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ASIA

El talón de Aquiles del Partido Comunista Chino

Los comunistas chinos se han valido siempre de la rápida ejecución de disidentes políticos como advertencia para los que no siguen la línea ideológica del Partido. Ahora, el régimen de Pekín ha dado en ejecutar sumariamente a quienes no practican el capitalismo como mandan los cánones.

Los comunistas chinos se han valido siempre de la rápida ejecución de disidentes políticos como advertencia para los que no siguen la línea ideológica del Partido. Ahora, el régimen de Pekín ha dado en ejecutar sumariamente a quienes no practican el capitalismo como mandan los cánones.
A Zheng Xiaoyu le han dado muerte no sólo por sus muchos pecados, también para garantizar a los mercados extranjeros que la industria manufacturera china no seguirá envenenando a algunos de sus clientes. Con la ejecución de Zheng, la revolución de Mao Zedong ha pasado a una fase en la que lo que importa es centrarse en la cosa del mercadeo. Con suma habilidad, hace caja en el exterior y, así, refuerza el poder y la riqueza del Partido en el interior.
 
Mao prometió un socialismo a la china, y sus herederos políticos han parido un feroz capitalismo a la china. Ahora, el Partido trata de embridar ese monstruo de la libre empresa que ha creado él mismo, con sus alabanzas cuasi dogmáticas hacia la riqueza y el consumo. Para proteger de las amenazas emergentes la posición que ha alcanzado en el mercado mundial, el régimen de Pekín ha producido un plan quinquenal (qué novedad...) que tiene por objetivo acabar con las amenazas para la salud que anidan en algunos de los alimentos y fármacos que exporta. Y para demostrar que va en serio, ha ejecutado al desdichado Zheng.

Zheng, que contaba 62 años, ascendió en las filas del Partido hasta convertirse en director de la Agencia Estatal para los Alimentos y las Medicinas. De acuerdo con la acusación, se hizo enormemente rico por obra y gracia de los sobornos. Y mientras su departamento daba el visto bueno a productos que no habían sido puestos a prueba, adoptaba procedimientos que permitieron la exportación de productos (pasta de dientes, comida para perros, jarabes) que contenían sustancias tóxicas.

La agencia oficial china, Xinhua, no ha informado de cómo murió Zheng (sentenciado el 29 de mayo, la ejecución tuvo lugar el pasado día 10). Así pues, no sabemos si se empleó el procedimiento del tiro en la nuca. Ni si se hizo pagar a su familia el coste de la bala. Éstas son cosas que ocurren con frecuencia en China, que, de acuerdo con los grupos de defensa de los derechos humanos, suma más ejecuciones por orden judicial que el resto del mundo junto.

"El pueblo chino se ha levantado", dijo Mao en 1949, a la hora de proclamar el triunfo de la revolución. Luego, hace ya casi treinta años, vino Deng Xiaoping y ordenó al pueblo chino que se sentara y se pusiera a trabajar en las fábricas. Y el pueblo chino obedeció. Y mostró una determinación y una destreza que mueven a asombro.

El actual presidente, Hu Jintao, está volcado en salvaguardar la posición que ha alcanzado el país en los mercados internacionales (éstos compran diariamente a China por valor de 1.000 millones de dólares). Ahora, los consumidores extranjeros, que disfrutan de la libertad de elegir, han sido advertidos de los peligros para la salud que pueden esconderse en una mínima fracción de las exportaciones chinas. Y Hu debe reaccionar.

Hace poco tuve ocasión de comprobar los efectos que han tenido en la mentalidad china los llamamientos de Deng al enriquecimiento: un militar de alto rango decidió interrumpir una conversación sobre política internacional para decir, maravillado: "Cuando, el pasado febrero, la bolsa china cayó en picado, las demás bolsas bajaron, y todo el mundo reaccionó". Nunca antes había oído describir con semejante orgullo patrio un batacazo bursátil.
 
Menos se habla, y desde luego, no se hace con libertad, del nexo de corrupción que liga a los nuevos empresarios con los funcionarios del Partido, que han de dar su autorización a prácticamente todas las fases de las actividades comerciales o industriales. No se habla, digo, del tipo de tratos que han acabado costándole la vida al funcionario Zheng.

Sigo con mi visita a China. Durante un almuerzo, un prominente promotor inmobiliario habló sin tapujos sobre el sistema de préstamos bancarios, hipotecas y estudios de mercados que alimenta el boom económico chino. Cuando le pregunté por la intervención del Partido en la concesión de permisos de construcción y en el precio del suelo en las zonas urbanas, me respondió en corto y con evasivas; enseguida cambió de tema. Ahora bien, la preocupación del propio Gobierno revela que la corrupción es de tal envergadura que puede convertirse en el talón de Aquiles del régimen de partido único.

"En los tiempos de Mao, hablar de dinero era vergonzoso", recuerda un alto cargo del Partido que no comparte el enfoque mercantilista de Hu. "Mao creía que el dinero destruiría la revolución. Ahora, el dinero es la nueva ideología. Para enriquecerse, sólo hay que ir de la mano del Partido Comunista y obedecerlo".

A pesar de las predicciones del presidente Bush y de tantos otros en el sentido de que los vínculos económicos con el exterior harían inevitables las reformas, lo cierto es que las condiciones del libre mercado no han traído la liberalización política. El Partido se nutre del auge económico que ha contribuido a crear. Los mandamases procuran a sus hijos y allegados empleos selectos y estupendas oportunidades de inversión.

Son los efectos secundarios del boom, y en primer lugar la corrupción, lo que puede convertirse en una amenaza para el régimen comunista. Los flagrantes abusos de poder desacreditan al Partido ante un pueblo que valora la moralidad y la decencia en la vida pública. Una ejecución bien publicitada podría tranquilizar a los mercados internacionales, pero no es probable que aplaque las tensiones que se registran en la propia China.
 
 
© The Washington Post Writers Group.
 
JIM HOAGLAND, experto en política internacional. Ha ganado dos veces el Premio Pulitzer.
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