Lo que presidió el debate pasado fue el miedo. El del PP de Rajoy es ya legendario. Si él y sus secuaces lo padecen aun sin haber elecciones, hasta el punto de estar constantemente atenazados por él, cómo no lo iban a sufrir en plena campaña. El canguelo es tal que, estando como están en las encuestas, a más de treinta escaños de la mayoría absoluta, les ha parecido prudente no comparecer. Y eso a pesar de que no estar en los debates perjudica siempre, incluso cuando las encuestas auguran buenos resultados.
Los demás también dan muestras de desasosiego y se les ve medrosos. Pedro Sánchez es quien más disculpa tiene, porque todo le sale mal. Se escora a la izquierda y pierde votos. Se inclina a la derecha y pierde más todavía. Se queda donde está y se hunde irremisiblemente. Ya no sabe qué hacer ni qué proponer, y cada vez parece más abocado a decir melonadas y vaciedades que a nada comprometan. A Pablo Iglesias le pasa que creyó que con la crisis España se haría marxista, cuando lo único que pasó es que se hartó primero del PSOE y luego del PP, y pareció dispuesta a votar a quien fuera que no estuviera marcado por esas siglas. Carmena y Colau han demostrado que Podemos no es sólo una cueva de comunistas, sino un cajón de ocurrencias, y eso les ha hecho perder muchos de los respaldos que tuvieron. Ahora trata de moderarse sin decepcionar a su electorado y el resultado son proposiciones timoratas y actitudes recelosas. Hasta Albert Rivera, siempre corajudo y convencido de que compensará los votos que pierda con los que gane al hacer sus propuestas, estuvo tímido y precavido en exceso, no fuera a ser que lo que dijera atrajera excesivos focos y críticas.
Pero éste no es más que el miedo de los partidos a decir, proponer o adelantar cualquier política que pueda irritar a un sector significativo del electorado. Luego está el miedo de parte del electorado mismo. No me refiero tan sólo a la España clientelar, que vive de su proximidad a tal o cual partido, que es miedo que se da por descontado. Me refiero a los intereses creados por la selva de subvenciones, privilegios, excepciones, desgravaciones, socorros, sinecuras, gabelas, favores y discriminaciones que pueblan el BOE. Rara es la persona que no se juega en estas elecciones alguna clase de ventaja fiscal o ayuda pública de la que ahora se está beneficiando en mayor o menor medida. A veces son consecuencia de disposiciones concretas para el sector en el que trabaja. Pero otras no son más que normas generales que le benefician especialmente por sus circunstancias y condiciones. Votar a alguien diferente de los dos partidos de siempre supone poner en riesgo ese beneficio, con el que ya se cuenta de forma natural. Y para hacerlo hay que superar el miedo a perderlo. Ésa es casi la única baza del PP y, hasta cierto punto, también del PSOE. De una u otra forma, el miedo es el protagonista.