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Emilio Campmany

Orgullo rojo

En todos los lugares donde el comunismo se ha implantado, su perversidad no ha sido fruto de la idiosincrasia de los pueblos que lo padecieron.

El comunismo está de moda. Hasta en Estados Unidos tienen un candidato marxista que ha logrado amplios apoyos. En Europa Occidental, el fin de la URSS y la caída del Muro presagiaron un continente vacunado a la vista de los sufrimientos padecidos al otro lado del Telón de Acero. Y sin embargo, aquí parece que nada de eso nos ha enseñado nada. En el sur de Europa tenemos la convicción de que el comunismo del Este fue así de brutal y asesino, no por comunista, sino por ser puesto en práctica por las hordas tártaras y salvajes eslavos.

Como si aquí a base de paellas, tinto de verano y milenios de civilización mediterránea fuéramos capaces de hallar la esencia del verdadero comunismo, ése que tan sólo desea dar a cada cual según su necesidad y exigir de cada cual según su capacidad. Por lo visto, el problema del comunismo es que, donde se ha puesto en práctica, no hay quien, por muy comunista que sea, haga trabajar a los antillanos, erradique la crueldad de los boyardos, acabe con la soberbia de los mandarines, ponga fin a las inclinaciones violentas de los coreanos, inocule piedad a vietnamitas, camboyanos y laosianos y sensatez a los sudamericanos.

Se nos quiere convencer de que el comunismo en Europa, especialmente en el Sur, será amable, indulgente, discreto, bienintencionado y sobre todo razonable. El capitalismo salvaje, el neoconservadurismo, el ultracatolicismo, el liberalismo atroz necesitan una respuesta. Y ésta será la del comunismo fraterno e igualitario debidamente impuesto y equitativamente aplicado por quienes mejor sabrían hacerlo y hasta ahora no han tenido ocasión, los occidentales europeos.

Olvidan que en todos los lugares donde el comunismo se ha implantado, su perversidad no ha sido fruto de la idiosincrasia de los pueblos que lo padecieron. La pacífica bondad de los camboyanos, la industriosidad de vietnamitas y coreanos, la incorruptibilidad del funcionariado chino, el carácter vitalista de los antillanos y la bonhomía de los sudamericanos no bastaron para inmunizarlos de la violencia y la ferocidad que el comunismo trae. Lo que hizo que Cuba, Venezuela, China, Corea del Norte, Vietnam, Camboya, Laos y Venezuela acabaran siendo infiernos en la Tierra no fue el carácter cruel o agresivo de sus pueblos, sino el comunismo. Basta para probarlo el ser, a pesar de la existencia del nazismo, la ideología responsable del mayor número de asesinatos cometidos en su nombre.

Y todavía hoy, no sólo se enorgullecen públicamente de ser comunistas quienes lo son, sino incluso quienes lo fueron aunque ya no lo sean. Como si la única forma de ser joven y decente sea la de haber sido comunista. A cambio, a quien teniendo menos de treinta años se confiesa por ejemplo liberal, se le acusa de ser una especie de viejo prematuro sin ideales, incapaz de empatizar con el sufrimiento ajeno. Y luego nos preguntamos cómo es posible que Unidos Podemos salga tan bien en las encuestas. Lo que deberíamos preguntarnos es por qué no salen mejor.

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