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Emilio Campmany

La nueva Europa

La guerra de Ucrania apenas ha empezado. Pero, salvo una muy improbable derrota o retirada rusa, el mundo en el que estaremos cuando acabe será muy diferente.

La guerra de Ucrania apenas ha empezado. Pero, salvo una muy improbable derrota o retirada rusa, el mundo en el que estaremos cuando acabe será muy diferente.
Civiles ucranianos huyen a la frontera polaca. | Cordon Press

Desde que Rusia invadió Ucrania han pasado muchas cosas en Europa. Hay dos especialmente importantes. La primera es el rearme de Alemania. En principio, ésta es una buena noticia para la OTAN porque el poderío industrial y demográfico del país teutón garantiza con esta decisión un considerable refuerzo para la alianza. Para Estados Unidos implica también un alivio si los demás países de la Alianza siguen su ejemplo e incrementan el gasto en defensa, liberando a Estados Unidos de tener que ser ellos quienes defiendan el continente prácticamente con sus solas fuerzas. Este rearme debería de tener además un efecto disuasorio en Moscú, porque una Alemania armada no sería un enemigo fácil. Una vez que Rusia se ha revelado una potencia revisionista que pretende por la fuerza de las armas alterar el statu quo en su favor, la noticia no puede ser más que positiva. A corto plazo, no hay duda de que así es. Pero ¿y a largo? ¿Qué sucedería si una Alemania rearmada, poseedora del ejército de tierra más poderoso del continente después del ruso, cayera en manos de Alternativa para Alemania o cualquier otro partido extremista? En la década de los cincuenta, el secretario general de la OTAN, Hastings Ismay, dijo que el objetivo de la Alianza era mantener a los rusos fuera, a los norteamericanos dentro y a los alemanes abajo. Este rearme significaría tener a los alemanes arriba, y quizá los norteamericanos ya no sientan la necesidad de estar tan dentro. A ver entonces cómo nos apañamos los europeos para mantener a los rusos fuera.

Otro acontecimiento importante es la orden emitida por Putin de poner su arsenal nuclear en alerta a pesar de no haber ninguna amenaza que justifique hacerlo. Sea cual sea la finalidad perseguida, la orden delata el propósito ruso de emplear su arsenal nuclear como elemento de presión para condicionar nuestra voluntad y que cedamos a sus exigencias estratégicas. Durante la Guerra Fría, la gran cuestión fue si Estados Unidos emplearía su arsenal atómico contra la URSS en caso de que ésta lanzara bombas de este tipo sobre Europa. La duda tenía sentido, pues, de hacerlo, Rusia podría responder y algunas ciudades de Estados Unidos desaparecerían. ¿Se arriesgaría Washington a hacer tal cosa? Los europeos insistieron en tener fuerzas norteamericanas desplegadas en Europa para que, en caso de ataque nuclear ruso, hubiera un número suficiente de bajas estadounidenses con el que garantizarse que Washington respondería. Sea como fuere, los rusos nunca se atrevieron a poner a prueba a los norteamericanos. Pero ¿y ahora? ¿Existe esa seguridad cuando Estados Unidos lleva retirándose desde los tiempos de Obama y Trump ha inoculado en buena parte de su sociedad el America First? Los únicos países europeos con armas nucleares son Francia y Reino Unido. ¿Estarían dispuestos a emplearlas si Rusia atacara con esas armas a Polonia, por ejemplo? ¿Deberíamos el resto de países europeos, empezando por Alemania, abandonar el tratado de no proliferación y armarnos con un arsenal en condiciones de responder a un ataque ruso sin tener que esperar a que los norteamericanos decidan si entra dentro de sus intereses hacerlo en nuestra defensa?

La guerra de Ucrania apenas ha empezado. Pero, salvo una muy improbable derrota o retirada rusa, el mundo en el que estaremos cuando acabe será muy diferente a éste que dejamos, tan cómodo como superficial.

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