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Emilio Campmany

Votos y violencia

España, hoy por hoy, no tiene un problema de violencia de extrema derecha. Lo tiene, y muy grave, de violencia de extrema izquierda.

España, hoy por hoy, no tiene un problema de violencia de extrema derecha. Lo tiene, y muy grave, de violencia de extrema izquierda.

Es imposible asociar a la izquierda con nada que pueda tener una connotación negativa. Y no hay cosa más negativa que la violencia. Tanto, que no admite justificación. No sólo, sino que la violencia no es algo que se pueda ocultar. Da lo mismo que consista en pegarle un tiro en la nunca a un policía que tirarle una pedrada, el carácter violento de la acción es palmario. Y, puesto que no puede ocultarse ni puede justificarse, y dado que la izquierda es incapaz de practicarla, se acaba diciendo sin empacho que quienes la ejercen son en realidad de extrema derecha, cuando aquí, desde hace mucho tiempo, la única violencia que hay, además de la nacionalista, es la de extrema izquierda. No hace tanto que a los etarras los llamaban fascistas porque en España sólo los fascistas son violentos. Y hoy mismo Salvador Sostres tildaba de falangistas a los que están arrasando su ciudad, cuando en realidad pertenecen al movimiento okupa, que no tiene nada que ver, me parece a mí, con Falange. Y ayer mismo se comparaba el programa de Podemos con el del Frente Nacional francés para destacar sus similitudes.

Ese tildar de fascista o falangista o de extrema derecha a la violencia de extrema izquierda se hace por supuesto desde la izquierda moderada, pero también desde la derecha, para que la gente no la vote, pues ya se sabe que en España nadie vota a la extrema derecha. Sin embargo, los electores de extrema izquierda saben muy bien a quién votan, y cuánto más violentos se muestran los suyos, más respaldo electoral logran. A Podemos ha podido beneficiarle la sabia verborrea de su líder o su presencia en las televisiones. Pero la violencia que practican sus grupos afines, da igual que sean los de Rodea el Congreso, los okupas, los que con violencia impiden los desahucios o practican los escraches, no sólo no han ahuyentado a sus potenciales votantes, sino que los han decidido más y más a acercarse a las urnas a votarles.

España, hoy por hoy, no tiene un problema de violencia de extrema derecha. Lo tiene, y muy grave, de violencia de extrema izquierda. Y lo es sobre todo porque muchos electores de izquierda la aplauden, la justifican o, en el mejor de los casos, la disculpan. Y sin embargo a izquierdas y derechas nos gusta fingir que, o bien no hay tal problema, porque a fin de cuentas son de izquierdas y, en consecuencia, bien intencionados, o que en realidad son de extrema derecha. ¿Se imaginan lo que dirían los medios de comunicación si una extrema derecha de verdad que hubiera protagonizado enfrentamientos parecidos a los que con la Policía han tenido estos grupos de extrema izquierda en Madrid, Barcelona o Valencia hubiera obtenido cinco escaños en las últimas elecciones? Para no resolver los problemas hay algo peor que ignorarlos, y eso es identificarlos mal. Y nuestro problema es la extrema izquierda y la complacencia que con ella tiene la izquierda en general. Al menos la derecha debería saberlo.

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