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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Argentina: el acabose

Todo el mundo me pregunta (y le pregunta a Carlos Rodríguez Braun, que comparte conmigo la dicha y la desdicha de tener dos patrias) qué pasa en la Argentina. Por qué hay tantos líos visibles y, seguramente, invisibles. Evoquemos a Mafalda, cuando su padre, indignado, dice: "¡Esto es el acabose!", y ella responde: "Más bien es el continuose del empezose".

Todo el mundo me pregunta (y le pregunta a Carlos Rodríguez Braun, que comparte conmigo la dicha y la desdicha de tener dos patrias) qué pasa en la Argentina. Por qué hay tantos líos visibles y, seguramente, invisibles. Evoquemos a Mafalda, cuando su padre, indignado, dice: "¡Esto es el acabose!", y ella responde: "Más bien es el continuose del empezose".
Cristina Kirchner.
Todo lo que pasa hoy en la Argentina viene de lejos. Por ejemplo: las mafias sindicales son el producto de una negociación de los años 30, que paso a explicar. En 1932 la mafia, la italiana, la de toda la vida, secuestró y acabó con la vida de un joven, hijo de un industrial, Abel Ayerza (de una familia ilustre, a la que pertenecía, entre otros, el doctor Ayerza, descubridor y terapeuta de la enfermedad que lleva su nombre). Fue un error, pero fue el fin para los dirigentes mafiosos, en especial para Juan o Giovanni Galiffi, el Chicho Grande, máxima autoridad local de los delincuentes. El resto de los componentes de la organización fue cooptado por la política y el paraestado, de manera relevante por los partidos políticos (para la violencia y el fraude electoral) y por los sindicatos (como esquiroles y como organizadores de huelgas oportunas para el Gobierno). Yo lo conté en una novela llamada Las leyes del pasado.
 
En los Estados Unidos estuvo a punto de suceder lo mismo: Moyano, el actual dirigente de los camioneros argentinos, en un país que ha dejado hundir su excelente red ferroviaria es un tipo muy poderoso, igualito a Jimmy Hoffa pero sin que nadie lo haga desaparecer. Roosevelt tuvo que negociar con la mafia, con Lucky Luciano en persona, para facilitar el desembarco aliado en Sicilia. El proceso inicial lo contó Sergio Leone en una de las mayores películas de la historia del cine: Érase una vez en América. Pero uno de los dos protagonistas del film (James Woods) se recicla como político.
 
Por supuesto, la cosa viene de mucho más atrás, no de los años 20 del siglo XX, sino de los 20 del XIX, cuando buena parte del poder sindical radicaba en la industria de la carne: el relato fundacional de la literatura argentina, El matadero, de Esteban Echeverría, trata de esos personajes en 1830. Para los Estados Unidos tenemos Los gangsters de Chicago, de Walter Noble Burns, y la obra de Herbert Asbury que Scorsese ilustró en el cine: Bandas de New York (por segunda vez, ya que hubo una versión en los años 30 con guión de Samuel Fuller). Cuento todo esto porque es más fácil ver cine que leer, o así le parece a algunos.
 
El otro factor es lo que hoy, genéricamente, la prensa llama "el campo", que poco y nada tiene que ver con "el campo" que hizo la fastuosa riqueza de los argentinos de toda condición: a finales del siglo XIX, el peor momento de la historia de los obreros europeos en Gran Bretaña, cuando este país era el principal cliente de la Argentina exportadora de carne, no sólo los ricos argentinos lo eran más que sus pares británicos, sino que los obreros argentinos poseían una prosperidad inimaginable para la Inglaterra victoriana (que dejó toda una literatura al respecto, que va de Dickens a Marx, quien, aunque redactara en alemán, no dejaba de ser un autor victoriano, en la mayor parte de los sentidos, hipocresía incluida).
 
