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Eva Miquel Subías

Rajoy's thirteen

Estoy en condiciones de asegurar que Mariano Rajoy ha dejado el cuaderno azul a la altura de un sms off the record a Jorge Javier Vázquez. Han sido éstas las horas previas al anuncio de la composición de un Gobierno con menos filtraciones.

Escribo estas palabras en plena jornada de nervios y celulares estampados contra la moqueta para comprobar que éstos suenan. No sólo se trata de unos nombres para ocupar las carteras ministeriales. Me refiero a muchas carambolas que en la Administración se producen una vez se diseñan los equipos, con los nombramientos de los secretarios de Estado, así como el resto de puestos que completan el organigrama. "Lo que pudiera tocarnos en la pedrea" que dijera un antiguo alto cargo.

Y realmente estoy en condiciones de asegurar que Mariano Rajoy ha dejado el cuaderno azul a la altura de un sms off the record a Jorge Javier Vázquez. Han sido éstas con total seguridad las horas previas al anuncio de la composición de un Gobierno con menos filtraciones de nuestra historia más reciente.

Ahora sí. Con Twitter siempre a mi vera y frente al televisor –confieso que con mariposillas en el estómago– aparece el presidente del Gobierno con una serenidad digna de estudio. Y así, sin mayor reflexión, veo un Ejecutivo repleto de fieles. De hombres y mujeres leales que han permanecido junto a él en este espinoso camino.

Se podría casi celebrar el Consejo de Ministros en el salón de su casa por la cercanía y estrecha confianza con todos los que lo van a integrar a partir de hoy. Con algunos de ellos, como García Margallo, Fernández Díaz o Ana Pastor, de larga y fructífera relación personal.

Confieso que me sorprende el nombramiento de Luis de Guindos. Pensé que se habría caído tras permanecer en tantos boletos. Hay que ser un auténtico acróbata para no haber perdido el equilibrio en este tiempo. Y junto a José Ignacio Wert, a quien una servidora ubicaba en el CIS, forman el cupo independiente.

A nadie sorprende que la vicepresidencia, el ministerio de Presidencia y la portavocía del Gobierno –a pesar de que muchos situaban aquí a González Pons– haya recaído en la infatigable y de lealtad inquebrantable Soraya Sáenz de Santamaría. A nadie. Una muestra más de previsibilidad de Mariano Rajoy. Aunque ésta vaya acompañada de un hermetismo en ocasiones inquietante.

Alberto Ruiz Gallardón decidió entregarse a la paciencia y disciplina tras su salida de aquel ascensor. Y Mariano Rajoy lo sabe. En Justicia estará confortable y gustará de ser el notario mayor del Reino. Igual de cómodo estará Pedro Morenés en el Ministerio de Defensa, quien compartiera en su día con Mayor Oreja momentos sin duda difíciles en el Ministerio de Interior de la era Aznar.

Ana Mato y Fátima Báñez conforman, respectivamente, los aparatos de Génova y del Grupo Parlamentario, quienes lo han pilotado con buena mano en esta travesía.

A Soria lo tengo menos catalogado y repiten como ministros Arias Cañete, quien de Agricultura sabe lo que no está escrito y me reservo para el final a Cristóbal Montoro. Por una sencilla razón. Siempre me ha gustado, no negaré que le tengo especial cariño. Y sobre todo porque ha sido y volverá a ser un excelente ministro de Hacienda y Administraciones Públicas. Pero es todavía mejor persona. Y eso, es casi más difícil hoy.

Trayectorias sólidas, gente seria y conscientes todos ellos de la que se les viene encima.

Y mientras, con Rubalcaba todavía calentito, sus compis de filas se han apresurado a elaborar un documento del que se desprende toda una declaración de intenciones, una necesidad de debate ideológico y una nueva manera de entender la democracia interna. El viejo truco de "apártate que ahora vengo yo", vamos.

La dignidad y el pundonor andan escondidos tras un Documento aparentemente inofensivo pero que encierra mucho. Y no me refiero a las entrañas de la socialdemocracia que se pretende recuperar y revivir.

Me refiero al color bermellón de la sangre que van derramando unos y otros y que, a modo de membrete, es utilizada para que los cadáveres no caigan en saco roto.

Ese lado oscuro y húmedo de la política al que tantas y tantas veces nos hemos referido. El mismo que también podría conocer algún día –sin ánimo de interrumpir ninguna fiesta– alguno de los que hoy jurarán sus cargos de pensar que ese puesto es para siempre. Como si fueran diamantes.

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