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ESTADOS UNIDOS

Desmitificando a Sarah Palin

Corren tiempos interesantes. Después de un año, el pasado, en el que Sarah Palin tuvo que ir en segunda marcha y sólo pudo cambiar a tercera durante los últimos meses, coincidiendo con la publicación de su autobiografía, en 2010 ha cambiado a cuarta, y muy seguramente la veamos en 2011 conduciendo en quinta, a la espera de poner la sexta en 2012... y pisar a fondo el acelerador.

Corren tiempos interesantes. Después de un año, el pasado, en el que Sarah Palin tuvo que ir en segunda marcha y sólo pudo cambiar a tercera durante los últimos meses, coincidiendo con la publicación de su autobiografía, en 2010 ha cambiado a cuarta, y muy seguramente la veamos en 2011 conduciendo en quinta, a la espera de poner la sexta en 2012... y pisar a fondo el acelerador.
Si hay algo que caracterice la política estadounidense en esta hora –más aún que la constante pérdida de popularidad del presidente Obama o los varapalos electorales que, uno detrás de otro, está recibiendo el Partido Demócrata– es el triunfal retorno de Sarah Palin a la escena política.

Humillada durante la campaña electoral de 2008, Sarah Palin regresó a Alaska con la esperanza de volver a su normalidad, que pasaba por retomar el gobierno de su estado, concluir su mandato y, seguramente, optar a la reelección y sopesar la oportunidad de una nueva intentona, algo que vería más factible sin duda en 2016 que en 2012. Sin embargo, la persecución a la que fue objeto en Alaska le obligó a reconsiderar su situación y tomar una decisión: si esperaba sentada, la aplastarían. Así pues, tenía que moverse, y no podía hacerlo mientras estuviera atada a la gobernaduría. Y, acostumbrada como estaba no sólo a valerse por sí misma sino a gozar de la animadversión de sus rivales políticos –demócratas y republicanos–, la decisión de romper con todo e ir por libre no le debió de costar demasiado.

Pero ir por libre tiene su precio: el no poder satisfacer a todo el mundo. Claro que eso es algo que se da por supuesto cuando uno opta, precisamente, por ir por libre. En el caso de Sarah Palin, los primeros desencuentros con gente que le ha venido apoyando se han producido en fechas recientes, a medida que se ha ido comprometiendo con distintos candidatos para las elecciones de mitad de mandato.

El primero de esos primeros desencuentros ha tenido por causa el respaldo de la ex gobernadora a John McCain en su campaña para renovar su escaño senatorial por Arizona. Como quiera que es un respaldo que estaba más que anunciado, no estamos ante una sorpresa. De hecho, la sorpresa hubiera sido que le negara su apoyo. Esa negativa, además, hubiera supuesto un error, que hubiera provocado una catarata de artículos e intervenciones en los medios de comunicación sobre una guerra civil en el Partido Republicano; además, muchos de sus partidarios lo hubieran considerado un gesto muy feo hacia quien no sólo se la jugó literalmente al escogerla como su compañera de ticket, sino que le proporcionó la ocasión de ser conocida en todo Estados Unidos. Negar su respaldo a McCain, quien puede que no sea el más conservador de todos los senadores republicanos, pero a quien nadie puede reprochar su decencia y patriotismo, hubiera arrojado sobre la ex gobernadora la mancha de la ingratitud y, peor aún, hubiera sembrado la duda de si, al fin y al cabo, no sería un político de ésos que actúan meramente por cálculo.

El siguiente desencuentro ha sido más reciente, y tenido que ver con su apoyo explícito a Rand Paul como candidato a senador por Kentucky. Que se trate del hijo de Ron Paul, el congresista libertario tejano, no debería tener nada que ver en todo este asunto, ya que los pecados de los padres no deberían recaer en los hijos –si es que el tener unas opiniones políticas determinadas y defenderlas públicamente puede considerarse como un pecado–. Uno puede estar más o menos a favor de Ron Paul, pero eso no implica que su hijo sea una mera copia suya y haya que descartarlo inmediatamente en una contienda política. De hecho, yo me siento más identificado con Rand Paul que con Scott Brown, a quien nadie le ha puesto una sola pega, a pesar de que no es precisamente un conservador en lo social.

