por descontado. Me refiero a los intereses creados por la selva de subvenciones, privilegios, excepciones, desgravaciones, socorros, sinecuras, gabelas, favores y discriminaciones que pueblan el BOE. Rara es la persona que no se juega en estas elecciones alguna clase de ventaja fiscal o ayuda pública de la que ahora se está beneficiando en mayor o menor medida. A veces son consecuencia de disposiciones concretas para el sector en el que trabaja. Pero otras no son más que normas generales que le benefician especialmente por sus circunstancias y condiciones. Votar a alguien diferente de los dos partidos de siempre supone poner en riesgo ese beneficio, con el que ya se cuenta de forma natural. Y para hacerlo hay que superar el miedo a perderlo. Ésa es casi la única baza del PP y, hasta cierto punto, también del PSOE. De una u otra forma, el miedo es el protagonista.

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