Al principio del país, a finales del XVIII, Buenos Aires y la campaña eran una unidad productiva, industrial y exportadora. Y así fue hasta mediados del XIX, en que las actividades se fueron dividiendo: unas fueron las propias de los terratenientes y otras las de una incipiente burguesía comercial porteña, que se encargaba de la exportación. Para mantener unidas ambas partes, ya que "el campo" había dejado de ser la campaña de la provincia de Buenos Aires y había ganado por todas partes, los avisados clientes británicos construyeron una de las redes ferroviarias más eficientes del mundo. Todavía por entonces, las dos partes de la actividad se repartían entre miembros de las mismas familias: si un Ocampo criaba vacas, otro Ocampo, en Buenos Aires, las exportaba.
 
Alrededor de la vuelta del siglo XIX al XX ya se habían constituido, al menos parcialmente, dos castas distintas, y no necesariamente el vendedor de ganado era el sobrino del criador. La clase terrateniente, por matrimonios no endogámicos y otros malos negocios, había permitido el surgimiento de una burguesía comercial en el puerto de Buenos Aires. Los rematadores (subastadores) de hacienda que proveían a los frigoríficos británicos o alemanes (las industrias derivadas de la ganadería, carnes enfriadas, salazones y cueros, no estaban ya en manos exclusivamente argentinas) no eran necesariamente propietarios de campos. El que fuera presidente en 1966, Juan Carlos Onganía, pertenecía a la burguesía comercial, y sus campos eran exiguos comparados con los de los estancieros de toda la vida.
 
En ese panorama hizo su carrera política Juan Domingo Perón, hijo de un pequeñísimo propietario rural de la Patagonia, más inclinado a la pereza y a la pobreza que a la gran producción ovejera. Y a mitad del siglo XX intentó, mediante la creación del Instituto Argentino para la Producción Industrial (IAPI), suprimir a la burguesía comercial porteña. El IAPI se ocupaba de la producción en general y de la exportación en general, y su papel consistía en comprar a los productores a un precio estipulado por el Estado y vender al exterior a precios de mercado, quedando la diferencia en manos de quienes lo manejaban. Era, naturalmente, una fuente inagotable de corrupción, y en su rol de intermediarios hicieron allí grandes fortunas Jorge Antonio (el "financiero" de Perón, recientemente fallecido, e impulsor, junto a Girón de Velasco, de las primeras urbanizaciones de la Costa del Sol, entre otros pecados) y el "cuñadísimo" de Perón, Juan Duarte, muerto en circunstancias aún no aclaradas. Remito para ello a mi libro Perón, tal vez la historia.
 
Los grandes ganaderos, agrupados en la Sociedad Rural Argentina, fueron a partir a ahí los grandes enemigos de Perón. Recuerdo que lo primero que se leía en mi casa (tradicionalmente antiperonista) de La Nación de cada día era una sección titulada "La Voz del Agro", que en la limitada libertad de expresión de la época era la clave de las posiciones de la Sociedad Rural. Ésta, por su parte, estaba alejada de las organizaciones rurales de otros tipos: las de los pequeños agricultores de Entre Ríos y Santa Fe, las de los cooperativistas, las de los escasos pequeños ganaderos de la pampa, menos afectadas por la política del IAPI y hasta más seguras, al tener un precio fijado para cada cosecha.
 
Pero el país de Kirchner ya no es el país ganadero de Perón. Ni los conflictos pasan ya por las disputas entre terratenientes ganaderos y/o cerealeros y los pequeños agricultores, condenados a la marginalidad por la propia estructura económica de la nación. La Argentina ha pasado de alimentar europeos a alimentar pollos, ha pasado de ganadera y cerealera a sojera. La soja es paradigmática cuando se trata de imaginar la condición psicosocial de los argentinos: pan para hoy, hambre para mañana. Cuando el ciclo se acabe, uno de los territorios más fértiles del mundo habrá perdido esa virtud, la capa de un metro de humus que cubre toda la pampa húmeda (incluido el Uruguay) se habrá reducido en buena parte y habrá que pensar en otra cosa.
 
Por otra parte, este proceso de transformación viene a demostrar que la Argentina jamás fue un país exportador, sino un país al que le compraban por razones accidentales. Por poner sólo un ejemplo, hablemos de las ovejas de la Patagonia, que no eran nada alrededor de 1850, pero que empezaron a ser cuando la guerra civil americana interrumpió la producción del algodón, la principal materia prima para los telares victorianos: fue entonces cuando Gran Bretaña, además de carne y cueros, empezó a reclamar lana, y la Patagonia empezó a proporcionársela: por si no había por allí quien supiera hacerlo, tuvo lugar la primera gran migración de ovejeros galeses al sur argentino.
 