John McCain y Sarah Palin.Han sido estos dos desencuentros los que han hecho que algunos nos diéramos cuenta de algo que imaginábamos iba a acabar pasando tarde o temprano, y que, la verdad, deseábamos que pasara. Y ése algo es la desmitificación de Sarah Palin.

Para mí, el principal hándicap de McCain en las presidenciales de 2008 era que se trataba de un candidato republicano poco republicano. Consciente de ello, tuvo entonces la idea de buscar un compañero de ticket que le cubriera ese flanco. La elección fue arriesgada, pero genial: la entonces gobernadora de Alaska. Sarah Palin era tan buena conservadora, que inmediatamente la base social conservadora, hasta entonces reticente a apoyar a McCain, vio el cielo abierto, y a Sarah como la respuesta a sus oraciones. En consecuencia, el ticket McCain-Palin pareció convertirse para muchos en el ticket Palin-McCain, con el resultado de que ya no se trataba de un candidato republicano que hacía bandera de no tener nada que ver con la anterior Administración Bush y se enfrentaba a un candidato demócrata que abominaba abiertamente de la Administración Bush, sino de una candidata orgullosamente conservadora (porque enseguida toda la atención se centró en Sarah Palin, hasta el punto de que parecía que era ella quien optaba a la presidencia) contra un candidato demócrata orgullosamente liberal. Esto, en vez de estrechar la contienda, como era el deseo del cuartel general republicano, lo que hizo fue ensancharla, al entrar en liza las cuestiones ideológicas, que tan cuidadosamente había ido evitando el GOP.

Así las cosas, la contienda pareció situarse en los mejores-peores tiempos de las culture wars de los años 60 y 70, con una izquierda aterrorizada ante la idea de una candidata republicana, según ellos, de extrema derecha y una derecha más aterrorizada aún ante la idea de un candidato demócrata de extrema izquierda –posiblemente más acertados en su apreciación que sus detractores–. Y como quiera que el cuartel general republicano no supo poner las cosas en su sitio, obsesionado como estaba por evitar una disputa para la que McCain no estaba preparado, el resultado fue inevitable: ante lo que se intuía como una lucha épica entre el Bien y el Mal, McCain fue dado de lado y Sarah Palin mitificada como una especie de Juana de Arco por muchos de sus partidarios, que volcaron en ella todas sus esperanzas: construyendo una imagen de la ex gobernadora que era la de sus anhelos y no necesariamente la real.

Dicha imagen ha prevalecido en el imaginario colectivo de muchos conservadores estadounidenses. Es cierto que Sarah Palin puede ser ese líder que tantos esperan, pero mientras ha criticado a la Administración Obama desde un segundo plano, valiéndose para ello de su página de Facebook, a algunos de sus partidarios les ha resultado muy difícil encontrar en ella algún rastro de heterodoxia. Es ahora, cuando ha vuelto a la carretera –como a la propia Palin le gusta decir– y a tomar parte en la vida política cotidiana de su país, cuando, repito, empieza a tener problemas con alguno de sus partidarios. Los casos de McCain y Paul son los primeros, pero seguro que habrá más: es algo que no podría evitar aunque quisiera, y que seguramente le deparará la defección de aquellos de entre sus seguidores más palinistas que ella misma...

El caso es que Sarah Palin es Sarah Palin y no Santa Sarah, un ser perfecto que ha venido a este mundo a derrotar al demonio demócrata. Nadie coincide en todo y siempre con otra persona. Y si esto es desgraciadamente cierto incluso con el cónyuge de cada uno, es decir, con la persona con la que se comparte la vida, ¿cómo no va a serlo cuando se trata de un mero representante político?

Así pues, ¿no sería más sensato que simplemente pusiéramos nuestra confianza en Sarah Palin para que actúe del modo que estime más oportuno, en la seguridad de que, conociéndola como la conocemos después leer esa magnífica carta de presentación que es Going Rogue, nunca defraudará nuestra confianza? Lo que no podemos pretender de ninguna manera es convertirla en alguien que no es porque: en esto, seguro que ella sería la primera en estar de acuerdo.

Sarah Palin es sólo una estadounidense normal y corriente que hace política porque ama a su país y le preocupa el futuro de sus hijos. Nada más, pero también nada menos.


© Semanario Atlántico

BOB MOOSECON (moosecon@semanarioatlantico.com), autor del blog Conservador en Alaska.
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