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Enrique Navarro

Latrún y la forja de una nación

Todos aquellos jóvenes habían llegado ese mismo día; por fin, por primera vez en sus vidas, eran hombres libres dispuestos a luchar por su país.

Todos aquellos jóvenes habían llegado ese mismo día; por fin, por primera vez en sus vidas, eran hombres libres dispuestos a luchar por su país.
Prisioneros judíos liberados por la Cruz Roja en Latrún. | The National Photo Collection

David nació el mismo año que el partido nazi se convirtió en la segunda fuerza hegemónica del Bundestag, en 1930. Desde niño vivió en el terror del nazismo, las leyes de supremacía aria, la noche de los cristales rotos. En 1939, David fue internado en un centro de trabajo junto a sus padres, hermanos y hermanas, apenas tenía nueve años. En 1944, con apenas 14 años, se libró por razones que nunca comprendió de las cámaras de gas. Vio desfilar a toda su familia camino de una muerte cruel como pocas.

Samuel nació en Kiev, el mismo año que David. Tuvo la suerte de sobrevivir al holocausto judío en Ucrania, cuando la tierra vertía sangre del más de millón de judíos asesinados a sangre fría y enterrados en fosas comunes que fueron obligadas a cavar.

Samuel y David fueron liberados del campo de exterminio de Mauthausen en 1945, famélicos, en los huesos. Pero ni siquiera después de aquel holocausto, David y Samuel tenían un lugar donde marchar, donde vivir. Pasaron tres años en campos de refugiados, nunca más de seis meses en el mismo, soportando el frío invierno de 1946 y el calor en Chipre en 1947.

Ambos llegaron al puerto de Haifa unos días antes de la proclamación de independencia de Israel. El acuerdo de partición negociado entre árabes y británicos sólo podía conducir a una nación de apenas unos pocos cientos de miles de judíos en una franja de quince kilómetros de ancho, rodeados de decenas de millones de árabes que sólo tenían un solo objetivo: echar a los judíos al mar.

La capital eterna de Israel, Jerusalén, quedaría como un corpus separatum bajo control internacional, en la que vivían unos cien mil judíos, sólo en la ciudad vieja vivían unos 3.000 desde los tiempos de Jesucristo. Entre la costa y Jerusalén, todo era territorio árabe.

Abdelkader al-Husayn, líder militar palestino y sobrino de Amin Al Husayni, Mufti de Jerusalén, autor de varios pogromos contra los judíos en Palestina, y filonazi reconocido, recibido por Hitler en olor de multitudes y gran admirador del Holocausto, no sólo no cumplió los acuerdos, sino que inició el sitio de Jerusalén con el fin de terminar con la presencia judía después de cinco mil años. El objetivo árabe en la ciudad era provocar un nuevo holocausto por inanición; cuando los judíos comenzaron a comer malvas, una hierba que ni los burros osaban rumiar, los árabes creyeron que su victoria estaba cerca.

Latrún era la ciudad clave que separaba a Jerusalén del nuevo estado de Israel; sin un acceso directo sería cuestión de tiempo que Jerusalén sucumbiera al sitio de las fuerzas combinadas árabes que superaban en una razón de cinco a uno a unas maltrechas fuerzas judías donde apenas la mitad de los soldados estaban armados.

Samuel y David desembarcaron en Haifa con dieciocho años, habían dejado atrás el horror mas inimaginable que el ser humano podría sufrir y tenían toda la vida por delante; construirían sus familias en su tierra y por generaciones se recordaría su historia de superación. Nada más bajarse del barco, hombres del Haganá les esperaban para subirlos a unos camiones; su destino como el de otros cientos, quizás miles de judíos con su misma historia, era conquistar Latrún para reconquistar la historia y la libertad de un pueblo perseguido como ningún otro en la historia. No sabían usar un fusil, sólo conocían los de los vigilantes de los campos de exterminio y de los campos de refugiados.

Habían desembarcado a las diez de la mañana y apenas tres horas más tarde con las mismas ropas que habían recibido un año antes en Chipre, estaban en un camión camino de Latrún. Todos los jóvenes de ese camión habían llegado ese mismo día; por fin, por primera vez en sus cortas vidas, eran hombres libres dispuestos a luchar por su país, por sus compatriotas. Estaba ya atardeciendo y se encontraban en una posición avanzada cuando sufrieron una emboscada y fallecieron víctimas de disparos de la Legión Árabe. No llegaron a pasar un solo día en la Tierra Prometida.

La decisión de enviar a los recién llegados al frente ha sido objeto de mucha controversia en la historia de Israel. Para David Ben Gurión, se trataba de que las víctimas del Holocausto que no habían participado junto al Irgún y al Haganá en la creación del estado de Israel, tuvieran su protagonismo con el objetivo de construir una nación fuerte y unida. Sólo el sacrificio colectivo podría ser cimiento suficiente para que el edificio de Israel pudiera crecer sólido. El 15 de mayo los ejércitos de regulares de los países vecinos comenzaron la invasión de Israel.

Latrún fue quizás la única victoria árabe en estos setenta años de historia, ya que las cinco ofensivas fueron repelidas, pero este sacrificio permitió a los judíos construir la carretera Birmania que más al sur y por caminos intransitables terminaría comunicando Jerusalén con el resto de Israel. Cuando las fuerzas árabes entraron en la ciudad vieja, el general jordano informó al mundo con alegría que por primera vez en tres mil años no quedaba ningún judío en la Ciudad Vieja de Jerusalén.

El acuerdo con el rey Abdullah de Jordania saltó por los aires con la toma de Jerusalén, y por tanto la legitimidad del estado de Israel quedó al pairo de la victoria militar. Y durante setenta años y en cuatro grandes guerras, más decenas de conflictos bélicos menores, y después de haber sufrido durante décadas el terrorismo como ninguna otra nación del mundo libre. De esta manera heroica en pleno siglo XX, hace setenta años, se fraguó el moderno estado de Israel que hoy conocemos, el único país democrático de Oriente Medio donde se pueden practicar todas las religiones, y acceder al gobierno, la magistratura o el ejército sin discriminación alguna, y que se regó con la sangre de muchos jóvenes como Samuel y David.

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