Los grandes terratenientes ya no existen. Los manejos económicos de José María Martínez de Hoz, ministro de Economía de la dictadura de las Juntas Militares, dio lugar a un nuevo empleo de los capitales, que de la tierra pasaron a las finanzas (no a la industria y las finanzas, como en España, sino únicamente a las finanzas). Pese al esfuerzo soviético por comprar carne y mantener las cosas como estaban (y a los militares en el poder), aquéllos acabaron por ir vendiendo sus campos, ya poco a poco, puesto que las estancias tradicionales, de decenas y centenares de miles de hectáreas, no se podían vender enteras. Sólo Benetton compró una estancia entera, en el sur, para tener lana para sus industrias. Los demás hicieron, a pesar suyo, una reforma agraria que nadie tenía pensada. La Sociedad Rural se debilitó como factor de poder político. La izquierda de los 70 aún no se lo ha agradecido.
 
Néstor y Cristina Kirchner.Ahora, a Kirchner (que sigue siendo el presidente de facto, más allá de las histerias de su mujer) se le ha ocurrido algo más sencillo que el IAPI, y de más directo enriquecimiento del Estado y, por tanto, personal (recuerde el lector, o entérese de ello, que cuando era gobernador de Santa Cruz decidió, por razones de seguridad ante la devaluación que se venía, depositar los ahorros de la provincia en una cuenta suiza, en dólares, de los que todavía no se sabe dónde están). Se le ha ocurrido poner a la soja, que es lo que todo el mundo con un pedazo de tierra cultiva y vende al exterior, y a los demás productos rurales de exportación, un superimpuesto, al que llama "retención", del 40 (cuarenta, sí) por ciento.
 
"El campo" reaccionó, claro. La Sociedad Rural, Coninagro (cooperativas), etcétera, empezaron a actuar como organizaciones sindicales, cortaron las carreteras y complicaron las comunicaciones en todo el territorio, y hasta fueron tímidamente a manifestarse a la Plaza de Mayo, a las puertas de la casa de Gobierno, de la que no salió nadie a atenderlos.
 
Los Kirchner deben de haber mirado discretamente desde detrás de una ventana cómo su grupo mafioso parapolicial, el de los piqueteros de Luis D'Elia, se lanzaban contra las señoras y los señores del Barrio Norte, los descendientes de los antiguos terratenientes, ahora pequeños propietarios, con decisión y contundencia: a palos y, según D'Elía, dispuestos a matar a todos los "blancos".
 
El peronismo siempre ha tenido fuerzas de choque. Durante las dos primeras presidencias de Perón (1946-1955) era la Alianza Libertadora Nacionalista de Guillermo Kelly, conspicuamente nazi; después fue lo que terminó denominándose Comando de Organización, dirigido por Alberto Brito Lima y parte integrante de la Triple A del coronel Osinde y López Rega. Ahora, desde el ascenso al poder del matrimonio compuesto por el abogado y la falsa abogada, son los piqueteros, nacidos al calor del movimiento que culminó con el golpe de estado contra De la Rúa: como participaron todos, no se supo hasta casi un más tarde quién era el que mandaba. Los piqueteros son la continuación, el continuose del empezose del Comando de Organización. El resentimiento en armas.
 
Los piqueteros por un lado y los camioneros por otro (si ahora los sojeros pudieran vender, al margen de su batalla fiscal, no tendrían quién les transportara la producción al puerto de Buenos Aires) hacen la política de los Kirchner para expoliar la única fuente de riqueza en la que tienen poder para intervenir (con las petroleras hay pactos firmados de los que cuesta salirse). Será éste otro Gobierno argentino que, al acabar, porque todo acaba, hasta el peronismo, deje a sus miembros más ricos y al país más pobre. Vía fiscal: los impuestos son un robo en general, y lo son un poco más en este caso. Estamos con "el campo", aunque planten soja, una desgracia universal.
 
 
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