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Emilio Campmany

Un Rapallo tácito

Alemania está donde se temía, con Ucrania de boquilla y con Rusia en la práctica. Y sin Alemania es imposible imponer sanciones con eficacia.

Alemania está donde se temía, con Ucrania de boquilla y con Rusia en la práctica. Y sin Alemania es imposible imponer sanciones con eficacia.
Olaf Scholz en su comparecencia en el Bundestag a favor de Ucrania. | EFE

Sebastian Haffner, al enumerar los siete pecados capitales de la Alemania guillermina, destaca el de la bolchevización de Rusia cuando durante la Primera Guerra Mundial, en una especie de guerra bacteriológica, facilitó a Lenin su traslado a Rusia. Tras el triunfo de la revolución, los bolcheviques correspondieron el favor pactando con Alemania la humillante paz de Brest-Litovsk (1918). La república de Weimar, sin embargo, supo entenderse con esa bolchevizada Rusia firmando el tratado de Rapallo (1922) por el que se acordó una colaboración entre las dos perdedoras de la guerra, que lo fueron no obstante haber luchado en bandos opuestos. Esa cooperación, con sus altibajos, duró hasta el día mismo en que Hitler desencadenó la Operación Barbarroja. Luego, durante la Guerra Fría, Alemania Occidental "traicionó" a sus aliados con la Ostpolitik del socialista Willy Brandt, que creyó como Bismarck que Alemania tenía en todo caso que llevarse bien con Rusia. Y, acabada la Guerra Fría y felizmente reunificada, Alemania volvió a traicionar a Occidente haciéndose dependiente de Moscú para disponer de energía barata sin tener que recurrir a las nucleares y poder así enriquecerse y convertirse en la locomotora económica de Europa.

Cuando Putin invadió Ucrania, Olaf Scholz dio un giro de ciento ochenta grados a la política exterior alemana comprometiendo un rearme y la desconexión de Alemania del gas ruso. Pasadas unas semanas, no está tan claro que el país quiera asumir los sacrificios que esa desconexión implica. Zelenski ha rechazado la visita del presidente de Alemania, el socialista Frank-Walter Steinmeier, tradicional patrocinador de la política energética alemana. El presidente ucraniano se ha excusado diciendo que Steinmaier carece de poder de decisión dado que su cargo es en la práctica puramente ornamental cuando él lo que necesita son tanques y no buenas palabras.

La verdad es que, más allá de la incapacidad constitucional de Stinmaier de decidir nada, Alemania está tacañeando su ayuda a Ucrania. Por ejemplo, está retrasando el envío de armamento pesado, como los blindados Marder, que Ucrania necesita como agua de mayo y que Alemania dice que enviará, pero que no termina de remitir. Por otro lado, el desenganche del gas ruso se retrasa una y otra vez no tanto por imposibilidad práctica de vivir sin él como por la negativa alemana, respaldada por parte de su población, de asumir la recesión que traería.

Sea por intereses generales, evidentes pero minúsculos en comparación con los ucranianos, o por intereses particulares, que parecen muy poderosos, Alemania está donde se temía que estuviera, con Ucrania de boquilla y con Rusia en la práctica. Y sin Alemania es imposible imponer sanciones con eficacia. Si se piensa, tampoco podría emprenderse ninguna política eficaz de contención a Rusia que quisiera adoptarse cuando termine la guerra, sea cual sea el resultado. Y con China ocurre tres cuartos de lo mismo. Alemania depende de las exportaciones al país asiático casi tanto como de sus importaciones de gas y petróleo rusos. De forma que estamos como siempre, con la cuestión alemana a cuestas. La dichosa geografía.

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